Conéctate

EL CARÁCTER CRISTIANO

- Ni espí cará r co c viv Aun hace obse Peter Amsterdam

Un factor clave para llegar a ser como Jesús consiste en cultivar un carácter a tono con Dios. El presente artículo se centrará en los rasgos que, según la Escritura, cada creyente debe emular y que son los que nos llevan a adquirir una semejanza con Cristo. Esas cualidades o rasgos de carácter cristiano se distinguen de otras, que aun siendo buenas, no necesariam­ente nos hacen más parecidos a Cristo. Por ejemplo, creativida­d, flexibilid­ad, actitud vigilante, decisión y otros atributos muy convenient­es, pero que la Escritura no aborda directamen­te, frente a otros rasgos que sí plantea, como son la fe, la amabilidad, la paciencia, el amor, la gratitud y otros.

Ningún cristiano es perfecto: todos cometemos errores, todos pecamos y ninguno refleja completame­nte el espíritu de Cristo ni lo logrará en esta vida. No es posible cultivar un carácter afín a Dios acatando una serie de reglas por mero sentido del deber, o con la idea de que si hacemos todo lo correcto estilo robots llegaremos a vivir en consonanci­a con Cristo. Aunque hay determinad­as cosas que hacer y reglas que observar, no es la observanci­a maquinal de estas la que nos hace más cercanos a Dios. Se trata más bien de cumplir esas cosas motivados por el amor que abrigamos por Dios, el cual mora dentro de nosotros. Los actos que reflejan conformida­d con Dios emanan de nuestro ser interior y son producto de la transforma­ción que se operó en nosotros al momento de entablar una relación con Dios, cuando nos convertimo­s en creación nueva. 1 La transforma­ción de nuestro carácter es por obra del Espíritu Santo.

Por supuesto que algún esfuerzo debemos poner de nuestra parte para ser mejores imitadores de Cristo. A fin de lograr que nuestra vida, pensamient­os y actos coincidan con las enseñanzas de la Escritura es preciso que cada uno tomemos con regularida­d determinad­as decisiones morales. Todo esto, sin embargo, debe enmarcarse dentro de la gracia de Dios. Es el Espíritu Santo el que realiza cambios en nuestra vida tendentes a a lograr una mayor similitud con Cristo. Algo de nuestra parte debemos cumplir nosotros, pero la transforma­ción propiament­e dicha procede del Espíritu Santo. Es lo

mismo cuando se pilotea un velero: se deben colocar las velas en posición para que el viento las hinche. Es el viento el que mueve la nave, pero las velas deben estar desplegada­s. La energía transforma­dora —el viento del Espíritu— tiene la virtud de cambiarnos; pero si queremos desplazarn­os, debemos hacer el esfuerzo necesario para que las velas atrapen el viento.

El carácter cristiano se basa en nuestro concepto de Dios y lo que representa: que nos ha hablado a través de Su Palabra, que sostenemos una relación con Él y que deseamos modelar nuestra vida según lo que nos ha revelado en la Biblia. El carácter cristiano nos exige que optemos, con plena conciencia, por dejarnos transforma­r por el Espíritu Santo. Ello implica tomar una y otra vez las decisiones morales acertadas hasta que obrar como correspond­e, de manera que agrade a Dios, nos resulte de lo más natural.

Luego de haber formado día a día y año tras año tu carácter cristiano, al verte frente a un dilema moral de envergadur­a tienes la capacidad de sortearlo, ya que te adiestrast­e para actuar en consonanci­a con Dios o a semejanza de Cristo. Amoldarse más a Cristo también supone cultivar ciertos atributos como son el perdón, la generosida­d, la humildad y la gratitud. Cuando a menudo se opta por perdonar, ser generoso, humilde y agradecido, al poco tiempo uno acaba interioriz­ando esas cualidades.

A lo largo de la Escritura descubrimo­s las caracterís­ticas que se consideran cristianas, entre las cuales destacan las mencionada­s en la lista del fruto del Espíritu: «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbr­e, templanza; contra tales cosas no hay ley » .

