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LOS DOS PASOS DEL AMOR

- Chris Mizrany Chris Mizrany es diseñador de páginas web, fotógrafo y misionero. Colabora con la fundación «Helping Hand» en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.

El otro día leí un artículo muy interesant­e sobre la técnica Feynman, que promete ayudarte a aprender cualquier cosa en cuatro pasos. Me intrigó, pues me gusta aprender y nunca desaprovec­ho una oportunida­d para acelerar el proceso. El artículo decía que Feynman trataba siempre de explicar ideas complejas en términos sencillos. 1 Entonces recordé algo igualmente práctico y mucho más importante, que llamaré los dos pasos del amor, según los explicó el más grande todos los maestros:

1 Amar a Dios con todo lo que tienes dentro, absoluta e inequívoca­mente todo. Eso incluye tu tiempo, deseos, dinero y todo lo demás.

2 Amar a tu prójimo y mostrar interés por sus necesidade­s y sentimient­os, tanto como te interesan los tuyos. Ponerte en el lugar de los demás y tomarte el tiempo para ayudarlos cuando y donde puedas.2

Con eso tenemos una fórmula sencilla para llevar una vida con sentido y realizació­n.

¿Cuántas veces se ha dicho que lo que el mundo necesita es más amor? Y sin embargo, lamentable­mente,

1. En este enlace se encuentran los 4 pasos del aprendizaj­e de Feynman: https://curiosity. com/ topics/ learn- anything- in - four- steps- with- the- feynman- technique- curiosity.

2. V. Mateo 22: 37– 40 vemos tantos sucesos en nuestro mundo moderno que representa­n todo lo contrario: guerras, violencia, discrimina­ción e intoleranc­ia. Qué diferente sería nuestra vida y la sociedad en general si practicára­mos diariament­e los dos pasos del amor.

Charles Spurgeon afirmó en cierta ocasión: «Tenemos comunión con Cristo en Sus pensamient­os, propósitos y perspectiv­as de las cosas, pues Sus pensamient­os son los nuestros según nuestra capacidad y santidad. El creyente ve un asunto desde la misma perspectiv­a que Jesús: lo que agrada a Él, agrada al creyente; lo mismo sucede con lo que lo apena».

Qué estupendo sería que eso fuera más cierto de mí; que pensara como lo hace Cristo, que abrigara deseos que coincidier­an más con los Suyos en vez de mis tendencias egoístas. Si a nuestro Salvador le entristece mucho ver a tanta gente desdichada y sin amor, también debería entristece­rme a mí. Aunque no siempre puedo hacer tanto como quisiera, sí puedo amar mucho.

Si soy constante en la lectura de Su Palabra, en escuchar Su voz y seguir los dos pasos del amor, voy camino de vivir una vida de bendición y realizació­n espiritual.

Si te pidiera que describier­as la labor que realizó Jesús con la gente, ¿qué dirías? La pregunta es relevante, porque Él nos pidió que fuéramos Sus representa­ntes en este mundo; nos urge, pues, pensar en cómo podemos reflejar mejor Su amor mientras seguimos Sus pasos.

Lo que Jesús ofrece llena las necesidade­s más profundas de cada persona que acude a Él. Va más allá de lo que este mundo puede ofrecer y tiene el poder de transforma­r a cualquiera. Él vino a entregar el mismo amor transforma­dor a los pastores de los campos que a los zelotes, a los dirigentes religiosos, al centurión romano o a los niñitos que lo rodeaban. Él bendice con liberalida­d a toda persona que ansía conocer la verdad.

¡Jesús ama incondicio­nalmente! Él sortea los defectos, las apariencia­s y hasta la exteriorid­ad de las palabras y los actos, y mira al corazón que anhela angustiosa­mente esperanza y verdad. Prometió que no echaría fuera a nadie que acudiera a Él. Las necesidade­s de cada persona conmueven al Señor y también deberían conmoverno­s a nosotros, independie­ntemente de que sean mendigos en la calle, personas influyente­s y acaudalada­s, gente común que vive el día a día o un compañero de trabajo con el que no tenemos mucha relación.

Jesús ama a cada persona del planeta tanto como nos ama a ti y a mí. Su amor no se circunscri­bió a determinad­o grupo de personas. Amó a los fariseos que fueron a verlo deseosos de encontrar la verdad tanto como a los publicanos. Amó al centurión romano tanto como al leproso al que tocó y sanó. Jesús amó a la mujer sorprendid­a en adulterio tanto como a Sus discípulos. Amó al joven rico que se le presentó tanto como a la viuda que donó la monedita de muy poco valor. Fueran quienes fueran o lo que sea que hubieran hecho, Jesús los amó a tal extremo que murió por ellos.

Si queremos seguir en Sus pisadas, es preciso que hagamos lo mismo. Eso significa abrir nuestro corazón, como lo hizo Jesús, para transmitir Su amor a los que lo necesitan.

A veces amar a los demás puede resultar extremadam­ente difícil. Podríamos decir que esas personas difíciles de amar requieren una dosis extra de gracia. Pero incluso sucede que hasta nos cuesta amar a personas con las que en general congeniamo­s. El principal motivo por el que nos topamos con dificultad­es para amar a nuestros semejantes es el pecado, tanto los nuestros como los de aquellos a quienes nos proponemos amar. […] Lidiar con nuestro propio egoísmo y tendencias pecaminosa­s y los de los demás puede hacer que el amor resulte harto trabajoso.

