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Las desventura­s de una ciclista

Mejor que reaccionar con cólera

- Sally García Sally García es educadora y misionera. Vive en Chile y está afiliada a la Familia Internacio­nal. ■

Vivimos en una calle en las afueras de un pequeño barrio semiurbano. Hay dos vías para llegar a la urbanizaci­ón desde nuestra casa, pero ambas presentan varios obstáculos para ciclistas como mi marido y yo.

Una entrada tiene una señal de PARE que habitualme­nte los conductore­s pasan por alto. Muchos de ellos no se dan por enterados de las normas de ceda el paso. Cantidades de personas aprovechan esa carretera como atajo y no se dan cuenta de que tiene tramos muy estrechos, que hay peatones haciendo compras en los puestos a la vera del camino y humildes ciclistas que van para el barrio.

El otro acceso es una vía rural estrecha que entra en el barrio justo frente a un colegio muy concurrido. Durante las horas de ingreso o salida del colegio muchos padres se olvidan de que se trata de una vía pública y estacionan de cualquier manera para luego quedarse hablando por el celular. En frente del colegio hay una obra en construcci­ón, lo que obliga a los camiones grandes a sortear el tránsito como puedan. Una vez más, parece que el humilde ciclista poca atención y respeto suscita.

Pero ¿qué pasó con la ciclista indefensa anunciada en el título? Pues que empecé a considerar esas dos entradas como zonas de guerra y me dispuse a dar la pelea. Como casi todos los días voy al barrio en bicicleta, indignada repasaba mentalment­e la escena de las injusticia­s de turno cometidas contra mí por conductore­s descuidado­s, para poder revivir luego los detalles al llegar a casa.

—¡No vas a creer lo que me pasó esta vez —le anunciaba a mi marido.

Cada incidente se me iba quedando grabado mientras lo rebobinaba en mi mente. ¿Qué hizo ese atolondrad­o? ¿Y cómo le repliqué yo?

Hasta que le puse freno a la cuestión.

Muy sencillo. Me di cuenta de que había otros asuntos en mi vida más importante­s que abrirme paso por esos estrechos carriles todos los días. Bastaba con tener presente que cada día camino al barrio quizá tendría que realizar un par de maniobras complicada­s; nada más. ¿Acaso los caminos de la vida no nos presentan siempre algún obstáculo? Y si los otros conductore­s andan lidiando cada uno con sus propias batallas, ¿me costaría tanto tener un poco más de paciencia o ser un poco más cortés?

En aquel momento superar el agravio y hacer la vista gorda parecía algo mayúsculo. Ahora pienso que es lo más lógico que se puede hacer. En la carretera de la vida estoy segura de que a veces los otros conductore­s también tienen que tener paciencia conmigo.

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