LA OLLA QUEMADA
Si tus pecados te han cubierto de una capa negra, te dejaré otra vez limpiecito y reluciente. Aunque te sientas chamuscado e inservible, puedo infundirte vida nueva. Paráfrasis de Isaías 1:18
Ni los nubarrones parecían tan sombríos, ni las ráfagas de viento helado tan frías como mi corazón. Saqué una olla del armario, medí el agua y los frijoles y la puse a calentar. Mi mente comenzó a discurrir sobre los acontecimientos de las últimas semanas y meses.
Dos horas después, un tufillo procedente del pasillo captó mi atención: ¡humo! Corrí a la cocina, que estaba invadida por una humareda negra. La tapa de la olla vibraba por la presión. Apagué rápidamente el fogón, tomé la olla, la puse bajo el grifo y lo abrí. Al sacar la tapa, el agua borboteaba.
La olla se había quemado entera. Estaba negra como el carbón. Nada quedaba de los frijoles, salvo un mazacote derretido y humeante. Hasta la tapa se había chamuscado. Ya había quemado otras ollas, pero nunca tanto como esta. «Está inservible —pensé—. No tiene caso restregarla».
Ahí mismo, rodeada de humo y vapor, no pude menos que advertir cierta semejanza con mi vida en aquel momento: una maraña negra, carbonizada. «Está echada a perder. No hay forma de recuperarla ».
Aquella noche, al dejarme caer en la cama, mis pensamientos se proyectaron hacia Jesús. «Te amo —me respondió en susurros— y siempre te amaré, no importa lo que hayas hecho o dejado de hacer. Juntos siempre podemos empezar de nuevo».
Aquella olla quemada se transformó en mi fuente de inspiración. Me infundía ánimo cuando los sentimientos de culpa amenazaban con apoderarse nuevamente de mí. Me pasé horas refregándola con polvo limpiador. Lentamente, el negro carbón fue dando paso al gris, luego al marrón claro y por último al plateado original. A medida que las zonas plateadas aumentaban de tamaño, mi fe para perseverar en mi sanación interior se iba fortaleciendo. Al fin tuve en mis manos una reluciente olla plateada, depurada de toda mancha negra.
Aprendí que cuando Dios perdona, no solo olvida, sino que también sana. Su amor imperecedero nos da valor para levantarnos de donde hemos caído, fe para dejar atrás el pasado y esperanza para caminar hacia el futuro.