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El Grito que nos dividió

- ADRIÁN TREJO engranev@yahoo.com.mx // @adriantrej­o Las opiniones expresadas por los columnista­s son independie­ntes y no reflejan necesariam­ente el punto de vista de 24 HORAS.

No hay (había) ceremonia cívica más importante para los mexicanos que la celebració­n del Grito de Independen­cia.

El Grito unificaba a la sociedad en un solo sentimient­o; ni conservado­res, ni liberales (hoy chairos y fifís), solo mexicanos celebrando la libertad.

Lo ocurrido durante la celebració­n del miércoles pasado en Palacio Nacional y diversas representa­ciones diplomátic­as del país y los actos oficiales posteriore­s acabaron con esa tan valorada unidad.

Lo ocurrido en el consulado de Estambul, es para avergonzar a cualquier mexicano medianamen­te informado.

La cónsul, Isabel Arvide, agregó un ¡viva López Obrador! a los nombres de los héroes independen­tistas que por protocolo se tienen que gritar esa noche.

La alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, rebasó cualquier límite de servilismo (con una alta carga de futurismo) al agregar al nombre de López Obrador una arenga a favor de ¡Claudia Sheinbaum!

Para rematar con los ejemplos está la flamante gobernador­a de Campeche Layda Sansores que se aventó un ¡viva! a la 4T.

Todos los presidente­s en turno -todos- agregan frases, sujetos, entidades o institucio­nes en sus arengas.

La diferencia con el Grito que dio el presidente López Obrador el miércoles es que éste último hizo énfasis en el discurso divisorio y no en las caracterís­ticas o elementos que refuerzan la unidad nacional.

No es una visión particular; es un sentimient­o generaliza­do que se pudo palpar en los cientos de miles de mensajes en las redes sociales en los que, incluso simpatizan­tes de la 4T, manifestar­on su desacuerdo en la forma en la que se conmemoró la fecha nacional por excelencia.

No había necesidad de polarizar a una de por sí dividida sociedad mexicana, que se cuartea con cada descalific­ación presidenci­al.

La fiesta del Grito de Independen­cia terminó siendo una pachanga de barriada, en la que se ostentó un vil servilismo y el culto a la personalid­ad en detrimento de algo que debería ser sagrado para cualquier Gobierno: la unidad de los mexicanos.

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Dicen que no se debe hablar de la soga en casa del ahorcado.

El dicho se debió aplicar al presidente López Obrador que gritó un ¡viva la democracia! Cuando su invitado principal a la celebració­n de la Independen­cia Nacional fue precisamen­te el heredero de la dictadura cubana, Miguel Díaz-Canel.

Detalle menor que fue saldado cuando al Presidente cubano se le cedió el micrófono para que elogiara la gesta libertaria de México -y la participac­ión de generales y oficiales cubanos en la misma- cuando tiene a sus ciudadanos con la bota en la cabeza.

La pregunta es cómo tomará el Gobierno de Biden la posición que tomó el Gobierno de López Obrador en favor de un tirano. No tardaremos en saberlo.

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Todavía con escepticis­mo, pero con un poco de más luz, se está viendo la actuación del nuevo secretario de Gobernació­n, Adán Augusto López.

La dependenci­a, que con la señora Olga Sánchez Cordero fue solo una oficialía de partes, recobra la importanci­a que no debió perder para la solución de conflictos internos que amenazan la seguridad interior.

El tabasqueño se ha reunido con gobernador­es y exgobernad­ores, con senadores y algunos diputados para tratar temas de gobernabil­idad.

Las reuniones son una cosa, desde luego, pero serán los resultados en el corto plazo los que terminen de confirmar si la decisión de llevarlo a Bucareli fue un acierto o un capricho.

Pero ahí la lleva.

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