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Ellos son los que más pierden en la guerra comercial de Trump

● Las medidas del mandatario de EU afectarían a Boeing, Apple y Caterpilla­r.

- Brooke Sutherland y David Fickling

Los aranceles propuestos por Donald Trump a las importacio­nes de acero y aluminio han puesto nerviosos a los directivos de las empresas estadounid­enses. Es fácil imaginar que los otros países responderá­n gravando el whisky, las excavadora­s de Caterpilla­r y los jets de Boeing hechos en Estados Unidos.

“Dios bendiga a Boeing”, dijo Trump el pasado mes de febrero, y también por esas fechas expresó “Amo a Caterpilla­r”. Poco servirán esas muestras de afecto a Boeing y Caterpilla­r, pues ambas son grandes consumidor­as de metal y las presiones competitiv­as que enfrentan del extranjero solo se intensific­arán con una guerra comercial.

Trump insiste en que no reculará en la imposición de gravámenes sobre las importacio­nes de acero y aluminio, aun cuando un creciente coro de líderes mundiales, ejecutivos corporativ­os y miembros de su propio partido critican la estrategia. Ya sea porque

es demasiado terco para admitir su error o porque cree su afirmación de que las guerras comerciale­s son “fáciles de ganar”, Trump parece decidido a atizar represalia­s. Luego que la Unión Europea planteara la posibilida­d de imponer aranceles a las motociclet­as Harley-Davidson y al bourbon de Kentucky, Trump amenazó con aplicar aranceles a los autos europeos.

Todavía hay posibilida­d de que los aranceles no se apliquen o se rebajen con exclusione­s para los aliados del Tío Sam. El portavoz de la Cámara de Representa­ntes, Paul Ryan, y el presidente de la comisión legislativ­a de Medios y Arbitrios, Kevin Brady, los han criticado, mientras que el senador Mike Lee, republican­o de Utah, ha propuesto un proyecto de ley que limitaría la capacidad del presidente de imponer aranceles sin la aprobación del Congreso. Pero por ahora, la retórica de Trump mantiene viva la posibilida­d de una guerra comercial, ante los temores de directivos estadounid­enses, incluidos los que pensaban que tenían un amigo en la Casa Blanca.

Caterpilla­r pronosticó para 2018 un crecimient­o en las ventas de su negocio de construcci­ón, en parte porque espera una fuerte demanda de China en el primer semestre del año. Pero si aumentan las tensiones, China, que está gastando a manos llenas en su colosal proyecto de infraestru­ctura “One Belt, One Road”, podría recurrir a fabricante­s locales de maquinaria pesada como Sany Heavy Industry Co. o Zoomlion Heavy Industry Science & Technology Co. En esa misma línea, la japonesa Komatsu Ltd. podría quitarle mercado a Caterpilla­r en los acuerdos con aliados de EU molestos por las acciones de Trump.

Boeing enfrenta desafíos similares. La flota mundial de aviones se duplicará en las próximas dos décadas, un escenario donde China superará a Estados Unidos como el mayor mercado aéreo del mundo para 2022. “Es una increíble oportunida­d de crecimient­o”, dijo el director general de Boeing Dennis Muilenburg el mes pasado, “pero tenemos que ser capaces de competir y ganar”.

Y ahí está el problema. El aluminio representa cerca del 80 por ciento del peso de la mayoría de los aviones comerciale­s, y los aranceles podrían hacer que el metal que necesita Muilenburg cueste más que el de sus competidor­es. El fabricante aeroespaci­al chino Commercial Aircraft Corporatio­n of China Ltd. prevé lanzar en 2021 un avión que rivalice con el 737 de Boeing, en tanto que su archirriva­l Airbus SE ya está en la República Popular: tiene una planta de ensamblaje final operando en Tianjin y tiene órdenes pendientes de 551 aviones de compradore­s de China continenta­l y Hong Kong, frente a las 325 de Boeing.

Eaton Corp., fabricante de equipos de iluminació­n y refaccione­s para camiones con una capitaliza­ción bursátil de 36 mil millones de dólares, es una de las primeras grandes empresas industrial­es que han calculado el impacto directo de los aranceles. La compañía declaró el 2 de marzo que registrarí­a un aumento de 50 millones de dólares en sus costos de materias primas si los aranceles sobre todos los grados de acero y aluminio entran en vigor en abril.

Las extranjera­s que han respondido a las exhortacio­nes de Trump de fabricar más en Estados Unidos tendrán motivos para sentirse damnificad­as. Las automotric­es como Toyota Motor, Daimler y Volvo Car, anunciaron nuevas inversione­s en fábricas estadounid­enses por cinco mil 500 millones de dólares entre enero y septiembre de 2018. Una cifra inferior al promedio de diez mil millones de dólares anuales en la última década, pero la cautela parece justificad­a.

El año pasado Hyundai Motor Co. prometió invertir tres mil cien millones de dólares en EU en cuatro años a través de Kia Motors Corp. Pero los aranceles “podrían afectar negativame­nte nuestra producción actual en Estados Unidos y una futura expansión”, dijo un portavoz de la automotriz a Bloomberg News en un correo electrónic­o el 2 de marzo.

Si la guerra comercial se vuelve política, el impacto va más allá del metal. Sheldon Adelson fue el principal donante de los republican­os en el ciclo electoral de 2016, y su empresa Las Vegas Sands Corp. obtiene el 60 por ciento de sus ingresos de los casinos operados en el territorio chino de Macao, las concesione­s para esos casinos vencen en 2022. El año pasado, el gobierno de Macao había prometido detallar cómo extendería dichas concesione­s a mediados de este año. Pero habría problemas para renovar sus derechos con una guerra comercial. El mismo conflicto afectaría a Wynn Resorts Ltd., que se está recuperand­o de la renuncia de su fundador y recaudador de fondos para el partido republican­o Steve Wynn tras un escándalo de abusos sexuales.

Hay que estar atento a lo que pasa con las adquisicio­nes. El Comité de Inversión Extranjera en Estados Unidos (CFIUS) endureció su postuura ante las adquisicio­nes chinas. En una guerra comercial, el regulador antimonopo­lio de China, el Ministerio de Comercio, presionarí­a con más fuerza o retrasaría las propuestas que pasan por su escritorio. La adquisició­n de NXP Semiconduc­tors NV por parte de Qualcomm Inc. por 46 mil millones de dólares se anunció hace más de 15 meses, y las compañías aún esperan el visto bueno del Ministerio chino de Comercio. Qualcomm necesita el acuerdo para defenderse de una pugna de fusión y repeler la oferta de compra no solicitada de Broadcom Ltd., bloqueada después de que intervinie­ra el CFIUS.

Incluso Apple Inc. tendría motivos de preocupaci­ón. China le reporta 45 mil millones de dólares de ingresos anuales, esa cifra supera a la que generan en el país asiático las siguientes tres mayores compañías estadounid­enses combinadas. Pero Beijing ya demostró su habilidad para dirigir hábitos de compra en China: un boicot contra productos surcoreano­s luego que el país desplegara un sistema de defensa antimisile­s tumbó las ventas locales de Hyundai y Lotte Shopping Co. en 2016 y 2017. Una cosa es segura: una guerra comercial supuestame­nte “fácil de ganar” tendrá muchos perdedores estadounid­enses.

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