CRECIMIENTO TRUNCADO
De niño vi muchos peces de colores, de los que llaman carpas doradas, en los acuarios de mis amigos. No me explicaba por qué tantas personas querían tener de mascotas a esos animalitos tan pequeños y poco interesantes.
Hasta que un día, cuando tenía unos 10 años, en una excursión del colegio fuimos a un jardín botánico que tenía un estanque lleno de peces. Uno en particular, muy grande y de color brillante, me llamó la atención.
—¿Qué clase de pez es ese? —pregunté a nuestra guía.
—Es una carpa dorada —respondió. Su respuesta me desconcertó. —¿No son las carpas doradas peces chicos? —pregunté con una pizca de sarcasmo infantil.
—No, en absoluto —contestó—. La carpa dorada llega a ser hasta más grande que estos ejemplares. Todo depende del tamaño del entorno en que viven.
No olvidé nunca ese dato y resolví no pecar nunca más de ignorancia en cuanto a las carpas doradas. Así y todo, pasaron años antes que sacara una enseñanza aún más profunda.
¿En cuántas ocasiones no he sido como una carpa dorada en una pecera? ¿Cuántas veces me he puesto limitaciones a causa de mi percepción del mundo? Peor aún, ¿cuántas veces he puesto mentalmente a otras personas en un pequeño recipiente de cristal? ¿Cuántas veces he descalificado a alguien tildándolo de intrascendente o aburrido? ¿Cuántas veces no he reconocido la potencialidad que tenían los demás?
¿Cuánto más podría lograr si olvidara mis limitaciones y me atreviera a nadar más allá de las fronteras que yo mismo me he impuesto? ¿Qué pasaría si trasladara a otros de sus pequeñas peceras al mar de posibilidades que nos ofrece Jesús?
Imagínate un mundo lleno de personas con esa perspectiva, que verdaderamente creyeran que con Dios todo es posible. ■
En vista de que se han escrito miles de páginas sobre el tema del estrés me preguntaba si podía aportarle algo nuevo a alguien que se las ve en esa situación. Seguramente que no. Yo mismo todavía me veo lidiando con esa horrenda bestia que intenta abatirme y despojarme de la alegría de vivir. Con todo, a lo largo de los años mis muros defensivos se han reforzado y se han elevado, y he aprendido algunos trucos en el camino. Aunque no he superado completamente el estrés, creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que ya no me domina. Con la ayuda de Dios he logrado domesticar esa bestia salvaje. Ya no puede hacerme daño, lo que no quita que debo estar constantemente en guardia.
Lamentablemente no podemos hacer desaparecer el estrés de nuestra vida con un chasquido de los dedos. En todo caso, echémosle una miradita a algunas cosas que me ayudaron a minimizar los efectos negativos del estrés.
La fe en Dios: Dios es como un entrenador que sabe fortalecernos física y mentalmente. Aunque tal vez sintamos que nos estamos muriendo y que ya no podemos más, Él no deja de avalentarnos y alentarnos a seguir un poco más y no rendirnos en los momentos más difíciles. Nunca nos dará más de lo que podamos soportar, y si aguantamos un poco más,
1 saldremos fortalecidos y mejor capacitados por librar batallas futuras. Jesús no espera de nosotros un desempeño perfecto; solo desea que confiemos en Él y no nos demos por vencidos. Confía en tu Entrenador Celestial.
Ejercicio físico con regularidad:
Se sabe bien que el ejercicio físico induce al organismo a producir hormonas que combaten el estrés y sus enfermedades derivadas. Cuando me sentía agobiado por el estrés me daba un dolor a la izquierda del bajo vientre. Desde que empecé a hacer ejercicio con regularidad, desapareció por completo. Si bien cualquier tipo de ejercicio es mejor que no ejercitarse en absoluto, las actividades y deportes grupales tienen el beneficio adicional de ocupar la mente y activar nuestras aptitudes personales.
Oración y meditación: Es esencial tomarnos ratos para hablar con Dios y descargar nuestras preocupaciones e inquietudes sobre Sus espaldas. Nuestro Padre Celestial nos ama y quiere ayudarnos. Lo único que tenemos que hacer es pedírselo.
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En el año 2007 se instituyó en los Países Bajos un plan bicentenario de adaptación y preparación para el cambio climático. En vista
1 de que dos tercios de la población holandesa vive bajo el nivel del mar, los efectos del cambio climático en ese país pueden llegar a ser enormes y hasta trágicos; de ahí que hayan tomado tantas precauciones. A mi entender, el plan —con alcance hasta el año 2200— consiste en asignar 20 mil millones de dólares a la investigación y construcción de mejores defensas contra la incursión del agua en las zonas costeras. El motivo de este complejo plan es muy simple: debido a los cambios climáticos y un mayor riesgo de inundaciones, de no adoptarse tales medidas no hay garantía de que Holanda exista aún como país dentro de 200 años.
