Tequilita a mano
En la noche en la que la mayor parte de los mexicanos –no digo todos porque hay apátridas desdeñosos de nuestras fiestas e incluso lacayos aún de cuanto huela a hispánico–, se sienten patriotas con una media botella de tequila adentro y un monumental grito de cara al Palacio Nacional –las protestas callan cuando los vítores comienzan y la enseña tricolor ondea–, nadie recordará los estragos de la semana anterior, de estos días cercanos, en los cuales los sustos tuvieron en vilo a la mitad de la población con mucha más fuerza que en aquella jornada de Dolores en 1810.
Con las torrenciales aguas llegaron los socavones, como nunca antes, exhibiendo la podredumbre de las complicidades entre la clase política y las constructoras cómplices a las que nadie ha reclamado con procesos judiciales en ristre. Cuando el sismo de 1985 y el derrumbe de algunos edificios, entre ellos el Nuevo León, se giraron órdenes de aprehensión contra los constructores Abelardo Meneses Vara y Max Tenembaum, pero jamás se realizaron obras para apuntalar el sitio y todavía hay quienes permanecen fuera de sus departamentos. Por cierto, una investigación seria determinó que no se habían cumplido el noventa por ciento de las especificaciones básicas; lo hizo el ingeniero Raúl Pérez Pereyra, cuya familia también fue víctima. Inapelable.
Y así hemos seguido. El jueves pasado –otra vez jueves–, once minutos antes de la medianoche, el fuerte temblor, en realidad un terremoto, de 8.2 grados en la escala Richter, no causó daños mayores ni la devastación que se vivió en 1985 con un sismo de menos graduación.