La realidad actual demanda un mundo multipolar
(Segunda parte)
En ese sentido, recordemos que la simple amenaza de guerra, aunque nunca llegue a concretarse, basta para incrementar el temor de las naciones y su deseo de armarse preventivamente, lo cual eleva automáticamente la demanda de armamento. Por eso, la política exterior apaciguadora de Trump causó, sin quererlo, un severo daño al negocio de las armas, monopolio exclusivo del poderosísimo complejo militar-industrial norteamericano.
La respuesta a esta política de Trump y sus consecuencias fue la guerra sin cuartel y la derrota electoral final del expresidente. A esa guerra se sumaron también los jerarcas de la OTAN, cuya organización militar vive del miedo de la clase rica de Europa frente a la “amenaza rusa”, una bandera falsa que Trump puso en evidencia como simple recurso de propaganda bélica. El desenmascaramiento de la farsa quitaba toda razón de ser a la OTAN y la dejaba –como se dice coloquialmente– colgada de la brocha y en un inminente riesgo de desaparecer. Finalmente, las empresas asentadas en el extranjero, cuyas utilidades provienen de la mano de obra, los servicios y las materias primas a precios de regalo en los países que las cobijan, también sintieron que la política del retorno forzoso dañaba seriamente sus ganancias y, junto con los asalariados de la OTAN, no vacilaron en unirse a la guerra contra Trump.
Biden supo, desde el primer momento, por qué había sido elegido y cuál era su tarea: restaurar de inmediato la política militarista (incluida la OTAN), regresar a la política agresiva y de confrontación con Rusia y China y volver al intervencionismo activo, político y militar, en los demás países para hacerles sentir su poder y autoridad. Eso fue lo que prometió en campaña y es lo que está haciendo desde la presidencia de Estados Unidos.
Por eso dije –y lo reitero– que la tensión y la amenaza a la paz mundial que hoy estamos experimentando ya se conocían desde que Biden era candidato. Muchos medios y comentaristas especializados se inclinan a hablar de una nueva guerra fría y afirman que esta nueva película puede llamarse, con toda propiedad, Guerra Fría: segunda parte. Resulta sorprendente y muy significativo que las advertencias sobre el error y el peligro que entrañan llamar de ese modo a la situación actual provengan de politólogos norteamericanos como Jonathan Marcus, experto en asuntos diplomáticos de la BBC, y de los propios estrategas militares del gobierno norteamericano. ¿En qué consiste el peligro de hablar con ligereza de una nueva guerra fría?
El término guerra fría fue creación del periodista norteamericano Walter Lippman, quien publicó la recopilación de una serie de artículos suyos sobre el conflicto este-oeste de febrero de 1947 (es decir, apenas dos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial) con ese título. El tema de los artículos era, pues, la Guerra Fría, antes de que dicho acontecimiento se llamara así, por lo que es claro que el nombre nació después del fenómeno al que designaba. Porque, en efecto, la Guerra Fría como una realidad geopolítica nació casi al mismo tiempo que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), fundada por Lenin y su partido el 7 de noviembre de 1917. Mi afirmación la sustentan los siguientes datos:
Robert Lansing, secretario de Estado norteamericano, escribió un memorándum al presidente Woodrow Wilson, con fecha de 2 de diciembre de 1917, en el que afirmaba que era imposible reconocer al gobierno de Lenin debido a su naturaleza política e ideológica. Los bolcheviques sostenían “la decisión, que reconocen francamente, de derrocar a todos los gobiernos que existen e instaurar sobre sus ruinas un despotismo del proletariado en todos los países”, decía (David S. Foglesong, La guerra secreta de Estados Unidos contra el bolchevismo). Wilson estuvo totalmente de acuerdo con Lansing; llamaba al régimen bolchevique “conspiración demoniaca” y juzgaba especialmente ofensiva su “doctrina de la lucha de clases, la dictadura del proletariado y su odio hacia la propiedad privada” (Ronald E. Powaski, La Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética).
De este episodio nació la Guerra Fría como una guerra total contra el proyecto socialista, porque mostraba claramente que no había conciliación posible entre capitalismo y socialismo. El término guerra fría, entonces, designaba una lucha a muerte entre los dos sistemas, lucha que tenía una única salida: la eliminación radical de uno de los contendientes.