Esto me hizo reflexionar sobre la planificación a largo plazo. Es fácil reconocer cuando algo no ha tenido una buena planificación, como ocurre en el caso de las zonas empobrecidas a las que no llegó el desarrollo esperado, o en reuniones empresariales que se hacen eternas, o con los aparatos de cocina que se niegan a funcionar debidamente. A la inversa, todo lo que funciona bien y cumple su función —ya sean acueductos, sistemas de asistencia social o programas de computación— es consecuencia de previsión y buena planificación por parte de quienes lo inventaron y lo desarrollaron.
Hay muchos motivos por los cuales planificamos, pero sobre todo lo hacemos para lograr un objetivo deseado. Algunos contratan coordinadores de bodas para lograr una boda de ensueño; los gobiernos contratan ingenieros que dibujen planos fiables de puentes y autopistas
públicas a fin de que el transporte nacional sea más seguro y digno de confianza. En el caso de los holandeses el objetivo es muy claro: la supervivencia de su nación.
Sin embargo, hay otro que deja a todos los demás planificadores y sus planes por los suelos. En Hechos 17:26 Pablo habla de un plan que abarca todos los demás planes que Dios haya hecho. Dice: «De un solo hombre hizo [Dios] todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios». Dicho de otro modo,
2 Dios tenía un plan desde el principio mismo; el acto de la creación no fue al tuntún. No es que Él tuviera necesidad de ocupar su tiempo un domingo por la tarde y decidiera entonces, como por arte de magia, crear la Tierra. Hay un plan que se va encarnando cada día de la existencia del hombre en el planeta Tierra.
No obstante hay algo aún más inefable para cada uno de nosotros: cada ser humano que Dios pone en la Tierra es un acto de creación intencional. Dios tiene un designio para cada uno. El rey David afirmó acerca de Dios: «Tus ojos vieron mi embrión, y en Tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos.» Y Job dice a Dios:
3 «Tú has determinado la duración de nuestra vida. Tú sabes cuántos meses viviremos, y no se nos concederá ni un minuto más».
4 Si el objeto de hacer planes es que allanen el camino para arribar a un fin deseado, y si Dios tiene planes para ti, eso quiere decir que al crearte tenía determinadas expectativas sobre lo que quería que fueras o hicieras. Puede que tú personalmente no salves el mundo mañana, o tal vez no lo hagas nunca, pero ten presente que la totalidad de un plan no se despliega el primer día. Tomemos por ejemplo el caso de Moisés:
Imaginemos a Dios programando la vida de Moisés. En el primer capítulo no aparece Moisés partiendo el mar Rojo. El capítulo ni siquiera empieza cuando recibe las directrices de Dios ante una zarza ardiente en el monte Horeb. Hay cerca de 80 años de capítulos y páginas previos a esos dos acontecimientos. Al estudiar la vida de Moisés es fácil maravillarse de los 40 años que pasó apacentando ovejas; ¡cuánta paciencia habrá adquirido al cabo de aquella experiencia! Ahora me doy cuenta de que en realidad fue Dios el que tuvo mayor paciencia en esa trama. Imagínate lo que habrá sido crear un personaje, a sabiendas de que pasarían 80 años antes que estuviera listo para hacer lo que se le pidiera. Dudo mucho que yo hubiera tenido tanta paciencia como la que tuvo Dios con Moisés.
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Para mí es un consuelo descubrir que Dios es un planificador. Les digo por qué. Aunque uno sienta que ahora mismo no pasa nada en su vida y se hace difícil la espera, puede que apenas esté en la página 200 de su vida y que los hechos heroicos no figuren hasta la página 492. O quizás esa inefabilidad de tu experiencia es simplemente una vida caracterizada por numerosos días bien vividos para la gloria de Dios. Sea cual fuere el caso, lo fantástico del plan de Dios es que aunque en la superficie parezca que no sucede nada, Dios tiene en desarrollo toda una serie de intrincados designios. Trabaja incluso en los días comunes y corrientes, cuando quizás el hecho más sobresaliente que te haya pasado es que tu gato se amigara con otro gato. Él sigue obrando en tu vida para que llegues a la página 492 de tu libro, y allende.
En una carta a los Romanos, Pablo alude a Dios como «el Dios de la paciencia.» La Biblia lo describe
6 paciente y benévolo; es una de las características que se le atribuyen. Dios esperó 80 años para que Moisés llegara a su momento de gloria inefable; los holandeses tienen un plan a 200 años. Así que no importa cuán larga sea la espera, si Dios considera que vale la pena esperarnos, tampoco nosotros debemos dudarlo.