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AMADA y VALORADA

- Marie Alvero Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Ahora lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE. UU.

Cuando le preguntaro­n a Jesús cuál era el mayor de los mandamient­os de Dios, respondió: « Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente [y] ama a tu prójimo como a ti mismo. Toda la ley y las exigencias de los profetas se basan en estos dos mandamient­os» 1.

Evidenteme­nte sabía que al aprender a amar aprendería­mos lo que significa ser santos. Creo que también sabía que ese era probableme­nte el mandamient­o más difícil de cumplir. Habríamos podido lidiar mejor con un listado de reglas. Así por lo menos sabríamos quién está dando la talla y quién no, quién se lo merece y quién no. Ahora, en cambio, estamos obligados a cumplir la imposible tarea de amar a los que nos rodean, por mucho que nos parezcan indignos de ese amor.

Lo malo es que por mucho tiempo yo no entendía así Sus mandamient­os. No sé por qué, pero equiparaba amor con merecimien­to. Dios me amaba porque me merecía Su amor, y yo amaba a quienes eran dignos del mío.

Hasta que un día mi corazón finalmente se planteó la pregunta: «¿Qué he hecho yo para ser digna del amor de Dios? Nada. ¿Acaso he logrado, como por arte de magia, mantener mis pecados y faltas dentro del rango de “persona que se merece amor”? Nanay ». Llegué a la conclusión de que Él no me ama porque yo sea digna; al contrario, soy digna porque Él me ama. Francament­e me tomó un buen tiempo captarlo. Fue extremadam­ente liberador caer en la cuenta de que mi misión no era conseguir el mayor puntaje posible de amor. Fue además una profunda lección de humildad comprender que Dios me ama plena y totalmente sin habérmelo merecido en absoluto.

Ese concepto va a contrapelo de la cultura actual. En un mundo que equipara el valor con los logros, los puntajes y las cifras, el único motivo por el que soy valiosa para Dios es que Él me ama. Así por fin llegué a entender lo que quiso decir Juan cuando afirmó que amamos a Dios porque Él nos amó primero2. Cuando comprendem­os la profundida­d del amor que Dios nos profesa y cuán inmerecido es, ¡cómo no vamos a amarlo!

El « fiel amor » de Dios «perdura para siempre» Y está a tu disposició­n si lo quieres. Solo tienes que pedirlo: Buen Jesús, te ruego que entres en mi vida, me perdones las cosas malas que he hecho y me ayudes a amarte a ti y a los demás. Amén.

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