Bitcoin es ridículo y blockchain peligroso
Cuando el bitcoin cae, una atmósfera festiva se apodera de mis rincones en internet. Siempre es divertido ver cómo se lamentan los extraños mientras sus absurdas monedas digitales se convierten en chatarra. No es que quiera que los tenedores de la criptomoneda sufran. Como tecnólogo y emprendedor, simpatizo y admiro a los que toman riesgos. Pero como escritor, disfruto del deporte que revela la condición humana. Me encanta ver a otros jugar videojuegos sin yo jugar. Por alguna razón, me gustan más las reglas que el juego mismo. Y bitcoin es en cierto modo solo un conjunto de reglas, definidas por software, que se ha convertido en uno de los juegos más extraños del mundo. Y las personas que invierten en una abstracción ingobernable, y que entran en pánico cuando baja, me divierten.
Observar el mundo de las ofertas iniciales de monedas en los últimos años ha sido como ver explotar palomitas. Por un tiempo todo se agitaba en el aire caliente y luego ¡pop! ¡Mastercoin, Ethereum,
Bancor, Tezos! Luego otros granos de maíz comenzaron a explotar y ahora estamos comiendo palomitas en el desayuno, la comida y la cena. Algunas startups de blockchain resultan cómicas, algunas lo son deliberadamente, como Useless Ethereum Token, cuyo logo es un dedo medio levantado. Naturalmente, los compradores han adquirido critptoactivos por valor de 300 mil dólares.
Amé la web desde el momento en que la vi, ¡podías leer cosas publicadas en Suiza ¡o en el MIT! Todo era tan libre. Era el sitio ideal para aplicar mi capacidad de realizar tareas repetitivas, es decir, programar. Cuando terminé la universidad comencé a hacer mis propias páginas y trabajé para una empresa que lo hacía para otros. Asistí a una fiesta de Yahoo! donde había un volcán falso y las librerías de Manhattan exhibían títulos como Dow 30,000 by 2008: Why It’s Different This Time, Dow 40,000: Strategies for Profiting From the Greatest Bull Market in History y Dow 100,000: Fact or Fiction.
● Los verdaderos creyentes de las criptomonedas prevén cambios emocionantes y otros escalofriantes.
Todo el mundo parloteaba sobre ofertas públicas iniciales, inversiones y capital riesgo, y la palabra “revolucionario” estaba en boca de todos. Sabía que debía tener una opinión sobre cómo interactuaban la web y los mercados de capital, pero solo quería escribir cosas y publicarlas en línea o hablar sobre los estándares de la web. Estos estándares no definían solo el software, sino también la cultura, eran la materia prima de la interacción humana.
Me topé con bitcoin por primera vez en 2009 y lo encontré vagamente interesante. Lo entendí, o mejor dicho, lo malentendí, como un abordaje más de los micropagos, con una pizca de las monedas virtuales de antaño como Beenz y Flooz. No hay una manera fácil de explicar bitcoin, pero hagamos un esfuerzo: cuando vas al cajero automático de la tienda a retirar dinero para comprar un six de cerveza, ingresas tu tarjeta bancaria. El procesador de transacciones la verifica en algún lugar, cobra una comisión y arroja efectivo. Todo funciona con software. Pues bien, adquirir un bitcoin es como usar un cajero automático, excepto que en lugar de dinero respaldado por el gobierno obtienes un comprobante de que una computadora en algún lugar solucionó un rompecabezas automatizado más rápido que otras computadoras, y en lugar de usar una tarjeta estás usando un token generado automáticamente que solo tú tienes, y en lugar de conectarte a un banco te conectas a una red descentralizada de computadoras que mantienen y actualizan colectivamente copias de una base de datos histórica de las transacciones, y que también validan colectivamente dichas transacciones usando matemática y escupen nuevos bitcoins de vez en cuando para recompensar a quienes solucionen el rompecabezas.
Y en lugar de comprar un six de cerveza a alguien detrás de un mostrador, estás transfiriendo cierta cantidad de bitcoin a otro token anónimo. Con el tiempo, todas las transacciones se agrupan en bloques y validan, y obtienen un código especial que toma en cuenta todos los códigos en los bloques precedentes, y allí lo tienes: una cadena de bloques o blockchain. De acuerdo con Bitcoin.org, la cadena de bloques de bitcoin es de aproximadamente 145 gigabytes, aunque será más grande cuando leas esto.
Que todo esto se convierta en dinero es ridículo y probablemente deberíamos burlarnos más de él. Bitcoin es un gran “dedo medio”. Es una broma, casi una parodia del sistema financiero global que se volvió una burbuja. “Los plutócratas de Davos tal vez piensen que controlan la oferta monetaria mundial. Pero los humanos convierten cualquier cosa en una economía”, parecen decir los bromistas. Para ser franco, la banca central nunca me gustó, simplemente es otra de esas vastas organizaciones tras las que nos escondemos, como la televisión o la religión. Pero puedo ver cómo irrita a los demás.
Fue sorprendente cuando algunos grandes bancos emitieron opiniones cautelosamente positivas del bitcoin y las cadenas de bloques. Los banqueros pueden, más que el resto de nosotros, ver el dinero como una abstracción. Aun cuando no sientan el bitcoin como pueden sentir las tasas de interés, éste se negocia, la gente lo compra y hay codicia, como con el dinero. ¿Entonces, por qué no? Podría ser algo serio. También puede argumentarse que la criptomoneda es una bendición para las personas que viven bajo regímenes represivos, una cuenta bancaria suiza para las masas con smartphone.
