Corredor Industrial

El epicentro del desastre en CDMX Envían equipos de rescate

La Roma y Condesa, dos de las colonias más antiguas de la capital, sufren los peores efectos del sismo, sin embargo la gente se moviliza para apoyarse

- Agencia Reforma Ciudad de México

Repentinam­ente todos los vehículos comenzaron a botar, los árboles a agitarse y los postes eléctricos se tensaron tanto que los cables se soltaron como látigos.

Del antiguo lago de Tenochitlá­n, que cubría antiguamen­te una parte de la Ciudad de México, las colonias de La Roma y Condesa son las más cenagosas y la zona más afectada por el terremoto que ayer sacudió el país.

Hace 32 años estas dos colonias se convirtier­on en una gigantesca morgue tras el seísmo de 1985, y ayer sensacione­s parecidas recorriero­n el cuerpo de veteranos y recién llegados.

Pero a la sensación que deja un terremoto de magnitud 7,1 no le importa el epicentro ni la historia. “Se sintió como el peor”, cuenta un supervivie­nte de todos los anteriores.

Eran cerca de las 13:20 cuando la tierra comenzó a moverse de lado a lado en la Ciudad de México.

Los cristales de la Iglesia de Fátima, en la calle Chiapas, caían como espadas sobre las banquetas mientras la gente se refugiaba en edificios de los que se desprendía­n cascotes. En la calle Oaxaca, un edificio que medía media cuadra se ha desplomado sobre sí mismo.

En la calle Jalapa esquina con San Luis, un edificio de cinco alturas se bamboleaba como un junco mientras los vecinos salían con el pánico en la cara.

40 segundos que fueron 40 horas y, tras la brutal agitación, el silencio. Polvo en el ambiente, olía a gas y sonaban las sirenas.

En la esquina de Medellín y San Luis Potosí, una enorme construcci­ón de cinco alturas se encogió como un club de sándwich sin que hasta el momento se conozca el número de víctimas. Una señora en silla de ruedas lloraba. “Había gente”, decía.

No habían pasado ni cinco minutos del temblor y la gente comenzaba a organizars­e: uno paró el coche, con una cuerda, otro acordonó la zona precariame­nte mientras otros más buscaban entre los escombros por si había niños atrapados. En caso de terremoto, los mexicanos llevan en el ADN la necesidad de ayudar y de saber qué hacer.

Las heroicas escenas también se suceden. Cientos de personas comenzaron a mover cascotes mientras las réplicas paralizan a cualquiera.

En medio del caos, una voz pide agua y decenas de jóvenes acuden por pesados garrafones para echar sobre los escombros y que algo de líquido filtre entre las piedras.

Una joven hace una lista de los medicament­os necesarios y vocea: “agua, alcohol…”. Dos horas después, pegada a una farola hay una lista con nombres de supervivie­ntes. Hoy, como en el 85, la organizaci­ón ciudadana llega antes que ningún servicio de emergencia.

Desde lo alto de una montaña de cascotes, los bomberos piden silencio para escuchar las voces. Otros ordenan el tráfico y cortan la calle para facilitar la salida de las ambulancia­s.

Dalia Perlasca, de 38 años, vive en un tercer piso de la calle Puebla. “Comenzó a moverse y me fui a la puerta, pero la casa iba de lado a lado y no podía meter las llaves. Yo suelo cerrar con varias cerraduras, pero todo se iba hacia los lados. Hasta que abrí, sólo repetía ‘me voy a morir”, recuerda “No fue como otros, que parece un baile, se notó un impacto duro” . Recuerda que su vecina, paralizada por el pánico, rezaba en la puerta de enfrente: “Jesucristo Redentor, danos luz y sálvanos de esta catástrofe…”

Muchos edificios han sido desalojado­s. Hay vecinos que, por miedo a las réplicas, se preparan para pasar la noche frente a otras construcci­ones.

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