La llegada de AMLO a la presidencia supondrá el fin del pensamiento neoliberal, aunque no está claro cuál será la nueva apuesta.
La victoria de López Obrador parece poner fin al neoliberalismo en la economía, aunque no queda claro cuál será la visión que prevalezca en el próximo gobierno.
Durante los últimos 30 años, aproximadamente, un paradigma ha marcado la visión dominante sobre la economía mexicana.
El nombre más popular que tiene es el de “neoliberalismo”, pero algunos también lo llaman el “Consenso de Washington” o la visión del libre mercado.
La perspectiva fundamental de esta ideología es que la participación del Estado en la economía debe ser tan limitada como sea posible. Las regulaciones deben ser las mínimas indispensables. La competencia en todos los mercados, sean bienes, servicios o capital, debe ser absoluta, si se puede. La economía debe ser abierta y, en la medida de lo posible, cada vez más.
Hay muchos ámbitos, evidentemente, en los que el Estado –en la realidad– acota la libertad de mercado. Para ilustrar uno muy obvio considere usted la industria de la aviación. Las regulaciones son meticulosas y detalladas. O la industria de la salud, donde la libre competencia está acotada por la necesidad de protocolos caros, complejos y prolongados para poner un medicamento a la venta.
En el mundo, la defensa de la desregulación financiera como norma quebró con la crisis de 2008, cuando muchos señalaron precisamente a la ausencia del Estado como uno de los orígenes de esta gran debacle.
En México, sin embargo, hasta antes de las elecciones del 1 de julio la visión que en otros lugares estaba siendo cuestionada desde tiempo atrás, reinaba prácticamente sin oposición. Cuestionar la libre competencia o al libre mercado era ‘políticamente incorrecto’.
No siempre fue así.
Miguel de la Madrid llegó a la presidencia de México en 1982 y en su gobierno convivieron al menos dos visiones: la de quienes abogaban por continuar con las políticas intervencionistas del Estado y aquellos que promovían la apertura y el retiro del gobierno de la economía.
Se caracterizó esa coyuntura como una “disputa por la nación” y ganó la visión que luego se conoció como neoliberal, al haber obtenido la presidencia el grupo encabezado por Carlos Salinas.
Hubo privatizaciones, el ingreso de México a los organismos multilaterales de comercio internacional como el GATT, desregulación, apertura, etc.
La realidad es que en muchos ámbitos no había opción. Las crisis recurrentes que México vivió a partir de 1982 y que le exigieron buscar apoyos internacionales de bancos, del FMI y del gobierno de EU, obligaron a establecer disciplinas de mercado que quizás no se hubieran elegido en caso de no estar orillados a ello, pues podía haber un alto costo político… como de hecho lo hubo.
Desde mediados de los 80 no hubo discusión en los paradigmas económicos en el gobierno o en las cúpulas empresariales.
No hubo cabida para consideraciones diferentes. Se desacreditaban o se mantenían en ámbitos claramente marginales.
Los egresados del ITAM en México, así como de universidades como Yale, MIT, Harvard, Chicago y algunas pocas más, coparon casi todos los altos cargos del sector público en el país en materia económica.
Otro centro académico, sin embargo, se mantuvo en los márgenes críticos del paradigma dominante en materia económica: El Colegio de México.
Esta institución tuvo como antecedente la Casa de España en México, fundada en el sexenio de Lázaro Cárdenas tras la llegada de los refugiados de la guerra civil española, y por muchos años dirigida por el intelectual Alfonso Reyes, a quien siguió Daniel Cosío Villegas y poco después, por muchos años, Víctor Urquidi, quien había sido asesor de cámaras industriales años atrás.
A diferencia de instituciones como el ITAM, El Colegio de México dio acogida a corrientes diversas, desde el tradicional neoliberalismo hasta el marxismo, y combinó a la economía con diversas ciencias sociales.
El Colegio de México se ha convertido hoy en una referencia importante porque los próximos titulares de tres de las carteras públicas más relevantes del futuro gobierno de López Obrador fueron docentes e investigadores en la institución: el futuro secretario de Hacienda, Carlos Urzúa; la próxima secretaria de Economía, Graciela Márquez, y también el siguiente canciller, Marcelo Ebrard.
Aún no está claramente articulada la visión económica global de la futura administración de López Obrador, pero lo que sí ya es muy evidente es que se abandonará la tradicional visión neoliberal que ha imperado hasta ahora.
Todo indica que el futuro gobierno federal no ve mal que el Estado cuente con algunas empresas públicas robustas; que la política industrial use estímulos para fomentar algunos sectores por arriba de otros, independientemente de lo que diga el libre mercado; que haya precios de los productos agrícolas que no necesariamente respondan a la oferta y la demanda; que los precios de las gasolinas estén controlados o que se hagan inversiones usando razones de seguridad nacional y no solo criterios de eficiencia, por citar solamente algunos ejemplos de esta otra visión.
Sin embargo, hay un caso en el que la visión de los funcionarios del próximo presidente coincide con los más recientes gobiernos: la disciplina de las finanzas públicas y la necesaria autonomía del Banco de México, que se requiere como complemento de esa disciplina.
Hay de hecho críticas de algunos economistas que recuperan la herencia keynesiana, que cuestionan esa visión ortodoxa de la política fiscal que ha continuado, pese a la ‘cuarta transformación’.
El texto ‘La disputa por la Nación’, escrito en los 80 por los economistas Carlos Tello y Rolando Cordera, ha sido referido como un parangón a los dilemas actuales.
Sí lo es en diversos ámbitos. Pero el mundo hoy es mucho más complejo que a hace 35 años.
Tal vez en el pasado los dilemas principales tenían que ver con la política económica y quizás hoy tienen que ver más con la ‘política política’, es decir, con el diseño del aparato institucional del Estado mexicano.
Tal vez hoy, la verdadera disputa tenga que ver con las posibilidades de continuar acotando el poder del presidente de la República y con la consolidación de un sistema de pesos y contrapesos que todavía es débil en México.
Los temas de fondo, más que con la libre competencia, tienen que ver con la rendición de cuentas, con la transparencia, con el estado de derecho, con el ejercicio de las libertades, etc.
Los dos temas que propiciaron el cambio político en México no tuvieron que ver directamente con la economía, pero sí mucho indirectamente: la corrupción y la inseguridad.
En el primer caso, se trata del estado de derecho y del fracaso reiterado que ha existido en el país para poder avanzar en un régimen de cumplimiento de la ley. En el segundo, también hay una parte vinculada a la necesidad de la legalidad, pero otra asociada con el fracaso de las estrategias económicas para generalizar el progreso en las regiones y sectores más deprimidos del país.
El fracaso de las opciones políticas que contendieron con López Obrador refleja también el fracaso de una visión ideológica. Lo que no está claro es cuál es la visión alterna.
En la nueva ‘disputa por la nación’, un problema que tenemos aún es que no sabemos… qué visión fue la que ganó.