El auge del nacionalismo podría obstruir las fusiones y adquisiciones
○ Estados Unidos y la Unión Europea están construyendo protecciones más sólidas contra la inversión extranjera, en especial contra la que llega desde China.
El último día de julio, un grupo de administradores de fondos de riesgo se reunió en Sakagura, un restaurante subterráneo en Manhattan. El ambiente tipo búnker era adecuado, dado que los reunidos acababan de perder más de mil millones de dólares combinados en lo que parecía una apuesta segura.
Los operadores especializados en arbitraje de fusiones habían colocado grandes apuestas en NXP Semiconductors NV, un fabricante holandés de chips que aceptó una oferta de adquisición de 44 mil millones de dólares de su rival estadounidense Qualcomm Inc. La regla para estos casos es comprar acciones en compañías que han acordado venderse pero que aún tienen que completar la transacción, aprovechando un descuento o “spread” que refleja el riesgo de que el acuerdo fracase. La apuesta sobre Qualcomm-NXP, en ese sentido, no tenía mucho pierde.
Las compañías habían establecido la fecha límite del 27 de julio para cerrar su acuerdo y solo estaban esperando la aprobación regulatoria de China, el mayor mercado mundial de semiconductores. Pero Beijing no dio su aprobación, lo que obligó a Qualcomm a cancelar la adquisición.
Para el momento en que los administradores de fondos se reunieron en Sakagura, NXP valía 95 dólares por acción, un 20 por ciento menos que su nivel más alto unas semanas antes.
Desde Beijing hasta Bruselas, los gobiernos están usando las fusiones corporativas como auténticas armas de la política industrial.
Los acuerdos, que otrora pudieran haber sido aprobados en función de criterios de competencia, hoy se están examinando (y se bloquean cada vez más) por los riesgos que pueden representar para la seguridad o las industrias estratégicas de un país. Más allá de causarles pérdidas a los especuladores, el incipiente cambio de postura podría subvertir drásticamente al capitalismo trotamundos como lo conocemos. “Ya ha habido tendencias nacionalistas antes, pero esta es la primera vez que las fusiones y adquisiciones se ven afectadas por el nacionalismo”, explica James Del Favero, cofundador del banco de inversiones Ardea Partners LLC y exjefe de fusiones y adquisiciones transfronterizas en Goldman Sachs.
El primero de agosto, el Congreso estadounidense aprobó una ley que otorga amplios poderes a la Comisión de Inversión Extranjera en Estados Unidos (CFIUS, por sus siglas en inglés), entre los cuales se encuentran dos actualizaciones jurisdiccionales. Primero, CFIUS ahora puede revisar no solo los acuerdos que implican un cambio de control de una compañía estadounidense, sino también aquellos acuerdos en los que una entidad extranjera está adquiriendo alguna influencia.
La ley también amplía la definición de una empresa estadounidense para incluir a cualquier compañía o individuo “involucrado en el comercio interestatal”, atribuyéndole de esa manera al regulador la supervisión de cualquier empresa que opere, aunque sea marginalmente, en Estados Unidos.
Una interpretación simplona de los nuevos poderes de CFIUS las consideraría erróneamente como un efecto inevitable del afán proteccionista de la administración Trump.
Pero en realidad, reflejan un nuevo consenso en Estados Unidos y Europa, a saber, que la idea de regular las adquisiciones para promover la competencia se ha quedado obsoleta en un mundo en el que la ambición soberana depende tanto de las empresas como de los ejércitos.
En mayo, la Unión Europea votó a favor de introducir un marco para el control de la inversión extranjera que otorgue al bloque de 28 naciones una sola voz para invalidar, si fuera necesario, los intereses de un estado miembro por motivos de seguridad. “Sin sucumbir al proteccionismo, es hora de demostrar que Europa no es ingenua en estos tiempos de globalización”, comenta Franck Proust, miembro del Parlamento Europeo. “Si quiere preservar un clima favorable para las inversiones (fuentes de crecimiento, empleo e innovación), tiene que proteger los activos europeos”.
Algunos de los gobiernos que son miembros de la Unión Europea también están rompiendo con décadas de política económica de puertas abiertas para garantizar que sus empresas líderes nacionales no se vean amenazadas.
En agosto, los legisladores alemanes bloquearon la adquisición del fabricante de maquinaria Leifeld Metal Spinning AG por parte de un inversionista chino, la primera vez que el país vetó un acuerdo por motivos de seguridad nacional. En Reino Unido, que desde la década de 1980 se ha erigido en el bazar del comercio mundial, los políticos están debatiendo implementar por primera vez controles de inversión extranjera para las fusiones.
¿Por qué la prisa de hacer reglas? Una de las razones es China. A los ojos de muchos legisladores estadounidenses y europeos, las corporaciones de esa nación son extensiones de la potente política industrial de Beijing.
“Esta proliferación de las revisiones de adquisiciones por motivos de seguridad nacional refleja una creciente conciencia por parte de los países occidentales de que su estilo de capitalismo tradicional o, si lo prefieres, capitalismo estadounidense, no puede competir con el capitalismo de Estado chino”, detalla Paul Halpern, exdirector de CFIUS.
Ojo por ojo. El silencio aplicado por Beijing sobre el acuerdo de Qualcomm pudo haber sido una revancha porque CFIUS bloqueó antes una fusión realizada entre Broadcom Inc. y Qualcomm, donde, a pesar de que ninguna de las compañías era china, la agencia citó para justificar su decisión la amenaza de que China obtuviera una ventaja en el campo de los semiconductores.
Pero CFIUS opera en una oscuridad relativa, por lo tanto es difícil saber cuántas adquisiciones chinas ha rechazado la comisión. La actividad de fusiones y adquisiciones de empresas estadounidenses que involucran a un comprador chino cayó un 73 por ciento en los 12 meses previos a julio de 2018, en comparación con una caída del 17 por ciento para todas las fusiones y adquisiciones en el mismo periodo.
El descenso también ha reflejado todas las restricciones que Beijing instituyó en 2016 con el objetivo de controlar las inversiones que considera demasiado riesgosas para su soberanía.
La segunda preocupación es más compleja. A menos que se produjera un cambio radical, la humanidad se encamina hacia un futuro de casi total digitalización. En un mundo donde nuestro refrigerador se comunica con nuestro automóvil para averiguar qué tipo de día tuvimos antes de decidir si recibirnos con un refresco o un whisky, existen varias preguntas legítimas sobre en qué medida cualquier acuerdo le daría a un comprador extranjero el acceso a los datos personales de los ciudadanos que se ubican en otro país.
Es poco probable que la regulación cada vez más estricta de las fusiones y adquisiciones detenga en seco la actividad transfronteriza que existe en la actualidad. Más bien, es probable que el daño a este flujo de transacciones sea un proceso lento, determinado tanto por preocupaciones legítimas de seguridad nacional como por el revanchismo que florece en medio del proteccionismo. En esa perspectiva, esta situación añade una capa más de total incertidumbre al delicado arte de hacer negocios.
“Ya ha habido tendencias nacionalistas antes, pero esta es la primera vez que las fusiones y adquisiciones se ven afectadas”