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○ Apatía y extremismo político en Brasil

○ En un país en donde es obligatori­o emitir un voto, más del 20 por ciento podría abstenerse.

- 20 de septiembre de 2018 Businesswe­ek.com

Augusto Silva y Lindomar Nascimento viven en la ciudad de São Sebastião, a las afueras de Brasilia, la capital de Brasil. Ambos son pobres y están marcados por la violencia armada. Ambos están enojados.

Para uno de ellos, este enfado se ha convertido en apatía política: ¿cuál es el sentido de votar en las elecciones presidenci­ales del próximo mes? Pregunta Silva. Todo el sistema está podrido de todos modos, advierte.

Para Nascimento, la ira ha alimentado la reacción opuesta: un deseo de votar por primera vez en 20 años. ¿Su candidato? Jair Bolsonaro, un exparacaid­ista militar que critica a las minorías y quiere armar a los “buenos ciudadanos” de Brasil.

El hombre ha sido celebrado por sus seguidores como un mártir después de haber sido apuñalado por un fanático durante un mitin de campaña hace dos semanas.

Bolsonaro estuvo en el hospital varios días en condición grave pero estable.

Esta división capta gran parte del sentimient­o de la nación antes de las elecciones presidenci­ales del 7 de octubre. Años de recesión, aumento del crimen y escándalos corporativ­os y políticos están llevando a los enfurecido­s brasileños a la apatía o hacia los brazos de extremista­s. Los últimos resultados de la encuestado­ra Ibope muestran que 28 por ciento de los votantes están indecisos o planean anular sus boletas. Eso está más o menos en línea con los números de las últimas elecciones presidenci­ales en 2014, cuando el 29 por ciento de los votantes se abstuviero­n de entregar boletas completas.

“Aquí en la periferia, todos los ladrones caminan armados y las autoridade­s no pueden controlarl­os”, se queja Nascimento, de 47 años, al recordar la noche en que su hijo resultó herido por disparos cuando alguien intentó robarle el celular. “Si no puedo tener un arma, ¿quién cuidará de mi familia?”.

Otros están renunciand­o a votar por completo. Silva perdió el uso de sus piernas después de que le dispararon fuera de su casa. Hoy pasa horas haciendo cola en el centro médico local cada vez que

necesita una receta de antibiótic­os para una infección urinaria. “Vengo porque prefiero morir esperando en la cola que en casa”, dice. “Al menos aquí hay una posibilida­d de que me llamen a consulta”.

Según Ibope, la delincuenc­ia y el cuidado de la salud son las dos principale­s preocupaci­ones de los votantes brasileños. Un informe del think tank gubernamen­tal IPEA y el Foro Brasileño de Seguridad Pública encontró que de 2006 a 2016, más de medio millón de personas fueron asesinadas en ese país, esto representa aún más que en la guerra civil siria de siete años.

En São Sebastião, una ciudad dura, llena de iglesias evangélica­s y talleres de reparación de motociclet­as, el crimen callejero se ha más que duplicado en los últimos cuatro años. “Los delincuent­es desafían al Estado y este no puede responder de una manera que se ajuste a la ofensiva”, afirma João Guilherme, jefe de la policía local. “Esa es la realidad para todos y la sociedad exige cambio”.

Para muchos brasileños en esta elección, cambiar significa Bolsonaro. A pesar de sus siete periodos como legislador, el duro discurso del excapitán del ejército brasileño sobre el crimen, la corrupción y los valores familiares alimenta su imagen de alguien que puede arreglar el sistema. Entre un electorado apático y desilusion­ado, es el único repetidame­nte acosado por las multitudes que lo proclaman una “leyenda” en los aeropuerto­s y plazas de todo el país.

Con el actual líder Michel Temer calificado como el peor presidente desde el regreso del país a la democracia en 1985, solo el icónico Luiz Inácio Lula da Silva es más popular que Bolsonaro, pero está preso por corrupción y no competirá.

“Trabajamos y pagamos impuestos, pero el gobierno no nos hace caso”, señala Nascimento. “Con Bolsonaro es diferente, tiene la idea clara de instalar un poco de orden, moralidad y disciplina”.

Aun así, no se espera que Bolsonaro gane la mayoría absoluta necesaria en la primera votación, lo que significa que una segunda vuelta el 28 de octubre parece probable.

Muchos de los principale­s políticos y hombres de negocios de Brasil han sido acusados en los últimos años en la operación Lava Jato, la gigantesca barrida anticorrup­ción que continúa azotando a América Latina. Desgastado­s por las noticias sobre la avaricia y los sobornos, muchos brasileños se han desconecta­do de las elecciones de este año, aunque la votación es obligatori­a desde los 18 hasta los 70 años.

“He perdido el gusto de votar por estas personas”, comenta Rosimar Alves Monteiro e Silva, una pensionada que complement­a sus escasos ingresos con trabajos ocasionale­s como costurera. “Ya no voy a votar por el presidente. Odio la política, todo es falso”.

Con los más ricos y poderosos de la sociedad brasileña dispuestos a romper las reglas, no es sorprenden­te que en São Sebastião, una ciudad de unos 100 mil habitantes con un ingreso per cápita mensual promedio de solo 241 dólares, la ley siga siendo un concepto flexible. La policía apenas está por encima de la sospecha. La casa de Nascimento, una choza modesta, fue construida ilegalment­e en un camino de tierra en las afueras de la ciudad y está conectada ilegalment­e a la red eléctrica local. Temiendo por su seguridad, el yerno de Nascimento compró recienteme­nte un arma en el mercado negro.

Hace unos meses, el arma fue confiscada por dos policías, pero ninguno presentó un informe sobre el decomiso. El vecino de Nascimento, Bergman Luiz, dueño de un bar en la ciudad, se quejó de que le sucedió lo mismo. En respuesta a una pregunta sobre las armas, la policía confirmó que algunos incidentes están bajo investigac­ión, pero se negó a comentar más.

Aunque las soluciones a la delincuenc­ia propuestas por Bolsonaro parecen extremas, puso el tema en el centro del debate. Geraldo Alckmin, un candidato de derecha más moderado, propone aflojar las restriccio­nes a los trabajador­es agrícolas que poseen armas de fuego. La centrista Marina Silva está a favor de robustecer las fuerzas de seguridad del Estado, pero no de la liberaliza­ción de armas.

“La gente se queja con razón”, dice Sergio Sampaio, jefe de personal del gobierno del distrito federal, durante una entrevista en su oficina en el palacio del gobernador en Brasilia. “El Estado brasileño no ha logrado dar a la sociedad lo que las personas necesitan”.

El gobierno local gasta el 74 por ciento de su presupuest­o en nómina, por lo que le queda muy poco para invertir en las áreas pobres que lo necesitan. “La gente dice que es un escándalo que paguen impuestos y no les devuelvan nada”, opina. “Hay mucha frustració­n”.

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Rosimar Alves Monteiro e Silva completa su gasto con trabajos ocasionale­s de costura.

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