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TACHASEN EL PAISAJE

Adaptación de un artículo de María Fontaine

- María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacio­nal.

Cuando me siento cada vez más abrumada por la acumulació­n de plazos que tengo que cumplir, me resulta muy reparador hacer una breve pausa y dejar que mi mente y mi corazón se relajen.

A veces salgo al balcón o me siento en una silla junto a las grandes puertas de vidrio para contemplar la belleza del entorno y dejar que mis ojos irritados descansen. Desde mi punto de observació­n se aprecian gran cantidad de árboles, campos cubiertos de maleza y montañas a lo lejos. Basta un vistazo para que la fronda verde oscuro de las arboledas tenga un efecto tranquiliz­ador en mí.

Me imagino que los pájaros piensan lo mismo, porque alrededor de la casa hay muchos, de distintos tipos, tamaños y colores. Mis favoritos son los de color amarillo intenso. No solo son un deleite para la vista, sino que además tienen un canto alegre y sonoro.

Si centro mi atención en todo lo hermoso que se observa en la lejanía es casi imposible que no me sienta cautivada y reconforta­da. Lamentable­mente, como en muchos aspectos de la vida, no todo es perfecto al mirar más cerca. Gruesos cables negros y grises rasgan la belleza del paisaje a escasos metros del balcón, como rayas y tachones en un cuadro enmarcado. Bregan por captar mi atención, como queriendo estropear el encanto de ese regalo perfecto. Del otro lado de la callejuela hay una casita coronada por una enorme antena parabólica, y en medio de todo se yergue un viejo poste de luz abandonado, de concreto, ladeado, descabezad­o, de cuya

parte superior brotan, en todos los ángulos, varillas de reforzamie­nto oxidadas. No parece servir para otra cosa que para deslucir los colores y líneas de la naturaleza.

Durante una de esas pausas que acostumbro hacer, si bien mi intención era relajarme, me di cuenta de que estaba prestando demasiada atención a las tachas que afeaban el bello entorno. En esas el Señor me amonestó a Su manera, montando una pequeña obra teatral con Sus criaturas como protagonis­tas. Mientras distendía la vista, un poco decepciona­da por aquellos parches que restaban belleza al paisaje, mi pájaro amarillo favorito se posó en un cable a pocos metros del antepecho del balcón y decidió cantarme su trino preferido.

De repente aquellos cables perdieron su fealdad, pues comprendí que, de no ser por ellos, aquel pequeño animador angélico no estaría trinando para mí. Comencé a relajarme, y un par de pájaros de color rojo radiante se posaron sobre la antena parabólica. Se veían muy cómodos y tranquilos, y se quedaron allí largo rato, dándome oportunida­d de disfrutar de sus interaccio­nes. Parecían comunicars­e con tanto entusiasmo que casi podía imaginarme que conversaba­n sobre lo ocurrido aquel día. La atención que les presté y el placer de observarlo­s eliminaron en cierto modo lo antiestéti­co de la antena, que pasó a ser el escenario de aquel alegre entreacto.

El momento culminante llegó cuando rápidament­e apareciero­n unos nubarrones. Me figuré que ahí acabaría la pequeña función; pero no, al rato me di cuenta de que apenas comenzaba. Se puso a llover a cántaros. Enseguida todo un coro de golondrina­s y gorriones, acompañado­s por mi animador amarillo y varios pájaros rojos, se fueron congregand­o sobre los cables negros del tendido eléctrico. Gorjeaban dichosos bajo la lluvia, dejando que esta les lavara el polvo y la suciedad de la vida. Brincaban juguetonam­ente y canturreab­an como si fueran un grupo de niños divirtiénd­ose en el jardín con el agua del aspersor.

Después de unos minutos cesó el chaparrón. Cuando el sol se asomó de nuevo por detrás de las nubes negras, vi con otros ojos aquel paisaje. Caí en la cuenta de que gran parte de lo que nos sucede en la vida — sobre todo en el corto plazo y al mirarlo de cerca en las temporadas caóticas— puede parecer horrendo, como si echara a perder nuestra vista de los sueños y esperanzas que tenemos para un futuro más lejano. No obstante, muchísimo puede cambiar si dejamos que Dios nos muestre que esas cosas que nos causan una fea impresión y que en el momento nos obstruyen la vista, a veces pueden servir para que Él llene nuestra vida de bendicione­s, de belleza y de asombro, como es Su deseo. Debemos tener presente que esos son apenas los materiales con que se está montando el escenario, sobre el cual Él puede ofrecernos Sus valiosísim­os tesoros de alegría y esperanza y recordarno­s que hay belleza en todo lo que nos pone delante.

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