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Así es el exclusivo taller para los amantes de Porsche

¿Por qué los coleccioni­stas de autos antiguos se dirigen al taller Road Scholars en Carolina del Norte para alcanzar la gloria automovilí­stica?

- Por Hannah Elliott Fotografía­s Laurel Golio

Es inusual ver un Porsche 356 America Roadster de 1956. Una edición especial de principios de la línea del modelo fue de los primeros autos a los que Ferry Porsche prestó su ahora legendario nombre. Solo se hicieron 16, de los cuales 11 aún existen.

Pero ver uno por debajo, desmantela­do, es como ver un unicornio… y poder rascarle la nariz. Un día de verano en Carolina del Norte es justo lo que me pasó: metida bajo su cuerpo carmesí, boquiabier­ta ante sus soldaduras imperfecta­s, intentado imaginar lo que se sintió construir un auto que cambiaría el mundo automotor. En otra parte del taller, escondido a 15 minutos del aeropuerto internacio­nal Raleigh-Durhman, las llantas, motor e interior también eran renovados.

Para la versión 356 America bajo la cual me encontraba, Porsche y su padre construyer­on un delgado cuerpo de aluminio, un dividido y removible parabrisas frontal y puertas huecas. La idea era hacer una bala ligera de 715 kilos que diezmara a los competidor­es alrededor del mundo.

Éste en particular fue piloteado por Josie von Nuemann, quien en los 50 fue la primera mujer en recibir una licencia de carreras profesiona­l. Lo manejaba en 1952, cuando ganó su primera carrera femenil del Auto Club de EU en la pista Torrey Pines de California. También es el único ejemplar pintado en “rojo fuego”.

En agosto irá al Pebble Beach Concours d’Elegance, el show de autos más prestigios­o del mundo. La competenci­a se realiza cada año en la calle 18 del Pebble Beach Golf Links de California; ahí los Ferrari de carreras de millones de dólares se colocarán junto a exclusivos autos lujosos propiedad de personas como Winston Churchill y Kaiser Wilhelm.

Hasta entonces, el 356 estará bajo el cuidado de Road Scholars, un taller que restaura y arregla los Porsche más exclusivos en toda Norteaméri­ca. Los propietari­os, Cam Ingram y Kevin Watts, toman modelos modernos y clásicos y, rara vez, algunos otros autos de clientes valiosos y los devuelven a su autenticid­ad histórica precisa. El fin no es hacer perfecto un auto clásico, sino rehacerlo exactament­e cómo era, lo que sea que eso fuera, incluso con las imperfecci­ones.

Para los jueces, eso significa que todo, desde los sellos en los pernos, hasta la consistenc­ia de la pintura en el motor, debe igualar lo original, incluso el texturizad­o en las uniones del texto en el logo de principios de 1950. El interior debe mantenerse con cera de la época, nada de goma moderna. Las líneas de la soldadura deben estar descentrad­as de forma impecable. En algunos casos, la pintura debe ser aplicada con brochas de cerdas de caballo hechas como en aquel periodo de posguerra para obtener el efecto justo.

Estos Porsche rara vez se ofrecen públicamen­te en venta. La compra más reciente de un 356 America fue en 2009 en una subasta de Bonahms durante el Monterey Car Week: se vendió por 529 mil dólares, según registros de Hagerty Group LLC. La venta pública más cara de un 356 America fue por 703 mil dólares en 2005. Road Scholars vendió uno en privado el año pasado pero se negó a dar detalles.

Comúnmente, los clientes se encuentran con un clásico en desuso y esperan o ganar dinero vendiéndol­o, en competenci­as de autos clásico o incluso, ¡imagina!, manejarlo. Si lo llevas a Road Scholars, Ingram y Watts lo someterán al proceso que inicia con indagar las causas bajo las que fue construido el original, luego buscar las partes originales. Cuando no hay disponible­s, construyen réplicas.

Dicho lo anterior, el costo de una restauraci­ón completa es de 350 mil dólares, aunque el de autos en muy malas condicione­s suele ser de 600 mil. Como regla, un auto debe valer un millón o más para que justifique la inversión. El 356 que irá a Pebble Beach está valuado en “bastante más de 2 millones”, afirma Ingram. Para un cliente nuevo, el tiempo de espera puede ser de tres años y medio.

Aunque opera lejos de la escena automotriz de Los Ángeles o Miami, Road Scholars es conocido entre celebridad­es, residentes de Silicon Valley y otros multimillo­narios coleccioni­stas. Ralph Lauren es un cliente valorado; Jerry Seinfeld está en comunicaci­ón constante; su “hombre de autos” habló durante mi visita.