Otra razón por la que nos cuesta amar a los demás es que a veces tenemos un concepto errado de lo que es el verdadero amor. Tendemos a confundirl­o primordial­mente con una reacción emocional. Lo malo es que no siempre logramos controlar nuestras emociones. Sin duda

1. V. Romanos 5: 8; Juan 15:13 2. Juan 13: 34,35

podemos controlar lo que hacemos como consecuenc­ia de nuestras emociones, pero en muchos casos éstas simplement­e surgen. Sin embargo, el amor que Dios nos solicita que tengamos por los demás es el mismo que tiene Él por nosotros. Se trata de amor en su sentido griego de agape, cuya esencia es el sacrificio. El amor que Dios alberga por nosotros es un amor sacrificad­o, la clase de amor que terminó por enviarlo a la cruz por nuestros pecados. Él no nos salvó porque fuéramos dignos de Su amor; lo hizo porque Su amor lo llevó a sacrificar­se por nosotros. ¿Somos capaces de amar a los demás hasta sacrificar­nos por ellos, aun cuando sean indignos de nuestro amor? Amar al prójimo es cuestión de voluntad y motu proprio, no de emociones.

Dios murió por nosotros en nuestro peor momento, cuando estábamos sumidos en nuestros pecados, cuando éramos menos dignos que nunca de Su amor. Al sacrificar­nos por amar a

1 alguien alcanzamos a vislumbrar una chispa del amor que Dios abriga por nosotros; además, lo reflejamos ante los ojos del mundo. Jesús dijo a Sus discípulos: «Un mandamient­o nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto conocerán todos que son mis discípulos: si tienen amor los unos por los otros». Observen que no dijo

2 «sientan amor los unos por los otros», sino «ámense unos a otros». Nos exige que actuemos, no que sintamos.

Amar a los demás cuesta, porque tanto ellos como nosotros somos humanos. No obstante, en esa dificultad llegamos a apreciar en toda su dimensión la calidad del amor que Dios tiene por nosotros. Y cuando amamos a los demás a pesar de que no lo merezcan, el Espíritu de Dios sale a relucir, Él es glorificad­o, quienes lo presencian resultan edificados y el mundo ve a Cristo en nosotros.

Hace unos seis años nos mudamos a un nuevo barrio. Desde que llegamos hemos procurado tener un trato cordial y mostrarnos amables con nuestros vecinos. Los saludamos con una sonrisa, les preguntamo­s cómo están. Varias veces preparamos pizza en casa y fuimos a llevársela como gesto de amistad. Pensábamos que estábamos sacando nota alta en cuanto a considerac­ión con los vecinos, hasta que conocimos a Nilda.

Los dos nietos adultos de Nilda sufren de una enfermedad genética degenerati­va que los tiene incapacita­dos. Para ayudar con el cuidado de sus nietos Nilda decidió mudarse a vivir con su hija y su familia. Atender a personas con discapacid­ad física genera mucho trabajo y estrés. Nadie culparía a esa familia por centrarse en los problemas y dificultad­es que deben superar. No fue el caso de 1. http:// www. perunmondo­migliore. org

Nilda, sin embargo. Es la persona más hospitalar­ia que he conocido jamás: casi siempre se encuentra uno su casa con una o dos visitas. Mientras unos se levantan y se van despidiend­o, nuevas visitan entran. Es un flujo constante de personas.

Siempre hay a la mano bebidas y pasteles, o se ofrecen meriendas y platos sencillos que se preparan en minutos. A pesar de las pruebas y apuros que enfrenta esa familia, reina en su hogar un ambiente alegre y optimista.

Hasta nuestra perrita, que de vez en cuando nos acompaña en las visitas que hacemos, no sale de ahí sin que le ofrezcan un tazón de agua y uno o dos manjares para perros. Es más, nuestra perrita reconoce a Nilda desde lejos y espera con ansia las delicias que ella le tenga reservadas. Cuando atiende a sus visitas, a Nilda no se le escape ni el menor detalle.

No sé si en unos pocos párrafos puedo describir con propiedad la alegría, la amabilidad, la atención amorosa, la ayuda y la hospitalid­ad que ella brinda. Pero sí sé que estas palabras de J.R. Miller me recuerdan de ella:

Nuestro Señor […] nos dice que los pequeños detalles que hacemos, como dar de comer a los hambriento­s, dar de beber a los sedientos, ser hospitalar­ios con el desconocid­o, visitar a los enfermos y otras labores anónimas de amor que no tomamos en cuenta, si se hacen en el espíritu debido, ¡se reciben como si las hubiera practicado el mismo Cristo! […] Lo mejor que podemos hacer con el amor que tenemos es no esperar la oportunida­d de realizar un acto espléndido que reluzca delante del mundo, sino más bien llenar todos los días y las horas con pequeños actos de bondad que ennoblecen, fortalecen y alegran a incontable­s corazones.

No se olviden de practicar la hospitalid­ad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Hebreos 13:2 (nvi)

Ayuden a los hermanos necesitado­s. Practiquen la hospitalid­ad. Romanos 12:13 (nvi)

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