LOS DOS PASOS DEL AMOR
El otro día leí un artículo muy interesante sobre la técnica Feynman, que promete ayudarte a aprender cualquier cosa en cuatro pasos. Me intrigó, pues me gusta aprender y nunca desaprovecho una oportunidad para acelerar el proceso. El artículo decía que Feynman trataba siempre de explicar ideas complejas en términos sencillos. 1 Entonces recordé algo igualmente práctico y mucho más importante, que llamaré los dos pasos del amor, según los explicó el más grande todos los maestros:
1 Amar a Dios con todo lo que tienes dentro, absoluta e inequívocamente todo. Eso incluye tu tiempo, deseos, dinero y todo lo demás.
2 Amar a tu prójimo y mostrar interés por sus necesidades y sentimientos, tanto como te interesan los tuyos. Ponerte en el lugar de los demás y tomarte el tiempo para ayudarlos cuando y donde puedas.2
Con eso tenemos una fórmula sencilla para llevar una vida con sentido y realización.
¿Cuántas veces se ha dicho que lo que el mundo necesita es más amor? Y sin embargo, lamentablemente,
1. En este enlace se encuentran los 4 pasos del aprendizaje de Feynman: https://curiosity. com/ topics/ learn- anything- in - four- steps- with- the- feynman- technique- curiosity.
2. V. Mateo 22: 37– 40 vemos tantos sucesos en nuestro mundo moderno que representan todo lo contrario: guerras, violencia, discriminación e intolerancia. Qué diferente sería nuestra vida y la sociedad en general si practicáramos diariamente los dos pasos del amor.
Charles Spurgeon afirmó en cierta ocasión: «Tenemos comunión con Cristo en Sus pensamientos, propósitos y perspectivas de las cosas, pues Sus pensamientos son los nuestros según nuestra capacidad y santidad. El creyente ve un asunto desde la misma perspectiva que Jesús: lo que agrada a Él, agrada al creyente; lo mismo sucede con lo que lo apena».
Qué estupendo sería que eso fuera más cierto de mí; que pensara como lo hace Cristo, que abrigara deseos que coincidieran más con los Suyos en vez de mis tendencias egoístas. Si a nuestro Salvador le entristece mucho ver a tanta gente desdichada y sin amor, también debería entristecerme a mí. Aunque no siempre puedo hacer tanto como quisiera, sí puedo amar mucho.
Si soy constante en la lectura de Su Palabra, en escuchar Su voz y seguir los dos pasos del amor, voy camino de vivir una vida de bendición y realización espiritual.
Si te pidiera que describieras la labor que realizó Jesús con la gente, ¿qué dirías? La pregunta es relevante, porque Él nos pidió que fuéramos Sus representantes en este mundo; nos urge, pues, pensar en cómo podemos reflejar mejor Su amor mientras seguimos Sus pasos.
Lo que Jesús ofrece llena las necesidades más profundas de cada persona que acude a Él. Va más allá de lo que este mundo puede ofrecer y tiene el poder de transformar a cualquiera. Él vino a entregar el mismo amor transformador a los pastores de los campos que a los zelotes, a los dirigentes religiosos, al centurión romano o a los niñitos que lo rodeaban. Él bendice con liberalidad a toda persona que ansía conocer la verdad.
¡Jesús ama incondicionalmente! Él sortea los defectos, las apariencias y hasta la exterioridad de las palabras y los actos, y mira al corazón que anhela angustiosamente esperanza y verdad. Prometió que no echaría fuera a nadie que acudiera a Él. Las necesidades de cada persona conmueven al Señor y también deberían conmovernos a nosotros, independientemente de que sean mendigos en la calle, personas influyentes y acaudaladas, gente común que vive el día a día o un compañero de trabajo con el que no tenemos mucha relación.
Jesús ama a cada persona del planeta tanto como nos ama a ti y a mí. Su amor no se circunscribió a determinado grupo de personas. Amó a los fariseos que fueron a verlo deseosos de encontrar la verdad tanto como a los publicanos. Amó al centurión romano tanto como al leproso al que tocó y sanó. Jesús amó a la mujer sorprendida en adulterio tanto como a Sus discípulos. Amó al joven rico que se le presentó tanto como a la viuda que donó la monedita de muy poco valor. Fueran quienes fueran o lo que sea que hubieran hecho, Jesús los amó a tal extremo que murió por ellos.
Si queremos seguir en Sus pisadas, es preciso que hagamos lo mismo. Eso significa abrir nuestro corazón, como lo hizo Jesús, para transmitir Su amor a los que lo necesitan.
A veces amar a los demás puede resultar extremadamente difícil. Podríamos decir que esas personas difíciles de amar requieren una dosis extra de gracia. Pero incluso sucede que hasta nos cuesta amar a personas con las que en general congeniamos. El principal motivo por el que nos topamos con dificultades para amar a nuestros semejantes es el pecado, tanto los nuestros como los de aquellos a quienes nos proponemos amar. […] Lidiar con nuestro propio egoísmo y tendencias pecaminosas y los de los demás puede hacer que el amor resulte harto trabajoso.
