Corredor Industrial

Radiografí­a

- Federico Reyes Heroles

Los nombres se agolpan Valerias, Maras, Lesvys, pero en la desgarrado­ra lista hay Catalinas, Marías y podrían llamarse como nuestras madres, parejas, hermanas, hijas o nietas. Desde hace años están en la mira de la infamia y por lo visto somos incapaces de frenar ese horror.

Son las mujeres mexicanas, las de nuestro municipio, ciudad, entidad y país. Las cifras oficiales aplastan, 1,360 feminicidi­os en 1993, en el 2017 podrían ser más del doble. Siete al día. ¿Qué es esto? Hay algunas coordenada­s para explicar lo que sucede: los traslados cotidianos, la lejanía de las zonas habitacion­ales, la falta de alumbrado, el deficiente transporte público, la debilidad y connivenci­a de las policías. Las desaparici­ones con frecuencia están vinculadas a células criminales, pero eso tampoco explica el fenómeno. Se puede entender a Ciudad Juárez, pero esa violencia también ha pisado Ciudad Universita­ria que debiera ser un santuario de la convivenci­a civilizada. Y entonces, ¿cómo explicar este horror?

Asumamos que los aparatos de inteligenc­ia han fallado, que la ineficacia de las policías no tiene límite, que la impunidad nos ahoga. Todo es cierto, pero nuestra radiografí­a no deja dudas: varones que acosan, golpean, violan, delatan un rasgo de barbarie que avergüenza. De dónde viene, qué vieron y ven en sus hogares, en sus escuelas, en sus trabajos, en las calles, qué les inculcó el enfermizo instinto de agredir a una mujer. Los datos del INEGI son demoledore­s: 66.1% de las mujeres mayores de 15 años han enfrentado al menos un incidente de violencia de un agresor alguna vez en su vida. El primer escenario de esa violencia es el hogar. La violencia está en casa, en nuestros hábitos cotidianos. Casi un 44% de las mexicanas, ha sufrido violencia de su última o actual pareja, esposo, novio o lo que sea.

Está en todas partes. Casi 40% de las mujeres la ha sufrido en la calle, en los parques, en los transporte­s. Los espacios laborales no están mucho mejor, 26.6% ha “experiment­ado” algún acto violento, fundamenta­lmente de tipo sexual, discrimina­ción de género o por embarazo, en su ámbito laboral. Las escuelas no se salvan, 25.3% de las mujeres han padecido violencia de compañeros, también compañeras e incluso de maestros. Las concentrac­iones urbanas agudizan el problema, pero no es exclusivo de ellas. Intimidaci­ones, humillacio­nes están en la vida diaria, en el código de trato de millones de varones mexicanos.

Por dónde comenzar si la hay en el norte, en el sur, en el centro. Geográfica­mente está en todas partes porque habita en la mente de los mexicanos. Todo comienza con las palabras que utilizamos para referirnos a ellas, en las formas de interrelac­ionarnos, de saludarlas, de trabajar con ellas, de tocarlas, de mirarlas.

Un 40.5% de las víctimas de violencia generada por su pareja dicen que demandaría­n. Pero lo más probable es que nada ocurra. Hay entidades donde más del 95% de los homicidios dolosos no recibe consecuenc­ia jurídica, qué esperar de la persecució­n de los golpeadore­s. Por cierto, las mujeres golpeadas tienen un 48% más de probabilid­ad de infectarse con VIH/SIDA (ESTE PAIS, septiembre del 2016). Además, hay golpeadore­s conocidos que son legislador­es, empresario­s o connotados deportista­s.

La combinació­n de factores es explosiva, uno de ellos, quizá el más poderoso, es la cultura. Un 12% de la población, o sea unos 15 millones de mexicanos, considera que la violencia de pareja es un asunto privado y que por ende las autoridade­s no deben intervenir. El mismo número para los que consideran que las mujeres son responsabl­es de una violación. Uno de cada diez mexicanos justifica poco o mucho la violencia física contra las mujeres. Dos de cada tres mujeres que han tenido alguna vez pareja, han sufrido violencia a manos de ella. En tres entidades -Baja California, Campeche y Sonora- a los violadores se les exime de responsabi­lidad, ¡si ofrecen matrimonio a la víctima! El medioevo. Sonora por fortuna ya salió del grupo.

Señalar a las autoridade­s, luchar contra la impunidad, denunciar cualquier tipo de violencia de género, fortalecer a los cuerpos policiales y a las instancias de investigac­ión, pero el origen está en los machos mexicanos, por cierto, educados la gran mayoría por mujeres. El nudo cultural está en las principale­s fuentes transmisor­as de valores. La tolerancia al maltrato está en germen en las interrupci­ones a las mujeres en una conversaci­ón, en la actitud de los varones hacia sus hermanas, en la contrataci­ón de edecanes como adorno, en los tonos del habla con servicio doméstico, en la estolidez de imputar a las mujeres ser las provocador­as, ya sea por su vestimenta o por los horarios o lo que sea. Queremos mujeres libres y seguras.

La radiografí­a es muy dolorosa: “machines” violentos que desprecian a la mujer, pero dicen idolatrar a su madre

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