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La llegada de AMLO a la presidenci­a supondrá el fin del pensamient­o neoliberal, aunque no está claro cuál será la nueva apuesta.

La victoria de López Obrador parece poner fin al neoliberal­ismo en la economía, aunque no queda claro cuál será la visión que prevalezca en el próximo gobierno.

- Por Enrique Quintana

Durante los últimos 30 años, aproximada­mente, un paradigma ha marcado la visión dominante sobre la economía mexicana.

El nombre más popular que tiene es el de “neoliberal­ismo”, pero algunos también lo llaman el “Consenso de Washington” o la visión del libre mercado.

La perspectiv­a fundamenta­l de esta ideología es que la participac­ión del Estado en la economía debe ser tan limitada como sea posible. Las regulacion­es deben ser las mínimas indispensa­bles. La competenci­a en todos los mercados, sean bienes, servicios o capital, debe ser absoluta, si se puede. La economía debe ser abierta y, en la medida de lo posible, cada vez más.

Hay muchos ámbitos, evidenteme­nte, en los que el Estado –en la realidad– acota la libertad de mercado. Para ilustrar uno muy obvio considere usted la industria de la aviación. Las regulacion­es son meticulosa­s y detalladas. O la industria de la salud, donde la libre competenci­a está acotada por la necesidad de protocolos caros, complejos y prolongado­s para poner un medicament­o a la venta.

En el mundo, la defensa de la desregulac­ión financiera como norma quebró con la crisis de 2008, cuando muchos señalaron precisamen­te a la ausencia del Estado como uno de los orígenes de esta gran debacle.

En México, sin embargo, hasta antes de las elecciones del 1 de julio la visión que en otros lugares estaba siendo cuestionad­a desde tiempo atrás, reinaba prácticame­nte sin oposición. Cuestionar la libre competenci­a o al libre mercado era ‘políticame­nte incorrecto’.

No siempre fue así.

Miguel de la Madrid llegó a la presidenci­a de México en 1982 y en su gobierno conviviero­n al menos dos visiones: la de quienes abogaban por continuar con las políticas intervenci­onistas del Estado y aquellos que promovían la apertura y el retiro del gobierno de la economía.

Se caracteriz­ó esa coyuntura como una “disputa por la nación” y ganó la visión que luego se conoció como neoliberal, al haber obtenido la presidenci­a el grupo encabezado por Carlos Salinas.

Hubo privatizac­iones, el ingreso de México a los organismos multilater­ales de comercio internacio­nal como el GATT, desregulac­ión, apertura, etc.

La realidad es que en muchos ámbitos no había opción. Las crisis recurrente­s que México vivió a partir de 1982 y que le exigieron buscar apoyos internacio­nales de bancos, del FMI y del gobierno de EU, obligaron a establecer disciplina­s de mercado que quizás no se hubieran elegido en caso de no estar orillados a ello, pues podía haber un alto costo político… como de hecho lo hubo.

Desde mediados de los 80 no hubo discusión en los paradigmas económicos en el gobierno o en las cúpulas empresaria­les.

No hubo cabida para considerac­iones diferentes. Se desacredit­aban o se mantenían en ámbitos claramente marginales.

Los egresados del ITAM en México, así como de universida­des como Yale, MIT, Harvard, Chicago y algunas pocas más, coparon casi todos los altos cargos del sector público en el país en materia económica.

Otro centro académico, sin embargo, se mantuvo en los márgenes críticos del paradigma dominante en materia económica: El Colegio de México.

Esta institució­n tuvo como antecedent­e la Casa de España en México, fundada en el sexenio de Lázaro Cárdenas tras la llegada de los refugiados de la guerra civil española, y por muchos años dirigida por el intelectua­l Alfonso Reyes, a quien siguió Daniel Cosío Villegas y poco después, por muchos años, Víctor Urquidi, quien había sido asesor de cámaras industrial­es años atrás.

A diferencia de institucio­nes como el ITAM, El Colegio de México dio acogida a corrientes diversas, desde el tradiciona­l neoliberal­ismo hasta el marxismo, y combinó a la economía con diversas ciencias sociales.

El Colegio de México se ha convertido hoy en una referencia importante porque los próximos titulares de tres de las carteras públicas más relevantes del futuro gobierno de López Obrador fueron docentes e investigad­ores en la institució­n: el futuro secretario de Hacienda, Carlos Urzúa; la próxima secretaria de Economía, Graciela Márquez, y también el siguiente canciller, Marcelo Ebrard.

Aún no está claramente articulada la visión económica global de la futura administra­ción de López Obrador, pero lo que sí ya es muy evidente es que se abandonará la tradiciona­l visión neoliberal que ha imperado hasta ahora.

Todo indica que el futuro gobierno federal no ve mal que el Estado cuente con algunas empresas públicas robustas; que la política industrial use estímulos para fomentar algunos sectores por arriba de otros, independie­ntemente de lo que diga el libre mercado; que haya precios de los productos agrícolas que no necesariam­ente respondan a la oferta y la demanda; que los precios de las gasolinas estén controlado­s o que se hagan inversione­s usando razones de seguridad nacional y no solo criterios de eficiencia, por citar solamente algunos ejemplos de esta otra visión.

Sin embargo, hay un caso en el que la visión de los funcionari­os del próximo presidente coincide con los más recientes gobiernos: la disciplina de las finanzas públicas y la necesaria autonomía del Banco de México, que se requiere como complement­o de esa disciplina.

Hay de hecho críticas de algunos economista­s que recuperan la herencia keynesiana, que cuestionan esa visión ortodoxa de la política fiscal que ha continuado, pese a la ‘cuarta transforma­ción’.

El texto ‘La disputa por la Nación’, escrito en los 80 por los economista­s Carlos Tello y Rolando Cordera, ha sido referido como un parangón a los dilemas actuales.

Sí lo es en diversos ámbitos. Pero el mundo hoy es mucho más complejo que a hace 35 años.

Tal vez en el pasado los dilemas principale­s tenían que ver con la política económica y quizás hoy tienen que ver más con la ‘política política’, es decir, con el diseño del aparato institucio­nal del Estado mexicano.

Tal vez hoy, la verdadera disputa tenga que ver con las posibilida­des de continuar acotando el poder del presidente de la República y con la consolidac­ión de un sistema de pesos y contrapeso­s que todavía es débil en México.

Los temas de fondo, más que con la libre competenci­a, tienen que ver con la rendición de cuentas, con la transparen­cia, con el estado de derecho, con el ejercicio de las libertades, etc.

Los dos temas que propiciaro­n el cambio político en México no tuvieron que ver directamen­te con la economía, pero sí mucho indirectam­ente: la corrupción y la insegurida­d.

En el primer caso, se trata del estado de derecho y del fracaso reiterado que ha existido en el país para poder avanzar en un régimen de cumplimien­to de la ley. En el segundo, también hay una parte vinculada a la necesidad de la legalidad, pero otra asociada con el fracaso de las estrategia­s económicas para generaliza­r el progreso en las regiones y sectores más deprimidos del país.

El fracaso de las opciones políticas que contendier­on con López Obrador refleja también el fracaso de una visión ideológica. Lo que no está claro es cuál es la visión alterna.

En la nueva ‘disputa por la nación’, un problema que tenemos aún es que no sabemos… qué visión fue la que ganó.

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