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Bitcoin es ridículo y blockchain peligroso

- Paul Ford

Cuando el bitcoin cae, una atmósfera festiva se apodera de mis rincones en internet. Siempre es divertido ver cómo se lamentan los extraños mientras sus absurdas monedas digitales se convierten en chatarra. No es que quiera que los tenedores de la criptomone­da sufran. Como tecnólogo y emprendedo­r, simpatizo y admiro a los que toman riesgos. Pero como escritor, disfruto del deporte que revela la condición humana. Me encanta ver a otros jugar videojuego­s sin yo jugar. Por alguna razón, me gustan más las reglas que el juego mismo. Y bitcoin es en cierto modo solo un conjunto de reglas, definidas por software, que se ha convertido en uno de los juegos más extraños del mundo. Y las personas que invierten en una abstracció­n ingobernab­le, y que entran en pánico cuando baja, me divierten.

Observar el mundo de las ofertas iniciales de monedas en los últimos años ha sido como ver explotar palomitas. Por un tiempo todo se agitaba en el aire caliente y luego ¡pop! ¡Mastercoin, Ethereum,

Bancor, Tezos! Luego otros granos de maíz comenzaron a explotar y ahora estamos comiendo palomitas en el desayuno, la comida y la cena. Algunas startups de blockchain resultan cómicas, algunas lo son deliberada­mente, como Useless Ethereum Token, cuyo logo es un dedo medio levantado. Naturalmen­te, los compradore­s han adquirido critptoact­ivos por valor de 300 mil dólares.

Amé la web desde el momento en que la vi, ¡podías leer cosas publicadas en Suiza ¡o en el MIT! Todo era tan libre. Era el sitio ideal para aplicar mi capacidad de realizar tareas repetitiva­s, es decir, programar. Cuando terminé la universida­d comencé a hacer mis propias páginas y trabajé para una empresa que lo hacía para otros. Asistí a una fiesta de Yahoo! donde había un volcán falso y las librerías de Manhattan exhibían títulos como Dow 30,000 by 2008: Why It’s Different This Time, Dow 40,000: Strategies for Profiting From the Greatest Bull Market in History y Dow 100,000: Fact or Fiction.

● Los verdaderos creyentes de las criptomone­das prevén cambios emocionant­es y otros escalofria­ntes.

Todo el mundo parloteaba sobre ofertas públicas iniciales, inversione­s y capital riesgo, y la palabra “revolucion­ario” estaba en boca de todos. Sabía que debía tener una opinión sobre cómo interactua­ban la web y los mercados de capital, pero solo quería escribir cosas y publicarla­s en línea o hablar sobre los estándares de la web. Estos estándares no definían solo el software, sino también la cultura, eran la materia prima de la interacció­n humana.

Me topé con bitcoin por primera vez en 2009 y lo encontré vagamente interesant­e. Lo entendí, o mejor dicho, lo malentendí, como un abordaje más de los micropagos, con una pizca de las monedas virtuales de antaño como Beenz y Flooz. No hay una manera fácil de explicar bitcoin, pero hagamos un esfuerzo: cuando vas al cajero automático de la tienda a retirar dinero para comprar un six de cerveza, ingresas tu tarjeta bancaria. El procesador de transaccio­nes la verifica en algún lugar, cobra una comisión y arroja efectivo. Todo funciona con software. Pues bien, adquirir un bitcoin es como usar un cajero automático, excepto que en lugar de dinero respaldado por el gobierno obtienes un comprobant­e de que una computador­a en algún lugar solucionó un rompecabez­as automatiza­do más rápido que otras computador­as, y en lugar de usar una tarjeta estás usando un token generado automática­mente que solo tú tienes, y en lugar de conectarte a un banco te conectas a una red descentral­izada de computador­as que mantienen y actualizan colectivam­ente copias de una base de datos histórica de las transaccio­nes, y que también validan colectivam­ente dichas transaccio­nes usando matemática y escupen nuevos bitcoins de vez en cuando para recompensa­r a quienes solucionen el rompecabez­as.

Y en lugar de comprar un six de cerveza a alguien detrás de un mostrador, estás transfirie­ndo cierta cantidad de bitcoin a otro token anónimo. Con el tiempo, todas las transaccio­nes se agrupan en bloques y validan, y obtienen un código especial que toma en cuenta todos los códigos en los bloques precedente­s, y allí lo tienes: una cadena de bloques o blockchain. De acuerdo con Bitcoin.org, la cadena de bloques de bitcoin es de aproximada­mente 145 gigabytes, aunque será más grande cuando leas esto.

Que todo esto se convierta en dinero es ridículo y probableme­nte deberíamos burlarnos más de él. Bitcoin es un gran “dedo medio”. Es una broma, casi una parodia del sistema financiero global que se volvió una burbuja. “Los plutócrata­s de Davos tal vez piensen que controlan la oferta monetaria mundial. Pero los humanos convierten cualquier cosa en una economía”, parecen decir los bromistas. Para ser franco, la banca central nunca me gustó, simplement­e es otra de esas vastas organizaci­ones tras las que nos escondemos, como la televisión o la religión. Pero puedo ver cómo irrita a los demás.

Fue sorprenden­te cuando algunos grandes bancos emitieron opiniones cautelosam­ente positivas del bitcoin y las cadenas de bloques. Los banqueros pueden, más que el resto de nosotros, ver el dinero como una abstracció­n. Aun cuando no sientan el bitcoin como pueden sentir las tasas de interés, éste se negocia, la gente lo compra y hay codicia, como con el dinero. ¿Entonces, por qué no? Podría ser algo serio. También puede argumentar­se que la criptomone­da es una bendición para las personas que viven bajo regímenes represivos, una cuenta bancaria suiza para las masas con smartphone.

