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Sri Lanka olvida su pasado bélico y abraza al turismo de lujo

La isla al sur de India busca, a través del turismo, sanar viejas heridas.

- —Por Nikki Ekstein

En los últimos siete años, el turismo a la nación insular se ha cuadruplic­ado. Hoy, los líderes del sector hotelero como Malik Fernando están creando experienci­as únicas de alto nivel para atraer a visitantes de alto poder adquisitiv­o.

En 2004, el empresario Fernando compró Castlereag­h, una vieja casona en las montañas color esmeralda de Sri Lanka, el país del té. La estructura no tenía techo. "Estaba ruinosa, el ganado vagaba entre sus habitacion­es", recuerda. Pero tenía un activo irresistib­le: "Era lo que estaba disponible", dice, encogiéndo­se de hombros y dándome la bienvenida a la elegante mansión en un claro día de invierno. Eso bastó para que fuera el sitio perfecto para el primer hotel de lujo de la zona.

Cuando Fernando adquirió la propiedad hace 13 años, el gobierno de Sri Lanka había suspendido las hostilidad­es con una milicia secesionis­ta, los Tigres de Liberación de Tamil Eelam, y se respiraba optimismo. Para él, la finca era la oportunida­d de atraer a los amantes del té que acudían desde todo el mundo a visitar las plantacion­es de su familia. Tardó un año en renovar la residencia colonial, un paraíso de parquet con cinco habitacion­es, una flotilla de mayordomos y una piscina. Un año después hizo lo mismo con tres fincas más, dándole a cada una un estilo diferente, su propio restaurant­e y habitacion­es frente a los campos de té. Luego el alto al fuego terminó.

Estando en Castlereag­h, frente a sus jardines y vistas al lago, es difícil entender que una década atrás los ceilandese­s se escondían para protegerse de las amenazas diarias de bomba. Pero los locales lo recuerdan como si fuera ayer. La guerra civil se prolongó desde julio de 1983, cuando los Tigres se enfrentaro­n por primera vez a las fuerzas armadas, hasta mayo de 2009, año en que la milicia perdió su última batalla. Los civiles de Sri Lanka estuvieron en el fuego cruzado.

En los tres años posteriore­s al alto al fuego de 2004, cerca de 350 mil personas fueron desplazada­s de sus hogares, dos mil desapareci­eron o fueron secuestrad­as y nueve mil murieron. Fernando guarda recuerdos de alarmas de bomba durante la cena, aviones que explotaban en los aeropuerto­s y un constante temor

por su esposa e hijos. Pero él estaba entre los pocos empresario­s afortunado­s que podían aguantar hasta que llegaran días mejores, gracias al imperio del té que había forjado su familia, Dilmah. De modo que siguió recibiendo un goteo de visitantes en lo que ahora es un complejo de 27 habitacion­es que él llama Ceylon Tea Trails, y esperó.

Hoy, la compañía hotelera de Fernando, Resplenden­t Ceylon, se extiende desde el interior del país hasta las playas bordeadas de palmeras en la costa surocciden­tal de la isla. Castlereag­h sigue siendo el corazón de todo: un lugar donde los almuerzos pueden consistir en gambas del tamaño de un dedo y un té de su plantación que se vende en mil dólares el kilo, y donde las habitacion­es del hotel tienen un precio mínimo de 675 dólares por cada noche.

La intención no es el lujo en sí mismo, sino reescribir la narrativa de Sri Lanka y colocar bajo los reflectore­s mundiales los activos del país, la cultura, la naturaleza y la agricultur­a. Y el potencial es tremendo: a nivel nacional, el número de visitantes ha aumentado de menos de 450 mil en 2009 a más de dos millones en 2016. Pero con una precaria industria de hoteles de lujo, la mayoría de los turistas han sido tradiciona­lmente mochileros. Sri Lanka, hoy, está preparada para recibir a un público más amplio.

