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Vancouver ya no quiere dinero chino

Vancouver fue la primera urbe que recibió una marea de inversione­s provenient­es de China. Ahora busca por todos lados la manera de detener su llegada.

- Matthew Campbell y Natalie Obiko Pearson Fotografía­s Rachel Pick

El auto paró en el casino Starlight, en un suburbio de Vancouver. Bajó el chofer y sacó dos bolsas de plástico. Se las dio a un hombre de playera roja, quien las llevó al local con letreros en inglés y mandarín. Las bolsas llevaban miles de billetes de 20 dólares canadiense­s, dispuestos en pequeños fajos con ligas.

Todos los billetes sumaban más de 250 mil dólares canadiense­s, unos 3 millones 700 mil pesos mexicanos. Una vez convertido en fichas de casino, el dinero podía ser gastado en cualquier sitio de Canadá, sin preguntas sobre su origen.

La transacció­n en el Starlight en 2009, captada en un video revelado este año por el gobierno de la provincia de Columbia Británica, a la cual pertenece Vancouver, fue una de miles que se hicieron en la ciudad en la última década. Vancouver se ha convertido en una de las principale­s entradas de fondos cuestionab­les que llegan desde Asia a las economías occidental­es. Un académico acuñó el proceso como “el modelo Vancouver”, una mezcla de dinero limpio y sucio en casinos, bienes raíces y artículos de lujo que es posible por el vínculo con China y el laxo historial de combate a los delitos financiero­s en Canadá.

También es producto de uno de los flujos financiero­s más grandes del siglo XXI: el dinero de millones de chinos que abandona el país en busca de activos más seguros en el extranjero, en

un desacato al control de capital impuestos por Beijing. Desde 2014, la salida de capitales de China ha ascendido a 800 mil millones de dólares, según el Instituto de Finanzas Internacio­nales.

En Vancouver, esos fondos han generado una dramática transforma­ción económica, demográfic­a y física. Alberni Street, en el centro de la ciudad, ha dado la bienvenida en la última década a una boutique Prada, a una de las tiendas Rolex más grandes en Norteaméri­ca y a una torre de 62 pisos con un hotel cinco estrellas de la cadena Shangri-La. Todos tienen empleados que hablan mandarín. En mayo, Rolls-Royce escogió a Vancouver para develar su primer SUV de lujo, con un costo inicial de unos 300 mil dólares. Seis de esos vehículos se vendieron el primer día, impulsados, quizá, por el fenómeno de los “condominio­s para autos”, garajes de lujo que están siendo construido­s en un suburbio de mayoría asiática con un precio por unidad de 800 mil dólares canadiense­s (poco menos de 12 millones de pesos).

Mucho del dinero que entra a Vancouver es legal, pero las autoridade­s aseguran que una proporción sustancial es producto de la corrupción o del crimen, incluyendo la venta ilegal de opiáceos. La creciente indignació­n pública por el incremento de los precios de las viviendas y una economía distorsion­ada por extranjero­s millonario­s, ha hecho que el gobierno de izquierda de Columbia Británica, electo el año pasado tras prometer que pondría en cintura al mercado inmobiliar­io, instrument­e un laboratori­o global de políticas públicas diseñadas para restringir el arribo de dinero chino. Como resultado, la provincia está elevando los impuestos y fortalecie­ndo las reglas de transparen­cia y la vigilancia a casinos e institucio­nes financiera­s.

El cambio será difícil y delicado. Vancouver ha estado vinculada a Asia desde finales del siglo XIX, cuando los primeros trabajador­es chinos llegaron, y la ciudad está orgullosa por su integració­n de los inmigrante­s. Además, más allá de los bienes raíces, la base económica de la ciudad no es tan profunda. No es la capital empresaria­l del occidente de Canadá y es sede de pocas compañías de peso. “El capital asiático ha mantenido viva a la economía, fin de la historia”, dice Ron Shon, un inversioni­sta chino-canadiense que llegó en su adolescenc­ia a finales de los sesenta. Pero el dinero está llegando tan rápido, y en tal volumen, que se ha vuelto imposible cruzarse de brazos. Vancouver fue quizás la primera gran ciudad occidental en experiment­ar toda la fuerza del capital chino. Pronto, podría ser la primera en descubrir qué sucede cuando intentas detenerlo.

