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Eternidad

- CURTIS PETER VAN GORDER Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo5. Vive en Alemania.

Mi hija me preguntó una vez si me pesaba haber dedicado mi vida a servir a Dios. Le respondí: —En absoluto. Mi idea fue siempre trabajar con los ojos puestos en la eternidad.

El término eternidad se popularizó gracias a un hombre increíble llamado Arthur Stace que falleció en 1967, cuya biografía ha quedado plasmada en un libro, una ópera y una película1.

Arthur se crio en una familia en la que imperaban el alcoholism­o y los malos tratos. Los primeros 45 años de su vida cometió delitos de poca monta. Según su biógrafo, era «un borracho, un marginado que no servía para nada ». Todo eso cambió el día que escuchó un sermón sobre Isaías 57:15: «El Alto y Majestuoso que vive en la eternidad, el Santo, dice: “Yo vivo en el lugar alto y santo con los de espíritu arrepentid­o y humilde”» 2.

Más adelante Arthur explicó: «De golpe me eché a llorar y sentí un fuerte impulso de escribir la palabra Eternidad ».

Se metió las manos en los bolsillos y encontró un trozo de tiza. Pese a que era analfabeto y apenas sabía escribir su nombre, contó que la primera vez que escribió la palabra Eternidad le salió «con facilidad y con una caligrafía hermosa. No lo entendía. Al día de hoy todavía no lo entiendo».

Durante los siguientes 28 años, varias veces a la semana salía de su casa a las 5 de la mañana para escribir esa palabra en lugares públicos, con el objeto de recordarle­s a quienes la vieran lo que realmente tiene importanci­a en la vida. Al menos 50 veces al día escribía Eternidad con tiza y crayones. Terminó escribiend­o medio millón de veces por toda la ciudad esa palabra mágica y profunda. Él mismo se autodenomi­naba misionario.

La historia de Arthur nos puede motivar a aprovechar lo que tenemos, por poco que parezca ser — quizá solo un trozo de tiza— para influir positivame­nte en el mundo.

La Biblia dice que nuestra vida es como la hierba, las flores o el humo. Estamos aquí por breve tiempo y perecemos3. Cuando yo era más joven, veía mi vida como una larga carretera que no se sabía dónde terminaría. Ahora, a los 66 años, comprendo mejor cómo es.

En una conferenci­a, Francis Chan ilustró la eternidad con una larga cuerda que llevó al escenario4. «Imagínense — dijo— que esta cuerda es interminab­le. Ilustra la eternidad ». Luego señaló unos pocos centímetro­s en un extremo, pintados de rojo: «Esta fracción representa nuestro tiempo en la Tierra ». Algunas personas no viven sino para la parte terrenal de su existencia, y hacen caso omiso de lo demás, de su vida eterna. El eco de lo que hagamos aquí se escuchará en el más allá. Eso es lo realmente trascenden­te.

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