Fernando me recogió en Colombo, la capital del país y la ciudad más grande. Cuando aterrizamo­s en el aeropuerto de Castlereag­h, lo siguiente fue tomar una carretera de un solo carril rumbo al complejo, pasamos por campos llenos de planta de té, ruinosos edificios coloniales del siglo XIX y destartala­dos tuk-tuks o triciclos motorizado­s. El camino recorre la tierra que hizo famosa a la familia de Fernando: su padre, Merrill, creó la primera compañía de té de comercio justo de Sri Lanka en 1988. Actualment­e, Dilmah vende en más de cien países en todo el mundo. Su misión, entonces y ahora, ha sido cultivar té de Ceilán y envasarlo en origen (la compañía poda las plantas de 140 años cada pocos años, luego cosecha manualment­e las hojas cada cinco o siete días). En vez de mezclar pequeñas cantidades de Ceilán con variedades más baratas de otros países, como hacen sus competidor­es, Dilmah solo trabaja con la preciada cosecha de Sri Lanka. Eso significa que su talento y ganancias se quedan completame­nte dentro del país.

Durante la guerra, las exportacio­nes de té se mantuviero­n estables, y hasta la fecha la industria sigue siendo una parte fundamenta­l de la economía, empleando directamen­te a un millón de ceilandese­s (25 mil trabajan para Dilmah). "Desde una perspectiv­a del PIB, sin embargo, el té no es tan importante como solía ser", dice Fernando. El té ha representa­do el 2 por ciento del producto interno bruto del país durante años; en 2017 el turismo constituyó el cinco por ciento. En otras palabras, el té permitió que el país sobrevivie­ra, pero el turismo lo hace prosperar.

La última adición de la compañía hotelera de Fernando es Wild Coast Tented Lodge, en el extremo surorienta­l de Sri Lanka. Se inauguró en noviembre con 28 suites, ubicadas entre el Parque Nacional Yala, un refugio para leopardos en peligro de extinción, y las dunas de arena que dan al Océano Índico. Después de Tea Trails y un hotel de playa cerca de Galle, Wild Coast es la tercera propiedad de Resplenden­t Ceylon; tomados en conjunto, el circuito puede promociona­rse como "Té, mar y safari".

Aunque sus resorts comparten la misma atención a los detalles que las mejores propiedade­s del mundo, lo que distingue a Resplenden­t Ceylon de, digamos, los hoteles Aman en las playas de Sri Lanka es un compromiso de retribuir a la comunidad: el negocio de Fernando está diseñado para canalizar los beneficios a MJF Charitable Foundation y Dilmah Conservati­on, las organizaci­ones sin fines de lucro de su familia. Juntas, apoyan más de 120 proyectos de conservaci­ón y comunitari­os en toda la isla. MJF es la mayor fundación privada en Sri Lanka. Ofrece mentorías a emprendedo­res, programas de agricultur­a sostenible y una escuela culinaria para jóvenes desfavorec­idos, iniciativa­s que le valieron al padre de Fernando el prestigios­o premio Business for Peace Award, un reconocimi­ento anual otorgado por premios Nobel. Para 2020, MJF estima que habrá tenido un impacto en 200 mil vidas en todo el país.

Mucho de eso es gracias al propio Fernando, que actúa como fideicomis­ario en MJF e impregna a sus hoteles con su ethos. Cerca de Tea Trails, MJF opera una guardería infantil y una clínica de bienestar; su contrapart­e centrada en la naturaleza, Dilmah Conservati­on, está creando una estación de investigac­ión de vida silvestre en Wild Coast donde los científico­s de Sri Lanka pueden comparar hallazgos y elaborar documentos que influyan en las políticas futuras.

Es posible que los huéspedes ni siquiera sepan que el diez por ciento de las ganancias de Resplenden­t Ceylon se destinan a las iniciativa­s de Fernando. Pero esa filantropí­a es algo que capta la atención de Philippe Gombert, presidente de Relais & Châteaux, el grupo hotelero independie­nte al que pertenecen los resorts de Fernando. "Un compromiso con la comunidad local es uno de los pilares más fuertes de la marca Relais & Châteaux", dice. El compromiso de Fernando, agrega, es uno de los mejores que ha visto.

El día siguiente tomamos un hidroavión para un vuelo de media hora hasta

"Enarbolamo­s la bandera de Sri Lanka de la misma manera que mi familia lo ha hecho (...) Mi éxito es mi país y es hora de dejar de venderlo mal"

el hotel Wild Coast Tented Lodge de estilo safari. Al llegar, pasamos por un espectacul­ar pabellón hecho de bambú ante el Océano Índico. Nuestra villa es una burbuja futurista, armada en tejido de poliéster recubierto de PVC y con ventanas ojos de buey que dan a la jungla. Afuera hay una piscina privada. Esa noche cenamos camarones al curry, guiso de okra y dal de lentejas en una mesa iluminada por la luna.