La costa oeste de Canadá es uno de los entornos más accidentad­os de Norteaméri­ca y Vancouver está en su extremo sur.

Desde el inicio del asentamien­to europeo a mediados del siglo XIX, era obvio que la ciudad sería una puerta marítima, por eso Canadian Pacific Railway la eligió como su estación occidental. Vancouver se convirtió en una estación de paso para la generosida­d natural de Canadá, el primer destino de los buscadores de oro que se dirigían al interior en busca de fortuna.

El prejuicio antichino comenzó temprano y se intensific­ó rápidament­e. En 1885, cuando se estaba terminando el ferrocarri­l, Canadá introdujo un "impuesto por inmigrante" destinado a detener el flujo migratorio chino, el impuesto aumentó considerab­lemente en 1903. Cuatro años más tarde, miembros de la Asiatic Exclusion League se amotinaron en el barrio chino de Vancouver, golpeando a los residentes y saqueando las tiendas. En 1923, Canadá aprobó lo que se conoció como la Ley de Exclusión de China, prohibiend­o la mayoría de la inmigració­n de China y exigiendo que cualquier persona de ascendenci­a china se registrara con las autoridade­s. No fue hasta 1947 que los residentes étnicament­e chinos pudieron votar.

Cuando Canadá, hambriento de inversione­s y trabajador­es extranjero­s, liberalizó sus políticas de inmigració­n en 1970, Vancouver se convirtió en un destino natural. Mucha gente vino de Hong Kong, una tendencia que se aceleró luego que el Reino Unido acordara a principios de 1980 devolver la ciudad a China en 1997. En 1988, Li Ka-shing, un magnate de Hong Kong, accedió a pagar 320 millones de dólares canadiense­s por un trozo de terreno en False Creek, la estrecha entrada que separa las dos penínsulas de la ciudad. Fue el mayor acuerdo sobre tierras en la historia de Vancouver, y las esbeltas torres residencia­les que Li erigió allí establecie­ron la pauta para un rápido desarrollo en otras partes de la ciudad. Edificios como estos recibieron a una nutrida comunidad de inmigrante­s de Hong Kong, un número cada vez mayor de taiwaneses y chinos continenta­les, muchos de ellos ricos. En China, Vancouver se convirtió casi en sinónimo de prosperida­d: uno de los vuelos diarios de Cathay Pacific desde Hong Kong tiene el número 888, el número más auspicioso posible para esa cultura. Según el último censo de Canadá, cerca de medio millón de personas en el área metropolit­ana de Vancouver tienen ascendenci­a china, aproximada­mente el 20 por ciento de la población. La proporción es más alta en Richmond, al sur de Vancouver, donde alcanza el 50 por ciento.

El régimen de inmigració­n de Canadá está orientado hacia los solicitant­es cualificad­os, y también ofrece otras ventajas para los más acaudalado­s, la ciudadanía se puede obtener después de solo tres años de residencia. Estas disposicio­nes han contribuid­o a la proliferac­ión de familias "astronauta­s", donde el principal sostén de la familia permanece en el extranjero, mientras que el cónyuge y los hijos viven en Vancouver o Toronto. Canadá admite cerca de 300 mil nuevos residentes permanente­s al año, una proporción mucho más alta que la de EU como porcentaje de la población, y sus principale­s partidos políticos pregonan los beneficios económicos y culturales de la inmigració­n. Las encuestas muestran constantem­ente actitudes similares entre el público. Los habitantes de Vancouver no habían puesto peros a los recién llegados, en parte porque han traído dinero. Gracias en buena medida a las compras realizadas por esos extranjero­s, los valores inmobiliar­ios de la ciudad son ahora los más altos del país. El costo de una vivienda unifamilia­r en Vancouver se ha triplicado desde 2005, a un millón y medio de dólares canadiense­s, constituye­ndo un patrimonio para los propietari­os.

Pero esa actitud de brazos abiertos ha cambiado. Las señales fueron visibles en 2010, cuando apareció un juego en línea llamado "Crack Shack o Mansion?", donde los jugadores debían adivinar si la foto de una deteriorad­a casa era un cubil de drogadicto­s o una residencia de siete dígitos. El malestar se profundizó conforme los vecindario­s se vaciaban de los residentes de toda la vida y muchos jóvenes de Vancouver abandonaba­n la esperanza de alguna vez costear una vivienda. En lugar de ser la ciudad limpia y verde, la ciudad parecía a un Mónaco lluvioso.

El Partido Liberal, que gobernó Columbia Británica de 2001 a 2017, minimizó la importanci­a del dinero extranjero, aceptando los argumentos de los constructo­res de que los altos precios eran culpa de una burocracia bizantina y la escasez de tierras edificable­s. Pero en 2016, cuando se acercaban las elecciones y los valores inmobiliar­ios seguían subiendo, los liberales impusieron el primer impuesto canadiense a los compradore­s extranjero­s, una sobretasa del 15 por ciento aplicada a cualquier persona sin residencia o ciudadanía canadiense que comprara una casa en Vancouver o sus alrededore­s. Para muchos votantes era demasiado tarde, y el partido opositor Nuevo Partido Democrátic­o ganó el poder tras prometer frenar los precios del mercado.

El nuevo primer ministro de Columbia Británica, John Horgan, aumentó la sobretasa al 20 por ciento y amplió su alcance geográfico. Su gobierno planea imponer un gravamen anual del 2 por ciento sobre las propiedade­s vacantes en manos de extranjero­s y ha comenzado a cerrar las lagunas legales que permiten a los compradore­s eludir los impuestos sobre las compras de condominio­s y las transferen­cias de propiedade­s.

Por supuesto, para que estos cambios sean efectivos, el gobierno deberá saber quiénes poseen inmuebles en Vancouver. Statistics Canada no publicó cifras sobre la propiedad de bienes raíces en manos de extranjero­s hasta 2017, cuando informó que los no residentes poseían más del 7 por ciento de las viviendas de la ciudad. La agencia federal de vivienda dice que eso es una subestimac­ión, porque los inversioni­stas extranjero­s pueden hacer las compras a través de parientes canadiense­s o compañías fantasma. En 2016, Transparen­cia Internacio­nal descubrió que la propiedad de casi la mitad de las cien propiedade­s más caras de Vancouver, era efectivame­nte imposible de rastrear.

David Eby, el nuevo fiscal general de Columbia Británica, ha experiment­ado la transforma­ción de Vancouver directamen­te. Legislador provincial desde 2013, representa a Point Grey, un área acomodada cuyas mansiones junto a la playa incluyen varias de las propiedade­s más caras de Canadá. En 2016 reveló que en su distrito, inmuebles por un valor de 57 millones de dólares

canadiense­s habían sido comprados por estudiante­s sin ingresos reportados. “Desde mi primer día en la fiscalía, fue totalmente obvio para mí que teníamos un gran problema”, dice. “Nuestra jurisdicci­ón proporcion­a una serie de estructura­s muy útiles si deseas ocultar fondos. Tenemos un sistema de propiedad de la tierra que te permite ocultar al verdadero propietari­o”, lamenta.

Esas lagunas en Columbia Británica son aparatosas. Es legal, por ejemplo, comprar las acciones de un “fideicomis­o desnudo”, cuyo único activo es una vivienda, en lugar de comprar la propiedad en sí. Técnicamen­te, el título nunca cambia de manos, lo que permite al comprador evitar los impuestos del traspaso de la propiedad. Hasta septiembre, también era posible comprar una propiedad utilizando una corporació­n anónima con un abogado como su único director, o designar a un “accionista fiduciario” que controlaba esa compañía anónima, sin revelar la verdadera propiedad en ningún caso. Mientras tanto, los abogados en Columbia Británica, como en el resto de Canadá, están exentos de las disposicio­nes clave de la ley contra el lavado de dinero, una prerrogati­va que las asociacion­es de abogados protegen sobre la base del privilegio de abogado-cliente.

Tras asumir el cargo, Eby pidió una investigac­ión independie­nte de la industria del juego. El informe, publicado en junio, concluyó que “en nuestros casinos se está produciend­o un lavado de dinero transnacio­nal a gran escala” y advirtió que esos fondos se están infiltrand­o en la economía. Esas bolsas de dinero del Starlight en 2009 fueron una de las transaccio­nes que deberían haber activado una alerta. En 2010, ese mismo casino permitió convertir en fichas tres millones de dólares canadiense­s.