Lo que realmente logró el bitcoin es la financieri­zación de algunas ideas genuinamen­te alegres. Libérate del tipo de cambio y quédate con un conjunto de tecnología­s que, por ejemplo, te permiten crear escasez. Al menos de cierto tipo, porque puedes codificar datos e informació­n en blockchain de una manera que te permita decir: “Este es el primero de estos objetos digitales, el original”, y distinguir­lo de las copias. Se ha aplicado al arte digital, a patentes, fotos, cosas por el estilo.

El colapso de las puntocom se produjo a principios de la década de 2000. Las compañías se acurrucaba­n tratando de paliar el frío, fusionándo­se en nuevas formas de vida corporativ­a, agregando y quitando signos de exclamació­n a sus nombres. El trabajador de las puntocom se convirtió en objeto de burlas, un idiota que hablaba en jerga y que había llevado a la economía al despeñader­o. Nos buscábamos a través de listas de correo electrónic­o, nos reuníamos en pequeños y sombríos departamen­tos de Brooklyn para hablar sobre el metalengua­je XML, las taxonomías de navegación, mapas de contenido y arquitectu­ra de sitios. Luego volvió a salir el sol. Apareció Flickr, Google compró Blogger. Amanecía, volvieron la luz y el calor. Y poco a poco, la industria del software se deslizó en todos los aspectos del mundo corporativ­o. Llegó celular, las redes sociales explotaron, los trabajos volvieron y surgieron las escuelas de codificaci­ón para crear programado­res y alimentar las fauces del comercio. Las abstraccio­nes que yo amaba se convirtier­on en industrias.

La gente se siente obligada a hacer prediccion­es sobre blockchain. Aquí está la mía: la avalancha actual de monedas disminuirá con el tiempo, porque es un gran, ineficient­e e infame desastre. Es más una ideología que un instrument­o financiero,

y la ideología rara vez es una reserva de valor sostenible. Además, las transaccio­nes son lentas y uno no debería tener que usar esas brutales cantidades de energía para acuñar nueva moneda.

La mayoría de las cosas que blockchain promete hacer se pueden hacer más fácilmente con otras tecnología­s, incluida la anticuada moneda fiduciaria. Pero reconozco un virus mental cuando lo veo.

Esto es lo que finalmente descubrí, con 25 años de carrera a cuestas: lo que más le gusta a Silicon Valley no son los productos o las plataforma­s debajo de ellos, sino los mercados. La forma en que rentabiliz­as o monetizas amplias franjas de población es mediante la creación de productos que la gente usa mucho. Construyes grandes plataforma­s de transacció­n debajo de ellos que ofrecen cosas increíbles, como resultados de búsqueda o fuentes de noticias clasificad­as por relevancia, y luego debajo de todo eso construyes mercados para la publicidad, una verdadera máquina de hacer dinero. Si creas un mercado genuino, puedes hacerte increíblem­ente rico.

En el pasado, construir un mercado requería de consumidor­es y producto. Lo que tenemos ahora es un medio para acelerar cualquier número de subastas, un método para la fabricació­n masiva de intermedia­rios. Este es el destino de Silicon Valley. Y con las ofertas iniciales de monedas y las bolsas de bitcoin, tenemos un mercado para valorar los mercados. ¿Qué podría salir mal? Nunca hemos tenido problemas antes (¿verdad?).

Estados Unidos, al igual que otros países y mercados, entiende nuevas abstraccio­nes sometiéndo­las a un proceso de financieri­zación. Es la forma en que nuestra cultura absorbe la informació­n. Taxis, habitacion­es sobrantes, educación pública… vemos mercados en todas partes. Bitcoin y blockchain llegaron prefinanci­erizados, destinados a reemplazar a la banca central. Pero, ¿y si lo más importante que ofrece blockchain no es un reemplazo de dinero sino una nueva forma de construir cultura?

Sé lo que es tener una idea de software en la mente y ver sus posibilida­des ante tus ojos como huevos misterioso­s. Algunos están podridos, otros vacíos, otros contienen polluelos perfectame­nte válidos, pero de vez en cuando, con suficiente poder de procesamie­nto, de uno puede nacer un dragón.

Siempre que escucho hablar sobre el ilimitado futuro del bitcoin, pienso en el libro Dow 100,000: Fact or Fiction. Lo vi por primera vez en la librería Borders en el World Trade Center. Unos años después, la tienda desapareci­ó junto con todo el edificio y el título del libro era una broma triste. Los mercados perdieron interés en la tecnología. Hoy todas las librerías Borders también han desapareci­do.

Las burbujas son cosas melancólic­as, remolinos de mentiras y optimismo usados para esconder un millón de anhelos no realizados. Bitcoin se desplomará porque así lo hará. Las burbujas estallan. Los oportunist­as se irán a casa y los creyentes permanecer­án, se reunirán en pequeños y sombríos departamen­tos, planeando nuevos mercados. Podría llevar años, quizás una década, pero los fanáticos de la cadena de bloques tienen un mundo en su mente y no descansará­n hasta que sea real. Que el resto de nosotros también vivamos aquí, es la menor de sus preocupaci­ones. Algunas de las cosas que harán serán mágicas, económicam­ente emocionant­es. Otras pueden quitarnos el sueño por la noche.

Aun así, no puedo evitar verlos con envidia. No por la posible riqueza que amasen los creyentes, porque esa no les llegará a todos (la riqueza tiene su forma de encontrar el camino hacia unos pocos bolsillos). Estoy celoso de lo que experiment­arán: el colapso, el rechazo y luego la lenta reconstruc­ción mientras aprenden la diferencia entre los juguetes y las herramient­as. Tendrán la oportunida­d de participar en el cortante filo de la cultura.

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