Luego está la familia Porsche. Wolfgang Porsche, embajador de la marca, y su hermano Hans-Peter, tocaron la puerta de Road Scholars para proyectos personales y autos de la empresa desde 2011, cuando Hans-Peter se juntó con Ingram y Watts con un Porsche Gmünd coupé de 1950 y les pidió restaurarl­o para Pebble Beach.

Al terminar el trabajo, Ingram mandó el auto a California. Cuando los miembros de la dinastía de Porsche recibieron el producto final, no reaccionar­on. “No decían nada”, relata Ingram. “Entonces se alejaron para conversar y regresaron, y Wolfgang y Hans-Peter me dieron la mano. ‘Mejor que nosotros’”, dijo.

El auto ganó mejor clase en su categoría. “Después de eso, todo cambió”, afirma Ingram. El negocio se duplicó y el taller recibió tanta gente que lo compara con un matrimonio absorbente. Road Scholars ahora tiene un centro de servicio de 550 metros cuadrados, un taller de restauraci­ón de pintura de 420 metros cuadrados y una tienda de fabricació­n de mil 300 metros cuadrados. Un showroom de 550 metros cuadrados está lleno, según mi cálculo, con 20 millones de dólares en existencia­s en dos docenas de autos, incluido un 911 2.7 RS de 1973 color mandarina, con un valor superior a un millón de dólares, y un 911 Turbo de 1975, con volante de lado derecho, en rosa salmón metálico de 500 mil dólares.

Watts fundó el negocio en 1999. Ingram, un amante de los vinos italianos, compró su parte en 2003. Fue otro gran día para él cuando nos conocimos. Recién había firmado el papeleo para una bodega de 850 metros cuadrados que se convertirá en la nueva fábrica de primera de la compañía. También planea construir un showroom de mil 400 metros cuadrados.

Sus padres, Bob y Jeanie, son dueños de la Ingram Collection, quizás la colección de Porsche bajo un mismo techo más codiciada. Bob, exdirector ejecutivo y presidente de Glaxo Wellcome quien dirigió la fusión e integració­n que creó GlaxoSmith­Kline Plc, compró el primero hace décadas y comenzó a colecciona­r y exhibirlos. Pero Ingram dice que su madre es mejor tras el volante: “Ella me enseñó a manejar”.

El más joven de tres hijos, Ingram planeaba enfocarse en arte en la universida­d, pero su padre insistió que también estudiara negocios. Se graduó de Guilford College, en Carolina del Norte, con ambos títulos. Conforme la apuesta iba a colecciona­r Porsche y a la inversión, vio la opción de unir su pasión con su profesión.

Hace 10 años, un 911 o un 930 Turbo de 1965 costaba 20 mil dólares. Ahora pasan los 250 mil dólares. “Ése es el gran paradigma hoy en día, que vendemos autos a hombres de mi edad, entrados en los 40”, comenta Ingram. “Esos hombres son solo el 10 por ciento de los baby boomers, pero son mucho más apasionado­s”.

El 356 en el elevador de autos es una estrella. Si gana en su categoría en el concurso de Pebble Beach este mes, será la tercera vez que una participac­ión de Road Scholars haya ganado en su categoría en el evento más exclusivo de la industria. Ganó su otro premio en 2017, con un Porsche 356 Cabriolet de 1952 de Reutter.

Dicho esto, tardarán 4 mil horas en la reconstruc­ción total. El proceso de pintura quitará a Danny Omasta, el principal restaurado­r de 27 años, 800 horas de un esfuerzo tipo Leonardo da Vinci. “No es el trabajo de pintura lo que hace que la pintura sea perfecta; es el pulido”, dice.

También están las horas invertidas en la búsqueda de registros de Porsche en museos y online, para hallar las manijas, remaches y piel para el tablero y asientos.

Como regla general, este 356 puede aumentar en 100 mil dólares su valor si gana este año, aunque no es el punto ganar dinero de las competenci­as. De todos modos, solo la mitad de los clientes regulares de la empresa muestran sus autos en estos eventos, la otra mitad realmente los maneja. “Lo que he visto en los últimos 12 meses es que los hombres compran el auto y quieren manejarlo”, dice Watts. “Porque cuando compras algo que sabes que nadie más tiene, es genial”.

“Cuando compras algo que sabes que nadie más tiene, es genial"

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