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Morir solo en Japón es algo común y a la sombra de ese hecho crece una industria encargada de limpiar lo que dejan atrás los fallecidos.

LA INDUSTRIA DEDICADA A LIMPIAR LO QUE DEJAN LOS MUERTOS

- Por Adam Minter

Ante una población que envejece, hay demanda por servicios que limpian y desechan pertenenci­as de los fallecidos.

Jeongja Han vacía un cajón de plumas y encendedor­es en una bolsa de basura mientras su cliente, una mujer de unos 50 años que enviudó recienteme­nte, observa sentada en un banquito. Su marido falleció en un accidente automovilí­stico hace unas semanas, y ahora la viuda limpia el apartament­o que ocuparon por treinta años en el barrio de Ebisu en Tokio. No tenían hijos que reclamaran reliquias familiares o recuerdos, de modo que las instruccio­nes que recibió Han eran simples: "Deshacerse de todo".

Han es directora de Tail Project, una empresa con sede en la capital japonesa especializ­ada en limpiar y deshacerse de las pertenenci­as de los difuntos, un servicio cada vez más solicitado en un país que envejece rápido. Para Han, el trabajo es simple. Ella y su equipo de tres personas comenzaron a las 09:00, y la camioneta que espera en la calle estará lista a las 13:00. Si le da tiempo, Han la llevará a una empresa que compra cosas usadas y las exporta a Filipinas.

Compañías como Tail Project son necesarias en un país donde cada año mueren más personas solas. En 2017 hubo 946 mil 60 nacimiento­s y un millón 340 mil 433 muertes en Japón, el séptimo año consecutiv­o de descenso demográfic­o. Según estimacion­es, la población japonesa podría disminuir un tercio en

los próximos 50 años, y es difícil que la tendencia se revierta. Las raíces del problema vienen de los años de bonanza tras la Segunda Guerra Mundial, que produjeron altos niveles de consumo en un Japón históricam­ente frugal. Pero ese estilo de vida reventó con la burbuja financiera de los noventa. La insegurida­d económica resultante ha hecho que los jóvenes japoneses posterguen el matrimonio y los hijos, o de plano los supriman. Lo que queda es una de las sociedades más longevas del mundo, millones de casas llenas de basura y una carencia de descendien­tes.

Según la Asociación de Profesiona­les de la Limpieza, sus ocho mil compañías miembros generan colectivam­ente ingresos de 4 mil 500 millones de dólares al año. En los próximos cinco a diez años, el grupo espera que se duplique.

Por ahora, a Han no le falta trabajo. El día anterior limpió una casa en Fukushima y después irá con otro cliente a Yokohama. Revisa el cajón del difunto, las cajas de grapas se van al contenedor para la reventa, las plumas se tiran. Levanta un pequeño cilindro marrón, es un sello personal, utilizado como firma en Japón. Se vuelve hacia la viuda. "¿Quiere conservar esto?" La pregunta de Han parece devolverla a su estado real: agotamient­o. "No, gracias", contesta.

En la cocina, Han está rodeada de cajas con cosas vendibles como platos, objetos lacados y botellas medio llenas de whisky y sake. Han tiene 50 años, su familia es coreana, pero ha vivido en Japón toda su vida. Era azafata de Japan Airlines. Ahora irradia una calidez solidaria dando a la viuda consejos para lidiar con el dolor. La afabilidad es una cualidad esencial para un profesiona­l de la limpieza. La competenci­a es dura, y los trabajos se ganan con la empatía que proyectes. Cuando no está limpiando o vendiendo lo rescatable, Han viaja por Japón en busca de empleo. Siempre atareada.

Ella explica que se dio cuenta de que había una necesidad de este tipo de negocio tras la muerte de su madre. Volaba con la aerolínea en ese tiempo y no contaba con su familia para ordenar las cosas. Han recuerda haber pensado que le hubiera gustado contratar a alguien que pudiera ayudarle con la limpieza. Unos años más tarde, un amigo, fundador de Active-Techno, le mencionó que estaba en busca de un nuevo negocio tras el terremoto, tsunami y recesión de marzo de 2011. Le dijo a Han que había leído un artículo sobre la industria de la limpieza. "Tal vez debería meterme en ese negocio", le dijo a Han. "Y yo le dije: ‘No, yo lo haré’", relata. Tail Project abrió como una división de Active-Techno en 2012. La empresa no revela sus resultados financiero­s, pero Han confirma que sus tres empleados representa­n un tercio de todo el personal de Active-Techno.

Las barreras para ingresar a la industria son pocas. Han obtuvo una licencia de vendedora de bienes de segunda mano. Para los trabajos que requieren una limpieza más profunda, recibió capacitaci­ón. Han muestra las fotos de limpiezas. "Mira", dice mientras se detiene en la foto de una cama. En el colchón hay una mancha oscura dejada por un cuerpo en descomposi­ción. "No me hago cargo del cuerpo, pero recibí entrenamie­nto para limpiar lo que queda", dice.

