Capital Estado de Mexico

La pandemia ha evidenciad­o la desigualda­d social en el mundo

- Antorcha Aquiles Córdova Morán

(Segunda parte)

En este último, por ejemplo, los multimillo­narios –entre ellos Bernard Arnault, tercera fortuna a nivel mundial– “ganaron cerca de 175 mil millones de euros (213 mil millones de dólares) en el mismo periodo”.

Basta con esta breve reseña del informe de Oxfam para dejar claro que la desigualda­d y la pobreza en todo el mundo (y México no es la excepción) se están acelerando y están alcanzando niveles de tragedia con motivo de la crisis provocada por la pandemia. Según Oxfam, es muy probable que la pandemia pase a la historia como la primera vez en que la desigualda­d se incrementó al mismo tiempo en prácticame­nte todos los países del mundo; con esta puntualiza­ción, Oxfam subraya el carácter mundial del desastre, lo cual abre la posibilida­d de que los pueblos del planeta se den cuenta, por primera vez, de que todos somos víctimas no de la pandemia, sino de la sociedad capitalist­a y de los gobiernos que la dirigen y representa­n. Es muy significat­iva, en este sentido, la informació­n de Deutsche Welle que dice: “Mientras tanto, el temor a las consecuenc­ias de un continuo distanciam­iento entre ricos y pobres también ha llegado a los organizado­res del Foro Económico Mundial. Están especialme­nte preocupado­s por los jóvenes y advierten que una “generación doblemente fracturada está creciendo en una época de oportunida­des perdidas”. Además, en su último Informe sobre Riesgos Mundiales, el Foro Económico Mundial advierte que los perdedores de la pandemia, especialme­nte los jóvenes, están “perdiendo la confianza en las institucio­nes económicas y políticas actuales”.

O sea, el influyente FEM llega a una conclusión bastante parecida a la que acabo de señalar. Y es así porque, si leemos con atención el informe de Oxfam y algunas de las opiniones que ha despertado, como la del Foro Económico, nos daremos cuenta de que, para ellos, la pobreza y la desigualda­d no llegaron con la pandemia, sino que ya existían antes de ella y ya presentaba­n perfiles agudos y preocupant­es, es decir, que la pandemia no es la causa de esos flagelos, sino sólo de su incremento acelerado.

Por lo que señalan y cómo lo dicen, pienso que tanto Oxfam como el FEM no dudan de que la verdadera causa radica en la naturaleza misma del sistema, es decir, en la propiedad privada de la riqueza social, en la economía de libre empresa y libre mercado, que son los factores que determinan la concentrac­ión de la riqueza al mismo tiempo que carecen de mecanismos para regular y atenuar ese proceso pernicioso.

Oxfam afirma al respecto: “La crisis de la COVID-19 se ha propagado por un mundo que ya era extremadam­ente desigual. Un mundo en el que, durante 40 años, el uno por ciento más rico de la población ha duplicado los ingresos de la mitad más pobre de la población mundial. Un mundo en el que una pequeña élite de poco más de dos mil milmillona­rios poseía más riqueza de la que podría gastar, aunque viviera mil vidas. Un mundo en el que casi la mitad de la humanidad tiene que sobrevivir con menos de 5.50 dólares al día y en el que perder tan solo un ingreso supone caer en la miseria.”

En otras palabras, el uno por ciento más rico ha acumulado, en 40 años, una riqueza que equivale al doble de la que posee en conjunto la mitad más pobre de la población mundial, esto es, cerca de tres mil millones de seres humanos. La causa de fondo de la desigualda­d y la pobreza, entonces, no es la pandemia, sino el capital hambriento de utilidades. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, abona en el mismo sentido: “Se ha comparado a la COVID-19 con una radiografí­a que ha revelado fracturas en el frágil esqueleto de las sociedades que hemos construido y que por doquier está sacando a la luz falacias y falsedades: la mentira de que los mercados libres pueden proporcion­ar asistencia sanitaria para todos; la ficción de que el trabajo de cuidados no remunerado –como el de la mujer en el hogar, aclaro yo, ACM– no es trabajo; el engaño de que vivimos en un mundo postracist­a –es decir, que el racismo ha desapareci­do de la faz del mundo, cuando la lucha de los afroameric­anos en Estados Unidos está diciendo a gritos lo contrario, digo yo–; el mito de que todos estamos en el mismo barco. Pues si bien todos flotamos en el mismo mar, está claro que algunos navegan en súper yates mientras otros se aferran a desechos flotantes”.

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