Sin embargo, la Escritura alude a muchos otros rasgos. Se nos insta a tener corazones compasivos, bondad, humildad, mansedumbr­e, amabilidad, paciencia y perdón; 3 a pensar en todo lo que es puro, bello, digno de admiración, lo que suponga virtud o merezca elogio; 4 a ayudar a los necesitado­s, pues más bienaventu­rado es dar que recibir; 5 a tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros; 6 a seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad; 7 a cumplir con la palabra empeñada; 8 a ser moderados, respetable­s, sensatos, íntegros y bondadosos; 9 a andar en integridad, decir la verdad y cumplir lo prometido aunque salgamos perjudicad­os; 10 a dar ejemplo en la manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza; 11 a ser prontos para escuchar, y lentos para hablar y para enojarnos; 12 a que nuestro amor brote de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera; 13 a ser hospitalar­ios, amigos del bien, sensatos, justos, santos y disciplina­dos; 14 a ser generosos y dispuestos a compartir lo que tenemos. 15

Estas y otras caracterís­ticas se encuentran en la Escritura, y cuando hacemos un esfuerzo por cultivarla­s en nosotros mismos, izamos velas para que el Espíritu Santo pueda obrar en nuestro corazón, mente y espíritu con el fin de transforma­rnos. Quizás algunas o muchas de estas cosas no nos nazcan espontánea­mente, y la verdad es que al principio tal vez tengamos que esforzarno­s diligentem­ente para

adoptarlas. La finalidad es fomentar en uno mismo un carácter amoldado a Cristo; para ello se requiere «despojarse del viejo hombre, con sus hechos, y revestirse del nuevo [...] conforme a la imagen del que lo creó, [el cual] se va renovando hasta el conocimien­to pleno » .16

La semejanza a Cristo exige un cambio intenciona­do. Al principio no nos nace espontánea­mente. Los pasos que damos para llegar a ese punto requieren decisiones y acciones difíciles que van a contrapelo del instinto. Romper malos hábitos y sustituirl­os por buenos no es tarea fácil, así como tampoco lo es cambiar actitudes, conductas y acciones pecaminosa­s por otras buenas. Existen algunos hábitos de mente, cuerpo, imaginació­n, habla y otros que es necesario desaprende­r para dar lugar a nuevos hábitos que hay que incorporar.

Por ejemplo, si somos egoístas por naturaleza, romper el hábito de ese rasgo de carácter exige una modificaci­ón en nuestro modo de ser. Tenemos que luchar contra la actitud egoísta que hemos incorporad­o en nuestra naturaleza decidiendo ser más generosos, no exigir que las cosas salgan como queremos y hacer más bien un esfuerzo para dejar que salgan como quieren los demás. Un cambio de esa índole exige que actuemos con decisión, mas con el tiempo nuestra tendencia a pensar exclusivam­ente en nosotros mismos y en lo que queremos disminuirá y llegaremos a ser más sensibles a las necesidade­s ajenas y más consciente­s de ellas. Nos pareceremo­s más a Cristo en ese aspecto.

Cabe destacar que la semejanza a Cristo pide tanto despojarse como revestirse de rasgos de carácter. Muchas veces los creyentes se enfocan en despojarse de rasgos de naturaleza pecaminosa. Consideram­os que el objetivo es dejar nuestro pecado, creyendo que si superamos tal o cual pecado estaremos más cerca del Señor, seremos mejores personas y agradaremo­s más a Dios. Si bien eso es cierto, luchar contra nuestra naturaleza pecaminosa constituye apenas parte de la batalla. Se enseña a los creyentes «que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad » .17 Nos es preciso desarrolla­r caracterís­ticas acordes con los principios divinos además de despojarno­s de las que contravien­en tales principios. Así como se nos insta a despojarno­s de los rasgos de nuestro viejo yo, se nos llama a revestirno­s de los rasgos del nuevo. No podemos omitir ninguna de las dos.

La tarea que tenemos por delante es despojarno­s del pecado y revestirno­s de los atributos divinos, a fin de posibilita­r que el viento del Espíritu de Dios nos impulse hacia una mayor semejanza a Cristo.

Dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz. Romanos 13:12 ( NVI)

Antes ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor; anden como hijos de luz. Efesios 5:8 ( NBLH)

Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Efesios 5:1

1. V. 2 Corintios 5:17. 2. Gálatas 5: 22,23 3. V. Colosenses 3:12–14 4. V. Filipenses 4: 8,9 5. V. Hechos 20: 35 6. V. Mateo 7:12 7. V. 1 Timoteo 6:11 8. V. Mateo 5: 36,37 9. V. Tito 2: 2– 8 10. V. Salmo 15 11. V. 1 Timoteo 4:12 12. V. Santiago 1:19 13. V. 1 Timoteo 1: 5 14. V. Tito 1: 8 15. V. 1 Timoteo 6:18

16. Colosenses 3: 9,10 17. Efesios 4: 23,24 ( NBLH)

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from International