DIRIGIR EL TRÁFICO A RITMO DE HIP HOP
Un sábado, cerca de la caída del sol, el tráfico avanzaba lentamente hacia la estrecha y congestionada intersección de la gran metrópolis. Los transeúntes zigzagueaban entre los carriles mientras filas de autos salían de uno de los centros comerciales más concurridos, agudizando la tensión en el ya atestado cruce. Al no haber semáforos ni policía de tránsito, en pocos minutos el tráfico se paralizó.
Observando el embotellamiento, un joven desempleado, vestido con buzo azul desteñido, jeans rasgados y zapatillas bien desgastadas, se paseaba entre las filas de autos meneando la cabeza al son de una pegadiza canción de hip hop que iba escuchando en sus grandes audífonos hasta llegar al meollo del atasco.
Batiendo palmas y con varios movimientos exagerados de brazos, hizo señales a una de las filas para que avanzara mientras continuaba meciéndose al ritmo de la música. No eran ademanes rígidos ni un rostro sin expresión como los de los típicos controladores de tránsito. El muchacho bailaba con corazón y alma mientras dirigía la muchedumbre de autos. Aunque no contaba con ningún equipo especial de control de tránsito, irradiaba alegría y satisfacción consciente de que estaba haciendo algo para beneficio de quienes lo rodeaban.
Primero una fila, luego otra. Poco a poco el tránsito se fue destrabando mientras él brincaba, bailoteaba, saltaba y giraba haciendo chasquidos con los dedos al ritmo de la música para dirigir el flujo de autos. Aunque el sudor le chorreaba por la frente, todo su rostro sonreía mientras continuaba con su metódica labor.
Nadie se esperaba una actuación así. Algunos conductores le alzaron los pulgares en señal de aprobación; otros le daban propinas por su esfuerzo y magnífico trabajo. Desde ese día aquel joven se presentaba todos los días en la misma intersección durante las horas de mayor afluencia de tráfico para ayudar a despejar los atascos. Y todos los días hacía su baile, rebosante de orgullo, por el trabajo que realizaba. Vio lo que había que hacer y lo hizo.
Al cabo de un tiempo la dirección de tránsito tomó nota de él y lo contrató como controlador oficial. No solo había conseguido un empleo bien remunerado, sino también un uniforme azul oro que hacía juego con su enorme sonrisa.
Reza un antiguo proverbio: «Haz bien todo lo que emprendas.» En el caso de aquel joven, su entusiasmo por la tarea le permitió pasar de mozo desempleado a controlador de tráfico, su nueva profesión, una que podía realizar hasta bailando.
1. Eclesiastés 9:10 ( NBV)