Basta

Soberbia real

- ANA MARÍA VÁZQUEZ @Anamariava­zquez Envía tu opinión @Anamariava­zquez

La figura de Simón Bolívar es profundame­nte respetada en Latinoamér­ica, ya que fue él quien condujo la campaña de independen­cia de Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador, Panamá y por supuesto Colombia; se dice que, empuñando la misma espada, logró llevar a buen puerto la liberación de estos países del yugo español.

La espada de Bolívar es considerad­a como el máximo símbolo de libertad y por ello fue robada por el M19 (un grupo guerriller­o), y se cuenta que fue ofrecida como regalo al hijo de Pablo Escobar.

Cuando la espada fue recuperada, se le resguardó como el gran símbolo que es, en la casa presidenci­al. Al entrar la izquierda al poder, de la mano de Gustavo Petro, éste le solicitó a Iván Duque, que la espada estuviera presente en la ceremonia de toma de posesión, pero Duque se negó, sin embargo, la primera orden de Petro fue pedir la espada para que fuera presentada en plena ceremonia, tal como sucedió.

Un hecho vergonzoso es que Felipe VI, actual rey de España, invitado a la ceremonia, no se pusiera de pie ante la entrada de un símbolo que representa la libertad para Latinoamér­ica; algunos de los asistentes hicieron escuchar su rechifla ante el agravio del rey español mientras éste, sin inmutarse, miraba hacia otro lado, como fingiendo no escuchar.

¡Qué terrible que represente tan poco para el habitante europeo un símbolo tan importante para América Latina!, ¡qué grave y sintomátic­o gesto de soberbia real al que no le significa ningún respeto el acto solemne al que fue invitado! Y en últimas ¡qué pésima educación del monarca que pareciera estar de nuevo visitando lo que otrora fueran sus “colonias”, que por supuesto YA NO LO SON!

Cuánto le ha costado a este lado del mundo su libertad, su soberanía y hacerse del respeto de los que antes, con sangre y fuego, robaron y subyugaron pueblos enteros enfundados en la mentira de la cruz y de convertirn­os en “gente de razón”.

Qué pena que el viejo mundo sigua ahí, envejecien­do, guiado por la soberbia de los que creen que todo lo merecen. Recuerdo una frase que escuché de un súbdito español: “España tiene rey, no por la gracia de Dios, sino porque Dios es un gracioso”.

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