Lo que realmente logró el bitcoin es la financierización de algunas ideas genuinamente alegres. Libérate del tipo de cambio y quédate con un conjunto de tecnologías que, por ejemplo, te permiten crear escasez. Al menos de cierto tipo, porque puedes codificar datos e información en blockchain de una manera que te permita decir: “Este es el primero de estos objetos digitales, el original”, y distinguirlo de las copias. Se ha aplicado al arte digital, a patentes, fotos, cosas por el estilo.
El colapso de las puntocom se produjo a principios de la década de 2000. Las compañías se acurrucaban tratando de paliar el frío, fusionándose en nuevas formas de vida corporativa, agregando y quitando signos de exclamación a sus nombres. El trabajador de las puntocom se convirtió en objeto de burlas, un idiota que hablaba en jerga y que había llevado a la economía al despeñadero. Nos buscábamos a través de listas de correo electrónico, nos reuníamos en pequeños y sombríos departamentos de Brooklyn para hablar sobre el metalenguaje XML, las taxonomías de navegación, mapas de contenido y arquitectura de sitios. Luego volvió a salir el sol. Apareció Flickr, Google compró Blogger. Amanecía, volvieron la luz y el calor. Y poco a poco, la industria del software se deslizó en todos los aspectos del mundo corporativo. Llegó celular, las redes sociales explotaron, los trabajos volvieron y surgieron las escuelas de codificación para crear programadores y alimentar las fauces del comercio. Las abstracciones que yo amaba se convirtieron en industrias.
La gente se siente obligada a hacer predicciones sobre blockchain. Aquí está la mía: la avalancha actual de monedas disminuirá con el tiempo, porque es un gran, ineficiente e infame desastre. Es más una ideología que un instrumento financiero,
y la ideología rara vez es una reserva de valor sostenible. Además, las transacciones son lentas y uno no debería tener que usar esas brutales cantidades de energía para acuñar nueva moneda.
La mayoría de las cosas que blockchain promete hacer se pueden hacer más fácilmente con otras tecnologías, incluida la anticuada moneda fiduciaria. Pero reconozco un virus mental cuando lo veo.
Esto es lo que finalmente descubrí, con 25 años de carrera a cuestas: lo que más le gusta a Silicon Valley no son los productos o las plataformas debajo de ellos, sino los mercados. La forma en que rentabilizas o monetizas amplias franjas de población es mediante la creación de productos que la gente usa mucho. Construyes grandes plataformas de transacción debajo de ellos que ofrecen cosas increíbles, como resultados de búsqueda o fuentes de noticias clasificadas por relevancia, y luego debajo de todo eso construyes mercados para la publicidad, una verdadera máquina de hacer dinero. Si creas un mercado genuino, puedes hacerte increíblemente rico.
En el pasado, construir un mercado requería de consumidores y producto. Lo que tenemos ahora es un medio para acelerar cualquier número de subastas, un método para la fabricación masiva de intermediarios. Este es el destino de Silicon Valley. Y con las ofertas iniciales de monedas y las bolsas de bitcoin, tenemos un mercado para valorar los mercados. ¿Qué podría salir mal? Nunca hemos tenido problemas antes (¿verdad?).
Estados Unidos, al igual que otros países y mercados, entiende nuevas abstracciones sometiéndolas a un proceso de financierización. Es la forma en que nuestra cultura absorbe la información. Taxis, habitaciones sobrantes, educación pública… vemos mercados en todas partes. Bitcoin y blockchain llegaron prefinancierizados, destinados a reemplazar a la banca central. Pero, ¿y si lo más importante que ofrece blockchain no es un reemplazo de dinero sino una nueva forma de construir cultura?
Sé lo que es tener una idea de software en la mente y ver sus posibilidades ante tus ojos como huevos misteriosos. Algunos están podridos, otros vacíos, otros contienen polluelos perfectamente válidos, pero de vez en cuando, con suficiente poder de procesamiento, de uno puede nacer un dragón.
Siempre que escucho hablar sobre el ilimitado futuro del bitcoin, pienso en el libro Dow 100,000: Fact or Fiction. Lo vi por primera vez en la librería Borders en el World Trade Center. Unos años después, la tienda desapareció junto con todo el edificio y el título del libro era una broma triste. Los mercados perdieron interés en la tecnología. Hoy todas las librerías Borders también han desaparecido.
Las burbujas son cosas melancólicas, remolinos de mentiras y optimismo usados para esconder un millón de anhelos no realizados. Bitcoin se desplomará porque así lo hará. Las burbujas estallan. Los oportunistas se irán a casa y los creyentes permanecerán, se reunirán en pequeños y sombríos departamentos, planeando nuevos mercados. Podría llevar años, quizás una década, pero los fanáticos de la cadena de bloques tienen un mundo en su mente y no descansarán hasta que sea real. Que el resto de nosotros también vivamos aquí, es la menor de sus preocupaciones. Algunas de las cosas que harán serán mágicas, económicamente emocionantes. Otras pueden quitarnos el sueño por la noche.
Aun así, no puedo evitar verlos con envidia. No por la posible riqueza que amasen los creyentes, porque esa no les llegará a todos (la riqueza tiene su forma de encontrar el camino hacia unos pocos bolsillos). Estoy celoso de lo que experimentarán: el colapso, el rechazo y luego la lenta reconstrucción mientras aprenden la diferencia entre los juguetes y las herramientas. Tendrán la oportunidad de participar en el cortante filo de la cultura.