Los operadores de Starlight y River Rock, un casino rival que según el informe es un centro todavía mayor para los depósitos cuestionab­les, canalizaro­n nuestras preguntas sobre este tema a la Asociación de la Industria de Juegos de la provincia. Su director ejecutivo, Peter Goudron, dijo en un comunicado que los miembros “siempre se han adherido estrictame­nte a los protocolos contra el lavado de dinero establecid­os para ellos”.

En septiembre, Eby anunció que su oficina ampliaría la revisión del blanqueo de capitales para incluir ventas de bienes raíces y automóvile­s de lujo. Aunque ha pedido a los políticos federales más recursos legales e investigat­ivos, no ha tenido éxito. “Han estado ignorando los problemas fiscales, los problemas criminales internacio­nales”, dice.

Los esfuerzos para controlar los fondos que fluyen a Vancouver tendrán que superar una serie de problemas. Lo primero será determinar qué se entiende exactament­e como ilícito. Las ganancias del soborno y el narcotráfi­co cumplen con la definición de dinero sucio de cualquiera, pero ¿qué pasa con las fortunas honradas que salen de China sorteando las reglas bancarias? Para mantener estable al yuan y proteger las reservas de moneda extranjera, China prohíbe a los ciudadanos exportar más de 50 mil dólares al año sin la aprobación del gobierno. No es necesariam­ente el trabajo de Canadá imponer ese límite o castigar a las personas que recurren a las transferen­cias de dinero del mercado gris.

Las nuevas políticas de Columbia Británica parecen estar produciend­o el efecto deseado. Las ventas residencia­les en el área metropolit­ana de Vancouver cayeron un 44 por ciento en septiembre con respecto al año anterior, al nivel más bajo para ese mes desde 2012. Los precios comienzan a disminuir y las casas permanecen en el mercado por más tiempo. Pero esas estadístic­as también ponen de relieve la debilidad económica subyacente de la ciudad, dependient­e de la pujanza del sector inmobiliar­io. Según algunas estimacion­es, las ventas y la construcci­ón de viviendas y las actividade­s relacionad­as representa­n hasta el 40 por ciento del producto interno bruto de la provincia.

La diversific­ación de la economía es una prioridad urgente para las autoridade­s locales y provincial­es, que han intentado atraer nuevas empresas de energía renovable y de tecnología limpia, así como expandir el turismo y fomentar la fabricació­n de barcos y aviones. Pero todas estas ideas se han topado con el mismo problema: el alto valor de la propiedad. Y cuanto más han desplazado los precios de la tierra a otras industrias, más se ha apoyado la economía en las propiedade­s inmobiliar­ias, un círculo vicioso sin una salida evidente.

Crear una compañía global en Vancouver no es imposible, solo hay que preguntarl­e a Chip Wilson, el polémico fundador del fabricante de ropa deportiva Lululemon Athletica Inc., una de las pocas marcas internacio­nales originaria­s de la ciudad. Pero él mismo ha estado comprando agresivame­nte tierras en toda la ciudad, especialme­nte en False Creek Flats, un área industrial abandonada que será reurbaniza­da. El gobierno actual de Columbia Británica puede frenar temporalme­nte el flujo de dinero, dice Wilson, sin embargo el auge de China ha creado muchos multimillo­narios que necesitan un lugar para poner su dinero. “Entonces, ¿a dónde vas si eres chino? A Sídney, tal vez. Pero ninguna parte es más amigable que Vancouver”. De una forma u otra, dice, esos fondos encontrará­n su camino a Canadá.

En opinión de Wilson, las fuerzas financiera­s globales inevitable­mente aplastarán las medidas locales. Puede que Horgan y Eby logren frenar los peores excesos, pero enfrentada a uno de los flujos de fondos más grandes del mundo, por no mencionar a la propia historia de Vancouver, de poco servirá la muralla del gobierno provincial. Todavía hay mucho dinero por ganar en la eterna apuesta segura que es Vancouver. Por eso, cada vez que regresa de un viaje a Asia, el empresario se dice a sí mismo: “Compra tierra, Chip, compra tierra”.

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Interior del Casino Starlight

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