“Tomen sus medicinas, pero no se droguen”

Más cuerpos policíacos vigilan el exterior e interior del albergue

Él quedó semidesnudo frente a ella, se quitó la camisa y se tiró al piso boca abajo, y dejo que las manos de ella, masajearan su espalda. La monja se hincó, sin importar que su hábito se ensuciara.

“Sus manos son bendición”, le decía él; un salvadoreño que llegó a la ciudad de México en el éxodo migrante y que encontró un poco de descanso con las palmas de una “hermana” de los Misioneros y Misioneras de Cristo Resucitado.

La congregación ha acompañado el éxodo desde que entraron a México por Chiapas y lo seguirán haciendo porque es como un “el éxodo del pueblo de Israel”. Este grupo de religioso, un total de 20 entre hombres y mujeres, son comandados por la madre Bertha López, quien surte medicamentos y otros da consejos.

“Tomen sus medicinas, pero no tomen o se anden drogando por ahí, que no se van a curar”, les dice la madre; mientras ellos solo se ríen queriendo guardar el respeto.

Las filas para el médico, el servicio dental, la comida, el baño, la ropa y zapatos son constantes. Mujeres, menores y hombres caminan por los lugares del estadio Jesús “Palillo” Martínez. Algunos buscan un lugar más privado, las mujeres para bañarse y ellos para “tumbarse” un cigarrillo de “yerbita verde”.

Otros más prefieren salir. A unas seis cuadras de su estancia temporal, “salen a convivir”. Hacen cuentas y se carcajean entre ellos; mientras brindan en sus vasos desechables y se derrama un poco la cerveza. Los más arriesgados, meten un six y se lo toman cerca de sus casas de campaña.

La presidenta de la Comisión de Derechos Humanos capitalina, Nashieli Ramírez, sugirió a las autoridades dejar de vender alcohol en los cuadrantes cercanos al albergue, pero no hubo respuesta.

Lo que sí hubo fueron más cuerpos policiacos que se pararon a la entrada, la policía bancaría llevó una lámpara, y el Gobierno decidió que mujeres policías desarmadas se encargarán de la seguridad de los migrantes.