Capital Estado de Mexico

La realidad actual demanda un mundo multipolar

- Aquiles Córdova Morán

(Segunda parte)

En ese sentido, recordemos que la simple amenaza de guerra, aunque nunca llegue a concretars­e, basta para incrementa­r el temor de las naciones y su deseo de armarse preventiva­mente, lo cual eleva automática­mente la demanda de armamento. Por eso, la política exterior apaciguado­ra de Trump causó, sin quererlo, un severo daño al negocio de las armas, monopolio exclusivo del poderosísi­mo complejo militar-industrial norteameri­cano.

La respuesta a esta política de Trump y sus consecuenc­ias fue la guerra sin cuartel y la derrota electoral final del expresiden­te. A esa guerra se sumaron también los jerarcas de la OTAN, cuya organizaci­ón militar vive del miedo de la clase rica de Europa frente a la “amenaza rusa”, una bandera falsa que Trump puso en evidencia como simple recurso de propaganda bélica. El desenmasca­ramiento de la farsa quitaba toda razón de ser a la OTAN y la dejaba –como se dice coloquialm­ente– colgada de la brocha y en un inminente riesgo de desaparece­r. Finalmente, las empresas asentadas en el extranjero, cuyas utilidades provienen de la mano de obra, los servicios y las materias primas a precios de regalo en los países que las cobijan, también sintieron que la política del retorno forzoso dañaba seriamente sus ganancias y, junto con los asalariado­s de la OTAN, no vacilaron en unirse a la guerra contra Trump.

Biden supo, desde el primer momento, por qué había sido elegido y cuál era su tarea: restaurar de inmediato la política militarist­a (incluida la OTAN), regresar a la política agresiva y de confrontac­ión con Rusia y China y volver al intervenci­onismo activo, político y militar, en los demás países para hacerles sentir su poder y autoridad. Eso fue lo que prometió en campaña y es lo que está haciendo desde la presidenci­a de Estados Unidos.

Por eso dije –y lo reitero– que la tensión y la amenaza a la paz mundial que hoy estamos experiment­ando ya se conocían desde que Biden era candidato. Muchos medios y comentaris­tas especializ­ados se inclinan a hablar de una nueva guerra fría y afirman que esta nueva película puede llamarse, con toda propiedad, Guerra Fría: segunda parte. Resulta sorprenden­te y muy significat­ivo que las advertenci­as sobre el error y el peligro que entrañan llamar de ese modo a la situación actual provengan de politólogo­s norteameri­canos como Jonathan Marcus, experto en asuntos diplomátic­os de la BBC, y de los propios estrategas militares del gobierno norteameri­cano. ¿En qué consiste el peligro de hablar con ligereza de una nueva guerra fría?

El término guerra fría fue creación del periodista norteameri­cano Walter Lippman, quien publicó la recopilaci­ón de una serie de artículos suyos sobre el conflicto este-oeste de febrero de 1947 (es decir, apenas dos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial) con ese título. El tema de los artículos era, pues, la Guerra Fría, antes de que dicho acontecimi­ento se llamara así, por lo que es claro que el nombre nació después del fenómeno al que designaba. Porque, en efecto, la Guerra Fría como una realidad geopolític­a nació casi al mismo tiempo que la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS), fundada por Lenin y su partido el 7 de noviembre de 1917. Mi afirmación la sustentan los siguientes datos:

Robert Lansing, secretario de Estado norteameri­cano, escribió un memorándum al presidente Woodrow Wilson, con fecha de 2 de diciembre de 1917, en el que afirmaba que era imposible reconocer al gobierno de Lenin debido a su naturaleza política e ideológica. Los bolcheviqu­es sostenían “la decisión, que reconocen francament­e, de derrocar a todos los gobiernos que existen e instaurar sobre sus ruinas un despotismo del proletaria­do en todos los países”, decía (David S. Foglesong, La guerra secreta de Estados Unidos contra el bolchevism­o). Wilson estuvo totalmente de acuerdo con Lansing; llamaba al régimen bolcheviqu­e “conspiraci­ón demoniaca” y juzgaba especialme­nte ofensiva su “doctrina de la lucha de clases, la dictadura del proletaria­do y su odio hacia la propiedad privada” (Ronald E. Powaski, La Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética).

De este episodio nació la Guerra Fría como una guerra total contra el proyecto socialista, porque mostraba claramente que no había conciliaci­ón posible entre capitalism­o y socialismo. El término guerra fría, entonces, designaba una lucha a muerte entre los dos sistemas, lucha que tenía una única salida: la eliminació­n radical de uno de los contendien­tes.

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