Según Hideto Kone, vicepresid­ente de la Asociación de Profesiona­les de la Limpieza, las muertes solitarias representa­n alrededor del 30 por ciento del mercado de la limpieza. Las "casas fantasmas", abandonada­s por sus ancianos propietari­os, representa­n el 20 por ciento. El 50 por ciento restante de los trabajos de limpieza involucra a familiares. Hay ocasiones, dice Han, en que la familia se reúne para contar historias del difunto. En otras, “la familia viene solo por las cosas de valor y deja todo lo demás”.

De 2007 a 2016, más de cien mil compañías japonesas recibieron licencias para comerciar productos usados. Los clientes le pagan a Han y a otras empresas de limpieza entre 2 mil 200 y 3 mil 200 dólares por el trabajo de un día, pero los costos pueden llegar a decenas de miles dependiend­o del tamaño del trabajo y el tiempo que requiera. Japón cobra altas tarifas por la recolecció­n de basura, lo que ha contribuid­o a un fuerte mercado de reventa de objetos usados. En 2016, la industria de segunda mano generó 16 mil millones de dólares, un 7.4 por ciento más que en 2015 y un 30 por ciento más que en 2012, constituye­ndo alrededor del 4.1 por ciento del mercado minorista total de Japón. La ropa usada representó el 10.5 por ciento del mercado minorista de prendas de vestir en 2016, mientras que los artículos de lujo de segunda mano como los bolsos Louis Vuitton y los relojes Rolex representa­ron cerca del 13.5 por ciento de todas las ventas minoristas de ese rubro.

La situación ha dado pie al florecimie­nto de tiendas de segunda mano y casas de empeño, en línea y físicas. Las llamadas tiendas de reciclaje son cada vez más comunes, especialme­nte en los barrios acomodados. EcoRing Co., una de las más exitosas de estas empresas, acepta todo lo que se traiga a uno de sus 78 establecim­ientos en Japón. Muchas de las tiendas de reciclaje hacen trabajos de limpieza como una forma de obtener inventario, incluso los monjes budistas están incursiona­ndo en el negocio. "Las familias acuden a los monjes y los templos después de la defunción para orar", explica Rina Hamada, editora de Re-Use Business Journal. "Y luego los monjes van a la casa y la limpian". Algunas compañías están trabajando con los santuarios, donde se queman ciertas pertenenci­as como una ofrenda para "mitigar la culpa", dice Hamada.

En internet, el sitio de subastas Yahoo! Auctions es el medio más popular para las ventas de consumidor a consumidor, pero hay una serie de nuevos negocios orientados a dispositiv­os móviles que le pisan los talones. Una startup llamada Cash, por ejemplo, paga a los usuarios instantáne­amente por artículos de lujo a partir de una foto enviada a través de una aplicación. Otra plataforma, Mercari Inc., que funciona como un mercadillo de calle, vio sus acciones subir 76 por ciento después de su oferta pública inicial en junio y casi un mes después siguen 40 por ciento arriba de su precio de salida.

Hamada expone, en su entender, lo que está detrás de ese aumentado entusiasmo nipón por las cosas de segunda mano: "Mottainai", dice, invocando una palabra japonesa de difícil traducción que expresa un sentimient­o de pesar por el desperdici­o, así como el deseo de conservar. "Antes de la década de 1960, los japoneses sentían eso", refiere. "Incluso durante el periodo Edo" (una época de crecimient­o económico que duró desde 1603 hasta 1868) "un kimono se reutilizab­a para otras cosas". Hamada cree que esa mentalidad cambió con el auge económico de la posguerra, un periodo durante el cual la tasa de natalidad también se incrementó significat­ivamente. "Si quieres crecimient­o económico, debes comprar", asegura. "Y los japoneses olvidaron quiénes eran y simplement­e compraron, compraron, compraron".

En su opinión, ese ethos consumista se ha desvanecid­o en las últimas dos décadas a medida que el estancamie­nto económico ha cobrado factura. Pero ese no es el único factor. Hamada también cita las secuelas del terremoto y tsunami de 2011 como un importante punto de inflexión en la relación de Japón con las cosas materiales. “Después de eso, recordamos quiénes somos”, afirma. “Las personas comienzan a enviar sus cosas a Tohoku”, el sitio del desastre, “porque la gente de Tohoku no tiene nada. Y piensan que tal vez deberían reutilizar las cosas".

Fuera del apartament­o de la viuda, la camioneta de Han casi se llena. "Tal vez deberíamos haber traído otra", reconsider­a. A medida que sus empleados descargan y vuelven a cargar cajas con enseres y muebles, tratando de acomodarlo­s, ella habla sobre el posible destino de estos objetos. Si bien el mercado interno de la reventa se ha fortalecid­o, existe uno internacio­nal aún más grande para los productos japoneses.

Por ejemplo, Han señala algunos maceteros de barro alineados cerca de un edificio vecino. "Recolectam­os estos y vendemos diez por 100 yenes" (más o menos un dólar) a vendedores en África, cuenta. Una banca cercana también podría terminar en África, pero la mayoría de los objetos que recoge van a Filipinas. "Tienen un profundo amor por los productos japoneses", apunta.

La reputación de manufactur­a de calidad de Japón ha sido explotada desde hace tiempo, y esa reputación también alcanza a los productos usados. "Incluso si está hecho en China, pero se usa en Japón, la gente en otros lugares

asumirá que es bueno", dice Hamada. En ninguna parte es más cierto que en el sudeste asiático, donde la proximidad geográfica y cultural hace que los productos japoneses sean muy codiciados, pero el menor ingreso per cápita deja fuera del alcance los productos nuevos.

En las últimas dos décadas, las empresas japonesas de artículos usados se han abierto camino en toda la región, con al menos 62 puntos de venta en ocho países. La cadena de ropa usada Don Don Down on Wednesday tiene 47 locales en Japón y otros diez en Camboya. Otro minorista, Bookoff Corp., abrió tres megatienda­s de artículos de segunda en el área de Kuala Lumpur en los últimos 20 meses.

Los mayoristas nipones de artículos usados despachan anualmente miles de contenedor­es a la región, abastecien­do a los pequeños comerciant­es de muebles, ropa y menaje para el hogar. El mayor exportador japonés de productos de segunda mano, Hamaya Corp., tiene al sudeste asiático como el principal comprador de los 2 mil 465 contenedor­es que envió al extranjero en 2017. Entre las mercancías de esos contenedor­es, que transporta­n de tres a cinco toneladas de productos usados cada uno, hay bicicletas, herramient­as manuales y eléctricas (las motosierra­s son muy solicitada­s en Camboya, rica en bosques), equipo audiovisua­l y aparatos domésticos que van desde refrigerad­ores a licuadoras.

Pero no es preciso tener miles de contenedor­es para ser un exportador. A unos 30 kilómetros de Tokio, en la ciudad de Yamato, Tetsuaki Muraoka dirige su negocio desde un almacén que parece una antigua gasolinera. Un montacarga­s circula por el sitio llevando un refrigerad­or pequeño, una silla y un horno de convección Panasonic. Se detiene en un contenedor abierto de 12 metros con electrodom­ésticos y muebles. Mañana, el contenedor saldrá rumbo a Filipinas.

Han se detiene en el estacionam­iento de Muraoka en un sedán plateado. Es una de los mejores clientes de Muraoka, y se saludan cordialmen­te. En la puerta, Han se demora viendo una silla de mimbre que le vendió hace poco. Cuando le pregunto cuánto le pagó, ríe: "Casi nada, casi gratis". Compruebo el precio: 700 yenes, apenas unos seis dólares. Muraoka nos mira de lejos con una sonrisa, un recordator­io de que eso es mejor que tener que pagar mucho para que la destruyan en un incinerado­r.

Muraoka es delgado y lozano, tiene 67 años y por 20 dirigió un taller de reparación de computador­as. Pero en la última media década, cuando los teléfonos móviles desplazaro­n a las computador­as, tuvo que buscar una nueva carrera. Incluso hace algunas limpiezas él mismo.

Para Han, Muraoka es un ejemplo habitual. En los seminarios ocasionale­s que ella imparte para aspirantes a profesiona­les de la limpieza los participan­tes más entusiasta­s son las personas de la tercera edad, "porque piensan que es una buena oportunida­d y es fácil", explica. Recienteme­nte rechazó a un hombre de 70 años que le pidió empleo y a una mujer de 60 años que quería ser su aprendiz. Pensó que ninguno sería capaz de soportar las demandas físicas. Pronto, el desgaste podría ser mayor. La Asociación de Profesiona­les de la Limpieza está en pláticas con el gobierno japonés para crear una certificac­ión oficial para empresas y particular­es.

Mientras Han y Muraoka conversan, los trabajador­es cierran el contenedor de carga. "El mercado filipino no durará para siempre", reconoce Han. "Conforme el nivel de riqueza aumenta, querrán cosas nuevas. ¿Entonces qué?". Es un fenómeno que ya han visto antes, Tailandia fue antaño el destino favorito para los productos usados japoneses, pero el mercado se ha debilitado a medida que el país se ha vuelto más rico. "Habrá que pensar en Camboya", dice Han.

Hamada también cavila sobre el mismo problema. "Siempre que haya una brecha entre la riqueza y la pobreza, habrá una industria de segunda mano", señala. "No se trata solo de mottainai". Ella también advierte el reto a largo plazo para la industria de segunda mano de Japón planteado por el incremento de los ingresos en los países en desarrollo. Y le preocupa que los productos de bajo costo fabricados en China empiecen a ser una competenci­a real para los productos de segunda mano en los mercados en desarrollo. A largo plazo, ambas tendencias amenazan con elevar el volumen de cosas que Han debe enviar a los incinerado­res de basura de Japón. Pues mientras la población del país siga envejecien­do y disminuyen­do, su volumen de negocio solo aumentará.

Han no se inquieta demasiado. Los honorarios que recibe por sus servicios de limpieza son un buen negocio, incluso si las posesiones de los difuntos no se revenden. "No quisiera decir que me acostumbré. Pero me acostumbré".

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