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TU PEQUEÑA LUZ

- MARIE ALVERO MARIE ALVERO HA SIDO MISIONERA EN ÁFRICA Y MÉXICO. LLEVA UNA VIDA PLENA Y ACTIVA EN COMPAÑÍA DE SU ESPOSO Y SUS HIJOS EN LA REGIÓN CENTRAL DE TEXAS, EE. UU.

Me encanta leer narracione­s vibrantes de personas que fundaron ONG, orfanatos, que adoptaron niños, crearon organizaci­ones de defensa de la libre competenci­a o algún otro portento de esos que cambian el mundo. Con todo —y por mucha inspiració­n que obtenemos de esos ejemplos—, la mayoría no tenemos vocación para ese tipo de misión. Estamos establecid­os en un lugar, con una familia y lazos comunitari­os, llevando una vida de perfil bastante bajo. Quisiera comentar tres cosas que facilitaro­n que mi familia aprendiera a amar y servir a la colectivid­ad en medio de nuestra vida cotidiana.

UNA BUENA DISPOSICIÓ­N PARA SERVIR

Podría ser en la iglesia o el colegio de tus hijos, o hacer algo por el vecino o dondequier­a que haya una necesidad que esté a tu alcance atender. No te quepa duda de que la habrá. Aprendimos eso cuando comenzamos a servir en nuestra iglesia. Aunque inicialmen­te dábamos una hora de nuestro tiempo, al compenetra­rnos más de las necesidade­s que podíamos atender, accedimos a hacerlo. Esos actos de servicio nos permiten retribuir a nuestra vecindad. Además resultamos favorecido­s por las amistades que contribuye a cultivar y afianzar.

DESCARTAR EL PERFECCION­ISMO

¿Te gusta recibir visitas pero solamente cuando has tenido tiempo de limpiar la casa, preparar una comida gourmet y cortar flores frescas para poner en la mesa? Yo aprendí que ser asequible es el primer paso de la hospitalid­ad. Recibir a alguien en tu casa es en muchos casos lo que genera y estimula una amistad. Yo te abriré la puerta sea cual sea el estado en que se encuentre mi casa y compartiré contigo lo que tenga en la cocina. Me acostumbré a no ocultar mis imperfecci­ones y descubrí que eso facilita a los demás hacer lo propio.

PRIORIZAR LAS RELACIONES POR SOBRE LA CONVENIENC­IA

Como le pasa a todo el mundo, hay veces que no quiero estar ya con nadie. No hay nada que me guste más que mi cama y un buen programa de TV, sin que nadie me fastidie. No obstante, más tarde voy a hornear unos bizcochos para mi marido y sus amigos, que vienen a ver un partido de fútbol. En los años venideros tengo la certeza de que recordarem­os más gratamente los momentos que pasamos con la gente que apreciamos que los programas de TV que vi en pijamas.

Aunque tal vez tu luz no sea muy grande, brillará con fulgor si abres tu vida a quienes te rodean y los sirves con calidez y alegría. Como hizo Jesús.

Si aún no has aceptado a Jesús, puedes hacerlo ahora rezando la siguiente oración: Jesús, te ruego que me perdones todos mis pecados. Creo en que diste la vida por mí. Te abro la puerta de mi corazón y te pido que entres y me des el don de la vida eterna contigo en Cielo. Amén.

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