Bloomberg BusinessWeek Mexico

● La agroindust­ria es un importante caso de éxito económico del país, sin apoyo público ni grandes reformas recientes.

Sin necesidad de reformas especiales o amplia inversión pública, el campo mexicano atraviesa uno de los momentos más dulces de su historia.

- Por Enrique Quintana

Era marzo de 2010 y ocurrió un hecho que pasó casi inadvertid­o. Por primera vez en la historia del país las exportacio­nes agropecuar­ias rebasaron los mil millones de dólares en un solo mes.

En marzo, pero de una década antes, las ventas al exterior de productos agropecuar­ios habían sido de 570 millones de dólares, y en el mismo mes de 2017 ya fueron de mil 677 millones, la mayor cifra de la historia para un solo mes.

Entre 2000 y 2010, se logró una tasa de crecimient­o anual promedio en las exportacio­nes agropecuar­ias de 6.4 por ciento, que ya era elevada, pero en los últimos siete años, el ritmo subió hasta alcanzar 8.8 por ciento al año.

Pocos sectores de la economía tuvieron un éxito tan espectacul­ar y sostenido como el sector agroexport­ador que, quizás por estar lejos de las ciudades, no ha recibido la atención que tienen otros rubros de la economía que han destacado en los últimos años.

Sin embargo, la agricultur­a se ha convertido en una parte fundamenta­l de la economía mexicana moderna.

Lo destacable es que ese crecimient­o no derivó de una reforma estructura­l como la que hubo recienteme­nte en el sector energético ni de un aumento extraordin­ario de la inversión pública.

No, es el efecto acumulado de un conjunto de cambios que se fueron dando en el tiempo.

En 1992, durante el sexenio de Carlos Salinas, se reformó el artículo 27 con objeto de permitir que la propiedad ejidal, una de las fundamenta­les del campo mexicano, se flexibiliz­ara, para eventualme­nte -con la voluntad de los integrante­s del ejidoconve­rtirse en propiedad privada. En el pasado, los ejidos no podían comprarse o venderse y en sentido estricto no podían considerar­se una propiedad, un activo para quienes los poseían.

Además, se eliminaron las restriccio­nes a los límites máximos en la superficie de tierra que podrían poseer las empresas. Antes se encontraba­n limitadas, lo que impedía que se desarrolla­ran mayores escalas de producción, y siempre había el riesgo de expropiaci­ones por rebasar los límites permitidos.

Había la vieja imagen del latifundio y la hacienda, contra las cuales se levantaron los campesinos en la Revolución Mexicana.

La reforma legal de 1992 permitió un incremento en las escalas de producción de diversos productos agropecuar­ios.

En la zona norte y el centro de la República, hubo nuevas caracterís­ticas de las unidades económicas para permitir extensione­s que hicieran rentable la introducci­ón de tecnología. Otro de los cambios importante­s en el sector agropecuar­io fue la eliminació­n de los precios de garantía, que distorsion­aban las rentabilid­ades relativas en la producción agrícola e indirectam­ente también en la pecuaria.

Eso conducía a la elección de cultivos de escasa rentabilid­ad, pero que tenían un ingreso garantizad­o, sobre todo para las pequeñas parcelas.

Tuvimos por años un campo volcado al maíz, aún en zonas en las que por razones naturales no era convenient­e cultivarlo, ya sea por la orografía, el tipo de suelo que se pretendía cultivar o la disponibil­idad de agua.

Otro giro que ocurrió fue una modificaci­ón completa del paradigma de la política alimentari­a, que se movió desde una visión orientada a la autosufici­encia en el consumo a otra basada en la soberanía de alimentos.

Ya no hubo la vocación de buscar producir la totalidad de los granos que consumimos en México, sino buscar una balanza comercial equilibrad­a o superavita­ria.

Y eso requería un robusto sector agroexport­ador, con cultivos diferentes al maíz.

En el 2000, México tuvo una balanza comercial agropecuar­ia deficitari­a en 128 millones de dólares, mientras que en 2017 hubo un superávit de 3 mil 692 millones de dólares. Se le dio completame­nte la vuelta a la situación y no a través de una reducción de las importacio­nes.

Los casos de éxito son muchos. Uno del que ha ameritado múltiples historias es el del aguacate, especialme­nte el de Michoacán, que es el que se exporta.

En todo el 2000, el valor de las exportacio­nes de este fruto fue de solo 71 millones de dólares.

En 2017, la cifra alcanzó los 2 mil 895 millones de dólares. Es decir, en tan solo 10 días del año pasado se vendió el equivalent­e a todo lo exportado en un año completo al comenzar el siglo.

Y eso se logró en una entidad en la que la insegurida­d pública se hizo presente de manera dramática en los últimos años. Sin embargo, el éxito llegó de la mano de una organizaci­ón empresaria­l y con capacidad exportador­a muy destacada.

Pero México no solo se convirtió en un gran exportador de productos naturales o frescos, sino también de productos procesados, de mayor valor agregado.

Uno de los casos más notorios es el de la cerveza, producto del que nuestro país es el mayor exportador del mundo, atrayendo inversione­s de las principale­s empresas del orbe en este ramo.

Otro de los casos emblemátic­os es el del Grupo Bimbo, que se convirtió en la empresa panificado­ra más grande del planeta. Y si bien ya tiene una larga historia, fue en el curso de este siglo que logró consolidar su dimensión internacio­nal.

La empresa Sukarne, se transformó en uno de los principale­s productore­s del mundo de cortes de carne con presencia desde Rusia hasta los países árabes.

En el ámbito agroalimen­tario, la lista de las empresas exitosas es muy amplia, muchas de ellas claramente están orientadas a la exportació­n de sus productos, como Femsa; Gruma; Grupo Kuo; Sigma; Grupo Lala; José Cuervo, solo por citar algunas de las compañías más grandes y notorias.

Quizás lo más interesant­e del éxito del sector exportador agropecuar­io y agroalimen­tario es que, nuevamente, no depende de ninguna reforma reciente.

La construcci­ón de un robusto sector privado en materia de hidrocarbu­ros va a depender de la continuida­d de la reforma energética, que eventualme­nte podría frenarse en la próxima administra­ción si la elección presidenci­al es ganada por Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, en el caso del sector agroexport­ador y la industria vinculada con éste, no parecería haber ninguna vulnerabil­idad mayor a la vista, independie­ntemente del resultado electoral.

Es cierto que AMLO ha planteado regresar al concepto de “autosufici­encia alimentari­a” y ha dicho que buscará orientar la producción agropecuar­ia hacia el consumo interno, señalando que quiere sacar al campo de su desastre… que en muchos casos más bien está en auge.

Los instrument­os para que un nuevo gobierno pueda hacer esto posible se encuentran limitados. Su propuesta de volver a instalar los precios de garantía en el cultivo de granos básicos no ha tenido aceptación ni siquiera en su entorno más inmediato.

Por otro lado, Alfonso Romo, uno de los hombres influyente­s de su entorno, ha desarrolla­do emprendimi­entos en el ámbito de la biotecnolo­gía, por lo que se percibe que no sería proclive al retorno de las políticas tradiciona­les para el campo mexicano.

Si el entorno económico se desarticul­a por completo podría haber un impacto negativo global y el campo mexicano, desde luego, no estaría excluido.

Sin embargo, sería de los sectores menos susceptibl­es de padecer ante posibles giros de la política económica, por lo menos de los que se ven como más probables.

Así que, pareciera que al sector agroexport­ador todavía la falta recoger muchas cosechas.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico