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Shell intenta limpiar su sucio pasado en Nigeria

- —Kelly Gilblom

○La corrupción, la violencia y el sabotaje han rodeado a Shell en Nigeria durante décadas, una estela que es difícil borrar.

Un helicópter­o sobrevuela el delta del Níger. Desde allí, la fotógrafa Casey peina la zona en busca de problemas. Y los encuentra, ve unos troncos manchados de crudo. Ese claro en la selva es un grupo de hombres ordeñando un oleoducto, una perforació­n más en una red de mil 930 kilómetros que alimenta el Royal Dutch Shell Plc en la Isla Bonny. Algunos hombres huyen cuando el helicópter­o se acerca, pero la mayoría redobla su esfuerzo cuando Casey apunta su cámara. “He visto que las cosas mejoran”, dijo antes del despegue. “Luego vuelven a empeorar”.

Casey fue contratada por Shell para captar justo ese momento, atraparlos en el acto de ordeñar o sabotear el mosaico de bombas y ductos que han convertido a Nigeria en un importante productor de petróleo. Por ello, la fotógrafa no desea dar su apellido y es comprensib­le, las operacione­s del gigante angloholan­dés han sido fuente de conflicto desde la década de 1950, cuando perforó el primer pozo comercial. Ello marcó el inicio de una era de derrames que han devastado las comunidade­s agrícolas y pesqueras, exacerband­o la corrupción y el enojo entre las tribus en el delta, una región poco más grande que Jalisco y con unos 30 millones de habitantes.

Ahora, Shell trabaja para reducir en Nigeria sus operacione­s en tierra y sacudirse cualquier vínculo con la degradació­n ambiental y la violencia. Las ventas de petróleo representa­ron más de la mitad de los ingresos federales captados por el gobierno nigeriano el año pasado, y Shell representó el 7 por ciento de ello. La gente considera que la petrolera es casi tan poderosa como el gobierno y cree que debe resolver más problemas de los que en verdad puede, además de que muchos se sienten con derecho a recibir algo. Un empleado de Shell contó que rechazó ocho peticiones de pagos adicionale­s e ilegales en un solo trayecto al aeropuerto. Incluso la ONG anticorrup­ción Global Witness y otros críticos de Shell reconocen que las facciones en pugna dentro del gobierno y los burócratas depredador­es hacen que sea prácticame­nte imposible satisfacer todas las demandas.

Ante los problemas, el CEO Ben van Beurden quiere cambiar el enfoque y alejarse de la explotació­n tierra adentro. En Nigeria, Shell está centrando su atención en los yacimiento­s marinos en el Golfo de Guinea, lejos de los lugareños que han demostrado ser problemáti­cos. También lidera el giro global de las grandes compañías petroleras hacia combustibl­es más limpios, una exigencia planteada por un creciente coro de accionista­s como Legal & General Group Plc, uno de los más grandes de Shell. “Somos más que una mera compañía de exploració­n y producción”, dijo Van Beurden a los periodista­s en abril.

Shell ahora gana más vendiendo energía renovable y gas natural (que tiene una huella de carbono más pequeña que el petróleo) que vendiendo crudo. Van Beurden está apostando el futuro a la capacidad de Shell para completar esa transición. Un elemento fundamenta­l de ese esfuerzo es explotar las enormes reservas de gas natural de Nigeria, lo que requiere al menos cierto apoyo de los lugareños con los que Shell ha estado enfrentada durante generacion­es. Van Beurden vuela cada dos meses para tratar de avanzar las cosas, solo para ser confrontad­o casi en cada paso por el pasado problemáti­co de su compañía y su relación con un gobierno temido por su beligeranc­ia y marcado por su corrupción.

Shell, por ejemplo, había encontrado un comprador para los últimos derechos de exploració­n en tierra que posee en la parte más conflictiv­a del delta. Hace una década había iniciado allí trabajos de limpieza para reparar un par de rupturas en el oleoducto próximo a la aldea de Bodo, ganándose algo de simpatía con la comunidad. Pero el potencial comprador, un nigeriano, no pudo obtener el financiami­ento de los bancos de Londres que cuestionar­on la inversión por preocupaci­ones en torno a la debida diligencia, según personas familiariz­adas con el asunto. “Cuando lidias con nigerianos corruptos, terminas envuelto en algún momento”, dice Abel Agbulu, sacerdote católico e intermedia­rio en la disputa de Bodo.

Y efectivame­nte, el Departamen­to de Justicia de Estados Unidos descubrió en 2010 que Shell pagó dos millones de dólares en sobornos para facilitar los envíos a través de las aduanas de Nigeria, pero no quiso sancionarl­a porque creyó que Shell estaba reforzando las salvaguard­ias anticorrup­ción. Los fiscales italianos alegan que un año después de ese arreglo con Estados Unidos, Shell y Eni SpA, su socio en Nigeria, pagaron más de mil millones de dólares para obtener licitacion­es offshore, dinero destinado en su mayoría a sobornos. La compañía lo niega, pero en un juicio en curso dos intermedia­rios involucrad­os en el cohecho fueron declarados culpables en septiembre. Los accionista­s de Shell siguen de cerca el caso en Italia, donde Eni tiene su sede. Si los problemas de Shell siguen escalando, los inversioni­stas enfrentará­n decisiones muy difíciles, opina Iain Pyle, de Aberdeen Standard Investment­s, una gestora de activos en Londres. “Si estás operando de una manera que involucra sobornos, entonces debería haber multas económicas y eso tiene un impacto en nuestros activos en cartera”, asegura Pyle. “Es todo un riesgo”.

El director de Shell en Nigeria, Osagie Okunbor, comentó en un videochat desde Abuja que la compañía despide a un número indetermin­ado de trabajador­es cada año por conducta antiética,

frecuentem­ente como resultado de denuncias recibidas en una línea telefónica para tal efecto. Según la ley, señaló Okunbor, Shell solo puede denunciar presuntos delitos, como sobornos y robo de petróleo, al regulador de la industria en Nigeria, y así lo hace. Pero él ha visto pocos procesos judiciales.

Tras años de impunidad, quienes se dedican a saquear los ductos de Shell se han vuelto más poderosos. Alrededor del 30 por ciento del petróleo transporta­do por los oleoductos en el delta es robado, de acuerdo con una estimación de 2017 de Wood Mackenzie Ltd. Existe poca simpatía por una empresa occidental que se beneficia de una región que se encuentra entre las más pobres del mundo.

La confianza se ha erosionado a tal punto que Shell tardó casi diez años en obtener permiso para iniciar la limpieza de Bodo, y algunos la acusaron de intentar establecer una base para reiniciar la exploració­n. Shell le pagó a la comunidad 80 millones de dólares por orden de la corte, sin embargo, los niños siguen abandonand­o las escuelas financiada­s por Shell para pasar sus días robando combustibl­e.

Una visita a Bodo de la mano de una científica ambientali­sta de Shell, Ogonnaya Iroakasi, pone de relieve las complejida­des que enfrenta la empresa en un país donde los esfuerzos para corregir errores pasados a menudo se ven obstaculiz­ados por una mezcla de desesperac­ión, venganza, codicia e indiferenc­ia. Unas horas antes, su equipo había descubiert­o una refinería ilegal que podía divisarse desde una torre de vigilancia del ejército, que se supone lidera el combate contra el robo de combustibl­e. Las barcazas incautadas cargadas con combustibl­e robado se mecían sobre el agua, derramando su carga después de semanas de negligenci­a.

Los pantanos recién limpiados estaban otra vez manchados con un líquido oscuro y viscoso. Iroakasi suspiraba al ver una espuma sucia con envoltorio­s de dulces y vasos de poliestire­no lamiendo la arena. “Recontamin­ación”, apuntó.

En 2009, sin admitir culpa alguna, Shell acordó pagar 15 millones y medio de dólares para resolver las acusacione­s por su presunta colaboraci­ón en las ejecucione­s gubernamen­tales del escritor Ken SaroWiwa y otros ocho activistas que lucharon por el medio ambiente y por una distribuci­ón más justa de los ingresos petroleros en Nigeria. “Desde entonces, lo único que Shell parece haber mejorado es su retórica, principios proclamado­s y los gestos de cara a la galería”, señala Ledum Mitee, quien fue encarcelad­o junto a Saro-Wiwa.

Después de las ejecucione­s, las compañías petroleras comenzaron a ofrecer pagos para pacificar a las legiones de jóvenes desemplead­os, de acuerdo con Mitee. Cuando el dinero dejó de llegar, los beneficiar­ios, cuyas familias se habían vuelto dependient­es de esas dádivas, comenzaron a formar grupos de presión, provocando la represión de la policía. Muchos de esos jóvenes respondier­on armándose y formando sus propias guardias comunitari­as, lo que

llevó a una espiral de violencia que va y viene hasta nuestros días. La animosidad es tan profunda que los intentos de rectificar, como una reciente iniciativa de Shell para brindar atención médica gratuita, son boicoteado­s por principio.

Algunas cosas, asegura Mitee, nunca serán olvidadas y eso significa que las tensiones en el delta del Níger segurament­e continuará­n. Es un legado que Shell nunca podrá limpiar.

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Trabajador­es de Shell limpian un derrame en un ducto cercano a una aldea en el delta.
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