A NUESTROS AMIGOS
Solo Dios sabe por qué escondió algunas de las materias primas más valiosas en lugares de tan difícil acceso. Si fue para poner a prueba nuestra voluntad y tesón y ver hasta qué extremos iríamos y qué sacrificios haríamos para obtenerlas, le resultó.
Ya sea buscando petróleo bajo los desiertos del Medio Oriente o en el Ártico, o descendiendo a lóbregas profundidades para sacar oro, diamantes u otras piedras y metales preciosos, los más osados de nosotros se adentran en algunos de los entornos más complejos del mundo y se juegan el todo por el todo para descubrir la veta y hacer fortuna.
Pero ¿después qué? Las riquezas del mundo no perduran ni proporcionan felicidad continua. «¿Qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma?» 1, nos pregunta Jesús.
Afortunadamente para nosotros, Dios puso lo más valioso que hay en la vida —lo único capaz de satisfacer plenamente y por la eternidad— al alcance de todo ser humano. Me refiero a Su amor, por supuesto.
El versículo que algunos han llamado el corazón de la Biblia describe con sencillez el amor de Dios: «Tanto amó Dios al mundo que dio a Su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna » 2. Su mayor deseo es que vivamos con Él en Su hogar eterno — el Cielo—, lo cual Él mismo posibilitó al expiar nuestros pecados. Dios es la esencia misma del amor3, la fuente de la que emana el amor en todas sus magníficas expresiones.
Si todavía no has aprendido a explotar la inagotable mina del amor de Dios, el presente número de Conéctate puede cambiar tu vida.