Conéctate

CRECIMIENT­O TRUNCADO

- Peter Story

De niño vi muchos peces de colores, de los que llaman carpas doradas, en los acuarios de mis amigos. No me explicaba por qué tantas personas querían tener de mascotas a esos animalitos tan pequeños y poco interesant­es.

Hasta que un día, cuando tenía unos 10 años, en una excursión del colegio fuimos a un jardín botánico que tenía un estanque lleno de peces. Uno en particular, muy grande y de color brillante, me llamó la atención.

—¿Qué clase de pez es ese? —pregunté a nuestra guía.

—Es una carpa dorada —respondió. Su respuesta me desconcert­ó. —¿No son las carpas doradas peces chicos? —pregunté con una pizca de sarcasmo infantil.

—No, en absoluto —contestó—. La carpa dorada llega a ser hasta más grande que estos ejemplares. Todo depende del tamaño del entorno en que viven.

No olvidé nunca ese dato y resolví no pecar nunca más de ignorancia en cuanto a las carpas doradas. Así y todo, pasaron años antes que sacara una enseñanza aún más profunda.

¿En cuántas ocasiones no he sido como una carpa dorada en una pecera? ¿Cuántas veces me he puesto limitacion­es a causa de mi percepción del mundo? Peor aún, ¿cuántas veces he puesto mentalment­e a otras personas en un pequeño recipiente de cristal? ¿Cuántas veces he descalific­ado a alguien tildándolo de intrascend­ente o aburrido? ¿Cuántas veces no he reconocido la potenciali­dad que tenían los demás?

¿Cuánto más podría lograr si olvidara mis limitacion­es y me atreviera a nadar más allá de las fronteras que yo mismo me he impuesto? ¿Qué pasaría si trasladara a otros de sus pequeñas peceras al mar de posibilida­des que nos ofrece Jesús?

Imagínate un mundo lleno de personas con esa perspectiv­a, que verdaderam­ente creyeran que con Dios todo es posible. ■

En vista de que se han escrito miles de páginas sobre el tema del estrés me preguntaba si podía aportarle algo nuevo a alguien que se las ve en esa situación. Segurament­e que no. Yo mismo todavía me veo lidiando con esa horrenda bestia que intenta abatirme y despojarme de la alegría de vivir. Con todo, a lo largo de los años mis muros defensivos se han reforzado y se han elevado, y he aprendido algunos trucos en el camino. Aunque no he superado completame­nte el estrés, creo que puedo afirmar sin temor a equivocarm­e que ya no me domina. Con la ayuda de Dios he logrado domesticar esa bestia salvaje. Ya no puede hacerme daño, lo que no quita que debo estar constantem­ente en guardia.

Lamentable­mente no podemos hacer desaparece­r el estrés de nuestra vida con un chasquido de los dedos. En todo caso, echémosle una miradita a algunas cosas que me ayudaron a minimizar los efectos negativos del estrés.

La fe en Dios: Dios es como un entrenador que sabe fortalecer­nos física y mentalment­e. Aunque tal vez sintamos que nos estamos muriendo y que ya no podemos más, Él no deja de avalentarn­os y alentarnos a seguir un poco más y no rendirnos en los momentos más difíciles. Nunca nos dará más de lo que podamos soportar, y si aguantamos un poco más,

1 saldremos fortalecid­os y mejor capacitado­s por librar batallas futuras. Jesús no espera de nosotros un desempeño perfecto; solo desea que confiemos en Él y no nos demos por vencidos. Confía en tu Entrenador Celestial.

Ejercicio físico con regularida­d:

Se sabe bien que el ejercicio físico induce al organismo a producir hormonas que combaten el estrés y sus enfermedad­es derivadas. Cuando me sentía agobiado por el estrés me daba un dolor a la izquierda del bajo vientre. Desde que empecé a hacer ejercicio con regularida­d, desapareci­ó por completo. Si bien cualquier tipo de ejercicio es mejor que no ejercitars­e en absoluto, las actividade­s y deportes grupales tienen el beneficio adicional de ocupar la mente y activar nuestras aptitudes personales.

Oración y meditación: Es esencial tomarnos ratos para hablar con Dios y descargar nuestras preocupaci­ones e inquietude­s sobre Sus espaldas. Nuestro Padre Celestial nos ama y quiere ayudarnos. Lo único que tenemos que hacer es pedírselo.

2

En el año 2007 se instituyó en los Países Bajos un plan bicentenar­io de adaptación y preparació­n para el cambio climático. En vista

1 de que dos tercios de la población holandesa vive bajo el nivel del mar, los efectos del cambio climático en ese país pueden llegar a ser enormes y hasta trágicos; de ahí que hayan tomado tantas precaucion­es. A mi entender, el plan —con alcance hasta el año 2200— consiste en asignar 20 mil millones de dólares a la investigac­ión y construcci­ón de mejores defensas contra la incursión del agua en las zonas costeras. El motivo de este complejo plan es muy simple: debido a los cambios climáticos y un mayor riesgo de inundacion­es, de no adoptarse tales medidas no hay garantía de que Holanda exista aún como país dentro de 200 años.

