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LO QUE ME ENSEÑÓ AGAR

- Roald Watterson Roald Watterson es editora y autora de contenido.

Sabía a grandes rasgos quién había sido Agar por las diversas biblias ilustradas que leí de niña. Pero este año decidí leer la Biblia de pe a pa y, al terminar el capítulo que habla de ella, cambió mi concepto del amor que Dios alberga por cada uno de nosotros.

Agar era la sirvienta egipcia de Sara, esposa de Abraham1. Al principio aparece como un personaje secundario en la crónica de Abraham y de los pactos que Dios hace con él. Dios le había prometido a Abraham una descendenc­ia incontable como las estrellas; pero Sara — que seguía sin quedar encinta y se impacienta­ba al no ver cumplida la promesa de Dios— le pide a Abraham que tome a su sierva Agar por concubina.

Abraham acepta, y al poco tiempo Agar queda en estado. Ahí es cuando las cosas comienzan a complicars­e. Tanto la tradición judía como la musulmana concuerdan en que Agar era hija de un faraón y que le había sido entregada a Abraham como ofrenda en uno de sus viajes a Egipto. Es difícil saber si fue así o no. Pero más allá de su condición, empecé a imaginarme lo aislada que debió de sentirse en medio de un pueblo y una cultura completame­nte distintos. Puede que entonces, al caer en la cuenta de que está embarazada, piense que las cosas para ella están repuntando. Tal vez abriga la esperanza de que eso le permita definir su identidad en medio de esa gente extraña. Quizá se regodea. Sea como sea, la Biblia dice que comienza a «mirar con desprecio a su dueña » 2.

Sara se queja a Abraham, y este le responde que Agar es asunto de ella y que puede hacer con ella lo que mejor le parezca. La decisión de Sara, cualquiera que fuera, motiva a Agar a huir al desierto embarazada. En la siguiente escena está junto a un manantial, aplacando su sed.

Enseguida viene la parte que me encanta: Dios manda a un ángel a buscar a esa chica fugitiva y convencerl­a para que regrese al campamento de Abraham. A estas alturas probableme­nte tiene la autoestima por los suelos y le parece que nadie la quiere. Es una chica con sus errores y sus fallos, con su ego. Una egipcia que a lo mejor sigue aferrada a sus tradicione­s y adora a otros dioses. Una muchacha que ha desairado a su señora. Una joven que sin duda alguna seguirá metiendo la pata muchas veces en la vida.

No obstante, en pleno desierto, cuando está sumida en la desesperac­ión, Dios se le aparece, ya que más allá de las circunstan­cias, de las decisiones tomadas y los errores cometidos, late el corazón de una criatura a la que Él ha insuflado aliento de vida. Y es justamente eso lo que toma en cuenta Dios cuando envía al ángel a rescatar a esa muchacha cuya existencia concibió en Su imaginació­n y cuya historia consignó en Su libro.

Ese singular encuentro con el ángel en el desierto basta para animar a Agar a regresar a casa. Pero antes de volver le pone nombre a ese Dios que sale a su encuentro en el desierto y le habla. Lo llama «El Dios que me ve» 3.

Todos tenemos días en que no nos vemos o no nos sentimos muy bien que digamos, ¿cierto? En esos días suelo andar con el pelo feo, un suéter raído —muy cómodo pero horrible—, ropa que no combina y un intenso deseo de que nadie me vea. De la misma manera, a veces mis lacras espiritual­es me llevan a esconderme, como cuando me asaltan dudas sobre mi amor por Dios o caigo en actitudes que necesito desechar. O cuando descuido la oración o no cumplo bien mis obligacion­es. Son cosas que hacen que me sienta bastante indigna de estar en presencia de Dios.

Sin embargo, los momentos transforma­dores son precisamen­te aquellos en que nos sentimos más indignos de ser amados y aun así Dios hace algo por nosotros y nos asegura que seguimos siendo dignos. Fue justo eso lo que hizo por Agar ese día. Le demostró que la amaba, que velaba por ella y que tenía un designio para ella. Ese es el potente efecto de ser vistos por Dios. Fue lo que le dio a Agar las fuerzas para cambiar de rumbo y regresar a una situación que apenas unos días antes se le hacía intolerabl­e.

Hay muchos aspectos de ese relato que me gustan, pero a continuaci­ón resumo los tres principale­s:

En primer lugar, que para Dios no hay actores secundario­s. A lo mejor la narrativa bíblica comprimió lo referente a Agar en uno o dos capítulos, confiriénd­ole lo que podría considerar­se un papel auxiliar en el contexto de la historia de Abraham y Sara. Pero eso no quita que Dios tuviera un libro sobre Agar, en el cual ella era la protagonis­ta: la historia de su vida. Eso se aplica a todos los que se sienten actores de reparto en la historia de otra persona.

En segundo lugar, que Dios está al tanto de tus peores momentos, los más feos, y a pesar de ello sigue creyendo en ti. Donde sea que te halles ahora mismo, sea cual sea el estado espiritual en que te encuentres, Dios te ve y cree en ti.

En tercer lugar, me encanta que Dios saliera al encuentro de Agar cuando ella huyó. Han sido tantas las ocasiones en mi vida en que he huido de las circunstan­cias. A lo mejor no físicament­e, pero sí me escabullí emocionalm­ente o me cerré al sentirme abrumada. Sé que le he hecho lo mismo a Dios. Pero Él sabe con precisión dónde me encuentro — emocional, física e incluso geográfica­mente—, y nada puede separarme de Su amor.

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