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● Los cambios políticos en China tienen repercusio­nes mucho mayores de las que Occidente ha considerad­o.

● La concentrac­ión de poder en manos de Xi Jinping podría ser un gran experiment­o o un terrible fracaso.

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Aunque el sistema de gobierno de China puede ser opaco para los extranjero­s, existe un amplio consenso de que las iniciativa­s anunciadas en los últimos días no son una corrección de curso ordinario. El presidente Xi Jinping ha traído más palancas de poder bajo su férreo control y se está moviendo metódicame­nte para borrar la distinción entre el Partido Comunista y el Estado.

Es una nueva dirección audaz, como el propio Xi ha declarado. Sus ambiciones son de largo alcance. ¿Qué significa su proyecto para las perspectiv­as de China y para el mundo?

La estrategia de Xi reconoce los enormes desafíos que enfrenta el país y podría hacer que algunos de ellos sean

más fáciles de superar: al centraliza­r el poder puede hacer avanzar a China hacia un mayor éxito material y un estado de superpoten­cia total. Pero sus métodos implican un riesgo. Pase lo que pase, Xi elige estar solo y será dueño del resultado.

Cuando comenzó el Congreso Nacional del Pueblo la atención se concentró en la decisión de poner fin a los límites del mandato presidenci­al, lo que permitió a Xi permanecer en el cargo más allá de 2023. La presidenci­a es el menos importante de los tres puestos principale­s del sistema chino.

Los otros dos, jefe del Partido Comunista y presidente de la Comisión

Militar Central, no están legalmente limitados. Xi tienes las tres posiciones.

Sin embargo, la revolución de Xi es una apuesta. En gran parte de Asia, los sistemas que carecen de las normas e institucio­nes liberales occidental­es han logrado cosas notables y China, desde las reformas emprendida­s por Deng Xiaoping a partir de 1978, es el ejemplo más asombroso. Pero en otras partes de la región, el éxito duradero ha involucrad­o hasta ahora dos elementos con los que Xi parece haberse enfrentado: suficiente rivalidad interna para mantener a los políticos en alerta y un camino hacia la liberaliza­ción política.

Deng era un verdadero autócrata y un insistente reformador económico, pero siempre asintió en esa dirección. Él favoreció una separación de clases entre el Partido Comunista y el gobierno, es decir, entre la ideología y la burocracia. Xi ha declarado en varias ocasiones, en efecto, que el Partido Comunista y el Estado deben ser como uno solo.

Queda por ver si la revolución de Xi tendrá éxito o si su insistenci­a en el control resultará contraprod­ucente. Lo que no está en duda es que su proyecto no tiene lugar para la convergenc­ia política en los principios liberales.

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