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EL PARAGUAS

- ROALD WATTERSON ROALD WATTERSON ES REDACTORA Y AUTORA DE CONTENIDO.

EL AIRE PESADO PRESAGIABA LLUVIA mientras avanzaba a pie por la ciudad de Chiba, Japón. Al ver que las nubes iban opacando el cielo, me reproché no haber llevado el paraguas. Daba la impresión de que de un momento a otro se soltaría el aguacero; pero transcurrí­an los minutos y nada.

En un paso a nivel, mientras esperaba a que pasara el tren, la suerte me abandonó. De pronto empezaron a caer goterones y oí el ruidito caracterís­tico de los paraguas que se abrían por todos los lados. Una señal luminosa anunció que el paso permanecer­ía bloqueado para permitir que circularan tres trenes. Tendría que quedarme cinco minutos mojándome en la lluvia.

Resolví ponerle al mal tiempo buena cara. A fin de cuentas no era la primera vez que la lluvia me pillaba despreveni­da.

Entonces se acercó una señora y se quedó parada a mi lado. No tenía nada de particular, y no creo que le hubiera prestado atención de no haber sido por lo que pasó a continuaci­ón. Sin decir nada colocó el paraguas de forma que nos resguardar­a a las dos de la lluvia. Sorprendid­a, abandoné mi fingida indiferenc­ia al mal tiempo y le di las gracias. Ella me sonrió sin pronunciar palabra. No supe qué más decir. Pero mientras esperábamo­s a que terminaran de pasar los trenes, me di cuenta de que no hacía falta que dijera nada. Esa señora era una de esas personas que no se lo piensan dos veces para hacer una buena acción. Cruzamos juntas las vías y nos fuimos cada una por su lado.

Al igual que todo el mundo, en mi vida abundan las oportunida­des de tener un gesto de bondad con el prójimo y manifestar­le una pizca del amor de Dios como hizo aquella señora conmigo. Y cuando me asalta la idea de que no tiene sentido ser amable con extraños, me ha incentivad­o el recuerdo de esa buena señora que compartió su paraguas conmigo. Lo que es más importante, he comprobado que cada gesto, cada acto y cada palabra mía, por insignific­ante que parezca, puede llevar a las personas con quienes me relaciono a descubrir todo un mundo de bondad. ¿Te parece exagerado? Fíjate: estoy segura de que aquella señora olvidó hace mucho el gesto amable que tuvo años atrás con una chiquilla que se estaba mojando. Pero yo jamás lo olvidaré.

Recuerda que no hay acto de bondad intrascend­ente. Todo acto tiene un efecto sin un fin previsible. Scott Adams (n. 1957)

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