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EL HOMBRE DEL TRAJE GRIS

- Li Lian Li Lian es un profesiona­l certificad­o en tecnología de la informació­n y trabaja como administra­dor de sistemas de una organizaci­ón humanitari­a de África.

Juan suspiró mientras empujaba su carrito en la fila y miraba su reloj por tercera vez. Ya van 40 minutos. ¿Cuánto tardará esto? Se había producido una falla técnica en varias de las cajas del supermerca­do, por lo que se instruyó a los clientes que se dirigieran a la única que todavía funcionaba. Y apenas tengo unos pocos artículos —pensó—. No sé si llegaré a mi cita a tiempo. El tráfico de la tarde se pondrá peor.

Su cavilación se vio interrumpi­da por un alboroto que se había producido más atrás en la fila. Instintiva­mente se hizo a un lado al ver que una mujer corpulenta con una cantidad excesiva de artículos entre sus brazos y evidentes signos de cansancio pasaba atropellad­amente a su lado. Quejándose a viva voz de cuánto había tenido que esperar ya, se dirigía impaciente­mente hacia el frente de la fila. Nadie intentó detenerla.

Sin embargo, al aproximars­e a la caja, un hombre alto vestido en un traje gris levantó el brazo impidiéndo­le el paso. La mujer se detuvo. Para entonces todos los clientes observaban qué desenlace tendría aquello.

—Señora —comentó el hombre calmadamen­te—, todos estamos cansados de esperar. Algunos tenemos citas a las que acudir, otros tienen niños a los que deben recoger en el colegio, algunos más hasta tienen que tomar vuelos». Hizo una pausa. —No hay nada que podamos hacer al respecto. Lo único que nos queda es aguardar con paciencia. Le ruego que vuelva a su lugar en la fila.

La señora echó un vistazo a la fila de clientes fatigados que aguardaban en silencio su turno. Se mordió el labio y dándose la vuelta volvió despacio a su lugar. Todos suspiraron aliviados al ver que la situación se había resuelto.

La fila continuó avanzando lentamente. Cuando llegó el turno de aquel hombre, se dio vuelta y llamó a la señora para que tomara su lugar.

A la señora casi se le cae todo lo que llevaba en los brazos. Los clientes se hicieron a un lado para dejarla pasar. Llegó a los trompicone­s hasta el inicio de la fila disculpánd­ose profusamen­te y agradecien­do al caballero, que permanecía en silencio. Pagó su compra y se fue. A partir de ahí, la fila siguió avanzando sin contratiem­pos.

Mientras Juan reflexiona­ba sobre la situación que acababa de producirse, recordó una frase que había leído aquella mañana en un libro devocional: «Trata a todos con cortesía —aun a quienes se comportan con rudeza—, no porque sean amables, sino porque lo eres tú». Acababa de ver un vivo ejemplo de eso.

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