Capital Coahuila

PALOMAZO DE TACUBOS

Migrantes recuerdan con nostalgia, pero sin olvidar su sueño

- DALILA ESCOBAR

Al campamento de migrantes llegaron Rubén Albarrán y Emmanuel del Real

Las mujeres no acompañada­s en el éxodo centroamer­icano empañan su mirada al recordar a los hijos que dejaron en Honduras, El Salvador o Guatemala. Por ser menores de edad y la inmediatez de su marcha no lograron obtener su pasaporte para dejar el país.

En general, se acompañaro­n entre ellas conforme, se fueron encontrand­o en el camino, antes de cruzar a México.

“Duele mucho dejar a mis hijas, aquí yo veo y digo mejor que no las haya traído, hay muchos niños sufriendo y se ven muchas cosas”, comenta la salvadoreñ­a Dinorah, de 32 años.

Con su madre dejó a sus dos hijas, una de 17 y otra de 11 años, “cada vez que les llamo lloran, que me extrañan, que me regrese pero a veces la situación es que uno ya no puede regresar, ni dar paso atrás”.

Dinorah afirma que si Dios le permite llegar a Estados Unidos esperaría a sus hijas donde tenga su nueva residencia.

Ellas, las madres sin sus hijos a un lado, se concentran en casas de campaña distribuid­as en el estadio “Jesús Martínez Palillo”, en Ciudad Deportiva, habilitado como albergue por el gobierno y la Comisión de Derechos Humanos capitalino­s.

En las gradas los más jóvenes, en las tardes soportan el sol a plomo y alcanzan a cubrirse con las mismas cobijas con las que se protegen del frío en las noches.

Isaí Flores de 21 años, dice tener conocimien­tos sobre informátic­a, viene de Honduras, allá dejó a sus padres y no pierde la esperanza de llegar a Estados Unidos.

Jonathan, de 25 años, salió de Honduras hace un año, ese tiempo trabajó en una tortillerí­a en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, se unió a la caravana en Juchitán, aunque no tiene interés de llegar a EU, sino quedarse en México, va a solicitar refugio aquí.

Además de trabajar, también quiere estudiar, en su país cursó la carrera de Contabilid­ad y Finanzas Internacio­nales. Tiene un hijo de siete años, vive en España.

En las carpas más grandes están las familias de padres, madres e hijos, o de madres solteras quienes, en su mayoría no pudieron viajar con todos sus hijos y tuvieron que decidir a quienes no se apartarían de su madre, “¡qué difícil decisión!”, expresó Claudia.

Viene con dos hijos uno de 18 y otro de 16 años, pero dejó a tres más: de 21, 20 y una hija de nueve años, dice que le espera trabajo como cocinera en Tijuana. Tiene planeado quedarse solo un tiempo y poder regresar a Honduras.

Con sus hijos a cuesta llegan a caminar hasta 24 kilómetros asoleados, llorando, con hambre, “pero gracias a Dios ya estamos aquí y no nos ha pasado nada malo. Dios nos ha cuidado”, recuerda Dinorah.

La fiesta de los caminantes

Caminaron en libertado, abriendo camino como divas en pasarela.

Unas 15 personas de la comunidad LGBTTTI improvisar­on una marcha en el albergue para recordar a los presentes que tienen los mismos derechos que el resto.

María, transexual, insistía en que no le grabaran el rostro por ser perseguido en su país de origen, aunque no lo cubre su cara al gritar que en “América Latina por loa derechos de los transexual­es”.

Al fondo, llega la hora de la comida y al puro estilo de las fiestas mexicanas arriba el mariachi para amenizar el momento.

“Los mandados”, “Un puño de tierra”, “El Sinaloense” y “Hermoso cariño” son las primeras canciones.

Al sonar las letras de Juan Gabriel se encienden los ánimos y comienzan a corear las canciones.

De la guitarra de los mariachis a la de “Meme”, integrante del grupo de rock Café Tacvba, los migrantes no pueden irse de México sin escuchar su música.

El vocalista Rubén Albarrán dice admirarlos “por su valentía, por su fortaleza, por su energía, por el movimiento, porque es movimiento natural, como seres humanos nacimos caminando y estos ríos humanos siguen sucediendo y van a seguir sucediendo”.

Los músicos y el festín, demuestran la humanidad que a los gobiernos les ha faltado.

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