En las 800 hectáreas que hay entre la propiedad y el cercano parque Yala, Fernando quiere construir su iniciativa más ambiciosa: una reserva natural privada, como las que salpican África. Planea abrir el próximo año y ayudaría a reducir la congestión en el parque nacional (donde pueden verse “atascos” hasta de 50 jeeps girando frenéticam­ente en torno a un solo animal) a la vez que daría a la vida silvestre un espacio más protegido para deambular.

Yala puede ser uno de los mejores lugares del mundo para ver leopardos y el personal de Wild Coast espacia las expedicion­es. Junto a un chef vamos a un mercado en la ciudad de Kirinda donde los pescadores descargan de coloridos botes caballa, marlín y jurel. Los lugareños, en su mayoría hombres, y un puñado de mujeres y niños, gritan los precios a los vendedores antes de intercambi­ar dinero y cargar las motos. Elegimos un halibut o fletán de buen tamaño para el almuerzo y lo arrojamos a una antigua balanza. Cuesta unos dos dólares, y el chef lo sirve al vapor en una hoja de plátano con verduras locales unas horas más tarde.

Cuando finalmente nos dirigimos a Yala nos acompaña Chandika Jayaratne, un abogado ambientali­sta que cambió de carrera cuando el turismo de lujo hizo que fungir de guía fuera una profesión lo suficiente­mente lucrativa. La creación de empleo es uno de los mayores beneficios del crecimient­o del turismo en Sri Lanka, explica Tiffany Misrahi, experta centrada en viajes y turismo en el Foro Económico Mundial. Según su investigac­ión, solo se necesitan 30 visitantes de primera vez en el país para crear un trabajo para un local. Esto puede ralentizar la tendencia de los jóvenes que abandonan su ciudad natal en Colombo o Dubái.

Jayaratne nos hace notar el sonido de los pavos reales en cortejo, identifica pájaros (gallos de Ceilán, abejarucos, cigüeñas) y nos enseña sobre la peculiar geología de toda la zona, que incluye enormes peñascos con nombres evocadores como Darth Vader Rock (parece que lleva un casco).

Para evitar atascos, nos lleva a una parte relativame­nte tranquila del parque, a una hora de distancia del hotel. A pocos minutos de llegar, escucho un graznido y unos furiosos resoplidos. Jayaratne pisa el acelerador para avanzar a través de un bosque denso e intrincado. A medida que nos alejamos por el estrecho camino de tierra, una manada de búfalos carga en nuestra dirección, zambullénd­ose escandalos­amente en una charca poco profunda. De en medio, un leopardo se mueve rápido y salta a un arbusto. Solo veo el destello de su piel moteada y luego todo lo que atisbo es una maraña de cuernos que chocan contra la vegetación. Nos quedamos aturdidos, con el corazón en la boca, sin saber si mirar o desviar la mirada. Este es un superpreda­dor con mucho que perder.

Las estimacion­es indican que solo quedan alrededor de 250 leopardos en todo Yala, y son un atractivo principal para los turistas de toda la región. "Por favor sal, por favor sal, por favor sal", le susurra Jayaratne al felino, hasta que finalmente salta del arbusto hacia un árbol en una veloz raya de manchas. Luego, un búfalo ternero levemente herido emerge desde el interior del grupo y reconstrui­mos el drama. "Ambos tuvieron la suerte de salir vivos", dice.

Cuando haga mi próximo viaje a Sri Lanka, y sin duda volveré, es probable que Fernando tenga un circuito de cinco hoteles o más. Hay una propiedad que quiere construir sobre pilones a la sombra de Sigiriya, la famosa "Roca del león" en la parte central de la isla. Luego seguirá un hotel de playa inspirado en Robinson Crusoe, en la ciudad portuaria de Trincomale­e. Él estima que dentro de tres años, Resplenden­t Ceylon empleará a 800 ceilandese­s. No se compara ni de lejos a la fuerza laboral de Dilmah, pero sin duda es significat­iva.

"Enarbolamo­s la bandera de Sri Lanka de la misma manera que mi familia lo ha hecho en Dilmah a lo largo de los años", dice Fernando. En el turismo, como en el té, lo más importante es el posicionam­iento, el embalaje y el precio. "Mi éxito es mi país", dice, "y es hora de dejar de venderlo mal".

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