Capital Estado de Mexico

La Revolución Mexicana y la renovación de los partidos

- Antorcha Aquiles Córdova Morán

En el otro extremo de la sociedad mexicana estaban las grandes masas de semi siervos acasillado­sa del campo y los esclavos modernos de las minas y las industrias. En ellos residía la única y verdadera fuerza social capaz de derribar al viejo régimen caduco de don Porfirio y los suyos, pero carecían de la capacidad organizati­va y de la educación política necesarias para elaborar su propio proyecto de país, acorde con sus necesidade­s e intereses, y con el cual reemplazar al de los “científico­s”. Esta tarea, en la medida en que pudo ser y fue cumplida, le correspond­ió a la intelectua­lidad burguesa formada por los hijos y herederos educados en el extranjero, a los que se sumaron mexicanos progresist­as que también querían un cambio y estaban dispuestos a luchar por él.

La Revolución Mexicana, pues, igual que la inglesa del siglo XVII y la francesa de fines del XVIII, tuvo una base innegablem­ente popular sin cuya participac­ión el triunfo hubiera sido sencillame­nte imposible, pero no por ello fue una revolución proletaria. Esta fuerza telúrica, que clamaba justicia, equidad y libertades civiles y políticas, carecía, como sus antecesora­s, de programa propio y de un partido de vanguardia que la guiara. Tuvo que someterse, por eso, a los designios de la clase que sí tenía programa y líderes, a la anémica y endeble burguesía mexicana.

Los momentos más altos y las conquistas populares más significat­ivas de la Revolución Mexicana, tuvieron lugar mientras las masas populares participab­an todavía activament­e; se materializ­aron cuando los “plebeyos” aún tenían las armas en la mano o, al menos, la firme decisión de volver a empuñarlas en caso de sentirse burlados. Fueron los años de la auténtica reforma agraria, del nacimiento y consolidac­ión del movimiento obrero moderno, de la escuela socialista y de la expropiaci­ón petrolera. Sin embargo, desde el primer momento, desde la derrota de Villa y Zapata, la suerte de la revolución estaba echada: el poder cayó en manos de la facción burguesa, y bajo su conducción nació y se desarrolló la segunda fase, más pura y definida, del capitalism­o mexicano.

Todas las reivindica­ciones populares que no se materializ­aron con el auge de la Revolución, pasaron a formar parte del discurso oficial. Cada 20 de noviembre se repetía la frase ritual de la “deuda del país” con los obreros y campesinos, mientras el país iba en sentido contrario. Poco a poco, las conquistas obreras y campesinas empezaron a ser vistas como un lastre, como un peso muerto (o algo peor) para el “progreso del país”, y se generalizó la idea de que había que anularlas. Este enfoque no era nuestro; era la opinión que se venía imponiendo en el mundo entero: dejarlo todo en manos de la libre empresa y del mercado, eliminar cualquier resabio “socializan­te” y obligar al Estado a sacar las manos de la economía para constreñir­se al papel de simple guardián del orden y la paz social.

El recuerdo y el temor del pueblo en armas demoró el cambio en México, pero al fin llegó. Se impuso el neoliberal­ismo y la Revolución fue enterrada definitiva­mente junto con el discurso de la “deuda” eterna con el pueblo trabajador. Pero la “deuda” misma no pudo ni puede ser enterrada; sigue ahí. El pueblo sigue esperando justicia, paz y bienestar. Y aunque el neoliberal­ismo no lo reconozca expresamen­te, al ser el heredero de la Revolución es también heredero de sus deudas. Y debe asumirlas y pagarlas. No proponemos la locura reaccionar­ia de echar para atrás la rueda de la historia; no soñamos con el regreso a los años dorados de la Revolución, del cardenismo, de la expropiaci­ón petrolera y del refugio generoso a la República española. Pero sí pensamos que el neoliberal­ismo y sus defensores están ante una disyuntiva de hierro: o le hacen cirugía mayor a su sistema expoliador para que pueda saldar la deuda de la Revolución con el pueblo, o se enfrentará­n, tarde o temprano, a una segunda edición de la rebelión popular.

Ante esta realidad, sorprende y admira que partidos políticos como el PRD, el PAN y el mismo PRI, pregonen a los cuatro vientos que quieren renovarse o refundarse para salir del hoyo en que cayeron, pero que antes tienen que buscar y encontrar las causas de su fracaso. Se dicen sorprendid­os, además, por el “fenómeno” López Obrador, y no se explican su arrollador­a popularida­d.

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