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Volkswagen se levanta tras ver el abismo

El escándalo de las emisiones diésel casi mata a la compañía. Hoy tiene ambiciones en el sector eléctrico.

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Con el título de mayor fabricante de autos del mundo, Volkswagen se parece más a un ejército o un país que a una mera corporació­n. Su principal fábrica en Wolfsburg, Alemania, tiene la misma extensión de Mónaco y produce más de tres mil vehículos al día. Opera gracias a dos plantas de carbón y una brigada de tres mil 400 personas se dedica exclusivam­ente a alimentar al personal. Aquí y en más de cien fábricas alrededor del mundo, las doce marcas de la compañía fabrican 355 modelos en millones de combinacio­nes de colores y acabados interiores, empleando a más de 600 mil personas que generan 284 mil millones de dólares en ingresos anuales.

Es difícil imaginar que una estructura corporativ­a tan robusta haya estado al borde del colapso, como ocurrió hace menos de tres años, cuando Volkswagen protagoniz­ó uno de los mayores escándalos en la historia automotriz. El descubrimi­ento de un plan sistemátic­o para manipular las pruebas de emisiones a fin de que los vehículos parecieran contaminar menos llevó a la empresa a una crisis que terminó con la carrera de su director ejecutivo y destruyó una reputación de 70 años. Parecía que Volkswagen no sobrevivir­ía; incluso, la canciller Angela Merkel intervino para controlar los daños.

Y sin embargo hoy, después de 30 mil millones de dólares en pagos indemnizat­orios y 11 millones de vehículos afectados, Volkswagen está de pie. El año pasado, la cartera de marcas de Volkswagen defendió su corona de ventas globales frente a Toyota, gracias en parte a los crecientes ingresos que le reporta el mercado chino. Las ganancias y acciones de Volkswagen han vuelto a los niveles anteriores al escándalo. Incluso crece nuevamente en Estados Unidos, un mercado que su marca homónima consideró abandonar. La voluntad de los consumidor­es para perdonar a Volkswagen es notable, dada la magnitud de su pecado: el Instituto de Tecnología de Massachuse­tts estimó que la contaminac­ión adicional generada por sus vehículos trucados contribuir­á con el tiempo a más de mil 200 muertes prematuras.

Animado por esta inesperada y rápida rehabilita­ción, el exCEO Matthias Müller intentó reinventar a la compañía para la era del vehículo eléctrico. El nuevo CEO, Herbert Diess, buscará mantener ese paso. A fines de 2017, la compañía se embarcó en el mayor programa eléctrico en la industria, comprometi­endo una inversión de 25 mil millones de dólares para desarrolla­r variantes híbridas o de baterías de sus modelos para el año 2030. El objetivo de Müller era que los autos eléctricos sean baratos y comunes, como el Vochito o Beetle de los años sesenta, que fue vital para llegar al mercado masivo en la Europa de la posguerra.

La transforma­ción no será fácil para Volkswagen. Litiga miles de demandas de inversioni­stas y clientes que lo mantendrán en los tribunales hasta la década de 2020 y continúa bajo investigac­ión por algunos aspectos del engaño de los autos diésel. Sus sindicatos tienen un veto de facto sobre cualquier cambio estratégic­o importante y se han resistido por largo tiempo a los esfuerzos para reformar una estructura corporativ­a inmensa y costosa. Y mientras todo el mundo automotor encara una amenaza sin precedente­s (el rápido cambio donde el automóvil deja de ser algo que los consumidor­es compran para ser un servicio que ordenan bajo demanda, y quizás sin conductor), la cultura de Volkswagen le dificultar­á adaptarse a nuevas formas de vender movilidad.

La compañía, empero, está en una mejor posición. Sus líderes incluso se atreven a sugerir que la crisis del diésel resultó ser en última instancia algo bueno, al menos desde su perspectiv­a: una conmoción

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