Otra razón por la que nos cuesta amar a los demás es que a veces tenemos un concepto errado de lo que es el verdadero amor. Tendemos a confundirlo primordialmente con una reacción emocional. Lo malo es que no siempre logramos controlar nuestras emociones. Sin duda
1. V. Romanos 5: 8; Juan 15:13 2. Juan 13: 34,35
podemos controlar lo que hacemos como consecuencia de nuestras emociones, pero en muchos casos éstas simplemente surgen. Sin embargo, el amor que Dios nos solicita que tengamos por los demás es el mismo que tiene Él por nosotros. Se trata de amor en su sentido griego de agape, cuya esencia es el sacrificio. El amor que Dios alberga por nosotros es un amor sacrificado, la clase de amor que terminó por enviarlo a la cruz por nuestros pecados. Él no nos salvó porque fuéramos dignos de Su amor; lo hizo porque Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros. ¿Somos capaces de amar a los demás hasta sacrificarnos por ellos, aun cuando sean indignos de nuestro amor? Amar al prójimo es cuestión de voluntad y motu proprio, no de emociones.
Dios murió por nosotros en nuestro peor momento, cuando estábamos sumidos en nuestros pecados, cuando éramos menos dignos que nunca de Su amor. Al sacrificarnos por amar a
1 alguien alcanzamos a vislumbrar una chispa del amor que Dios abriga por nosotros; además, lo reflejamos ante los ojos del mundo. Jesús dijo a Sus discípulos: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto conocerán todos que son mis discípulos: si tienen amor los unos por los otros». Observen que no dijo
2 «sientan amor los unos por los otros», sino «ámense unos a otros». Nos exige que actuemos, no que sintamos.
Amar a los demás cuesta, porque tanto ellos como nosotros somos humanos. No obstante, en esa dificultad llegamos a apreciar en toda su dimensión la calidad del amor que Dios tiene por nosotros. Y cuando amamos a los demás a pesar de que no lo merezcan, el Espíritu de Dios sale a relucir, Él es glorificado, quienes lo presencian resultan edificados y el mundo ve a Cristo en nosotros.
Hace unos seis años nos mudamos a un nuevo barrio. Desde que llegamos hemos procurado tener un trato cordial y mostrarnos amables con nuestros vecinos. Los saludamos con una sonrisa, les preguntamos cómo están. Varias veces preparamos pizza en casa y fuimos a llevársela como gesto de amistad. Pensábamos que estábamos sacando nota alta en cuanto a consideración con los vecinos, hasta que conocimos a Nilda.
Los dos nietos adultos de Nilda sufren de una enfermedad genética degenerativa que los tiene incapacitados. Para ayudar con el cuidado de sus nietos Nilda decidió mudarse a vivir con su hija y su familia. Atender a personas con discapacidad física genera mucho trabajo y estrés. Nadie culparía a esa familia por centrarse en los problemas y dificultades que deben superar. No fue el caso de 1. http:// www. perunmondomigliore. org
Nilda, sin embargo. Es la persona más hospitalaria que he conocido jamás: casi siempre se encuentra uno su casa con una o dos visitas. Mientras unos se levantan y se van despidiendo, nuevas visitan entran. Es un flujo constante de personas.
Siempre hay a la mano bebidas y pasteles, o se ofrecen meriendas y platos sencillos que se preparan en minutos. A pesar de las pruebas y apuros que enfrenta esa familia, reina en su hogar un ambiente alegre y optimista.
Hasta nuestra perrita, que de vez en cuando nos acompaña en las visitas que hacemos, no sale de ahí sin que le ofrezcan un tazón de agua y uno o dos manjares para perros. Es más, nuestra perrita reconoce a Nilda desde lejos y espera con ansia las delicias que ella le tenga reservadas. Cuando atiende a sus visitas, a Nilda no se le escape ni el menor detalle.
No sé si en unos pocos párrafos puedo describir con propiedad la alegría, la amabilidad, la atención amorosa, la ayuda y la hospitalidad que ella brinda. Pero sí sé que estas palabras de J.R. Miller me recuerdan de ella:
Nuestro Señor […] nos dice que los pequeños detalles que hacemos, como dar de comer a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, ser hospitalarios con el desconocido, visitar a los enfermos y otras labores anónimas de amor que no tomamos en cuenta, si se hacen en el espíritu debido, ¡se reciben como si las hubiera practicado el mismo Cristo! […] Lo mejor que podemos hacer con el amor que tenemos es no esperar la oportunidad de realizar un acto espléndido que reluzca delante del mundo, sino más bien llenar todos los días y las horas con pequeños actos de bondad que ennoblecen, fortalecen y alegran a incontables corazones.
No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Hebreos 13:2 (nvi)
Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad. Romanos 12:13 (nvi)