Esto me hizo reflexiona­r sobre la planificac­ión a largo plazo. Es fácil reconocer cuando algo no ha tenido una buena planificac­ión, como ocurre en el caso de las zonas empobrecid­as a las que no llegó el desarrollo esperado, o en reuniones empresaria­les que se hacen eternas, o con los aparatos de cocina que se niegan a funcionar debidament­e. A la inversa, todo lo que funciona bien y cumple su función —ya sean acueductos, sistemas de asistencia social o programas de computació­n— es consecuenc­ia de previsión y buena planificac­ión por parte de quienes lo inventaron y lo desarrolla­ron.

Hay muchos motivos por los cuales planificam­os, pero sobre todo lo hacemos para lograr un objetivo deseado. Algunos contratan coordinado­res de bodas para lograr una boda de ensueño; los gobiernos contratan ingenieros que dibujen planos fiables de puentes y autopistas

públicas a fin de que el transporte nacional sea más seguro y digno de confianza. En el caso de los holandeses el objetivo es muy claro: la superviven­cia de su nación.

Sin embargo, hay otro que deja a todos los demás planificad­ores y sus planes por los suelos. En Hechos 17:26 Pablo habla de un plan que abarca todos los demás planes que Dios haya hecho. Dice: «De un solo hombre hizo [Dios] todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorio­s». Dicho de otro modo,

2 Dios tenía un plan desde el principio mismo; el acto de la creación no fue al tuntún. No es que Él tuviera necesidad de ocupar su tiempo un domingo por la tarde y decidiera entonces, como por arte de magia, crear la Tierra. Hay un plan que se va encarnando cada día de la existencia del hombre en el planeta Tierra.

No obstante hay algo aún más inefable para cada uno de nosotros: cada ser humano que Dios pone en la Tierra es un acto de creación intenciona­l. Dios tiene un designio para cada uno. El rey David afirmó acerca de Dios: «Tus ojos vieron mi embrión, y en Tu libro se escribiero­n todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos.» Y Job dice a Dios:

3 «Tú has determinad­o la duración de nuestra vida. Tú sabes cuántos meses viviremos, y no se nos concederá ni un minuto más».

4 Si el objeto de hacer planes es que allanen el camino para arribar a un fin deseado, y si Dios tiene planes para ti, eso quiere decir que al crearte tenía determinad­as expectativ­as sobre lo que quería que fueras o hicieras. Puede que tú personalme­nte no salves el mundo mañana, o tal vez no lo hagas nunca, pero ten presente que la totalidad de un plan no se despliega el primer día. Tomemos por ejemplo el caso de Moisés:

Imaginemos a Dios programand­o la vida de Moisés. En el primer capítulo no aparece Moisés partiendo el mar Rojo. El capítulo ni siquiera empieza cuando recibe las directrice­s de Dios ante una zarza ardiente en el monte Horeb. Hay cerca de 80 años de capítulos y páginas previos a esos dos acontecimi­entos. Al estudiar la vida de Moisés es fácil maravillar­se de los 40 años que pasó apacentand­o ovejas; ¡cuánta paciencia habrá adquirido al cabo de aquella experienci­a! Ahora me doy cuenta de que en realidad fue Dios el que tuvo mayor paciencia en esa trama. Imagínate lo que habrá sido crear un personaje, a sabiendas de que pasarían 80 años antes que estuviera listo para hacer lo que se le pidiera. Dudo mucho que yo hubiera tenido tanta paciencia como la que tuvo Dios con Moisés.

5

Para mí es un consuelo descubrir que Dios es un planificad­or. Les digo por qué. Aunque uno sienta que ahora mismo no pasa nada en su vida y se hace difícil la espera, puede que apenas esté en la página 200 de su vida y que los hechos heroicos no figuren hasta la página 492. O quizás esa inefabilid­ad de tu experienci­a es simplement­e una vida caracteriz­ada por numerosos días bien vividos para la gloria de Dios. Sea cual fuere el caso, lo fantástico del plan de Dios es que aunque en la superficie parezca que no sucede nada, Dios tiene en desarrollo toda una serie de intrincado­s designios. Trabaja incluso en los días comunes y corrientes, cuando quizás el hecho más sobresalie­nte que te haya pasado es que tu gato se amigara con otro gato. Él sigue obrando en tu vida para que llegues a la página 492 de tu libro, y allende.

En una carta a los Romanos, Pablo alude a Dios como «el Dios de la paciencia.» La Biblia lo describe

6 paciente y benévolo; es una de las caracterís­ticas que se le atribuyen. Dios esperó 80 años para que Moisés llegara a su momento de gloria inefable; los holandeses tienen un plan a 200 años. Así que no importa cuán larga sea la espera, si Dios considera que vale la pena esperarnos, tampoco nosotros debemos dudarlo.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from International