Yo no voy a votar…
Yo no voy a votar por los candidatos que ofrecen dinero a las personas, sin tener, éstas, un trabajo devengado. Votaré por el que tiene la visión más precisa de cómo crear ocupaciones dignamente remuneradas. Y, por supuesto, acepto que la lucha frontal contra la corrupción y a la inseguridad también estará presente en la orientación de mi sufragio. Sé, desde luego que la situación choca con la benevolente prédica de candidatos y de instituciones gubernamentales que acostumbran a sus hacedores de leyes a escarba los vericuetos de usos y costumbres para llegar al fondo de la vulnerabilidad e infalibilidad de sus designios. Claro, ellos viven de eso sin cargar las cosas sobre el lomo, pero, de vez en cuando, hay que volver a lo básico. Existen cosas a considerar que generan poli interpretaciones de actividades a las que no hay que dar demasiadas vueltas. Pongamos el caso de la penuria de las madres solas.
La demografía, sabemos, crece por múltiples razones, sin embargo, para no complicarnos la vida pongamos dos causas genéricas: una es la del amor y otra es la de la perversión sexual. La primera siempre debe de contemplar idealmente el futuro de la prole y la segunda es una irrupción que tiene que ser castigada por la ley. Derivado de lo anterior habrá que decir que si en el procrear, con amor, se presentó una desavenencia tardía entre padre y madre, la pareja tiene que responsabilizarse de la vida familiar subsecuente; pero sí el detalle de gestar a un hijo fuera de una ambivalencia sentimental, la responsabilidad tiene que resolverla la autoridad.
Y bueno, otro lado, disperso, se encuentra cualquier causante honesto del fisco que, desde luego, no aceptará emocionalmente que su contribución vaya a retribuir, por medio del SAT, errores o infamias que las pesadumbres de personas indilgan a los siempre postreros juicios gubernamentales. Él, el cautivo fiscal, estuvo en el trabajo pleno, en donde se sabe que el desarrollo se gana con esfuerzo y no con las dádivas volátiles y discursivas. Pero bueno, la vida tiene mil formas de padecerse: la peor es la de valerse del trabajo de otros y la mejor es la de paliar las cosas fuera de los muros del aspaviento institucional.
Un asunto discutible, que tiene que ver con lo que se escribe, lo puso sobre el mostrador político Jaime Rodríguez Calderón “El bronco” con el detalle inconcebible entre las buenas conciencias de “cortar la manos” a los abundantes arañadores de los bienes nacionales. Desde luego lo expresado puede parecer una metáfora, sin embargo, “El bronco”, sin mayores rodeos, tuvo el valor de expresar una posible “vuelta a lo básico” para corregir las malas prácticas que anegan a nuestro querido México y a sus legislaciones más que extraviadas.
“Yo no voy a votar por los candidatos que ofrecen dinero a las personas, sin tener, éstas, un trabajo devengado. Votaré por el que tiene la visión más precisa de cómo crear ocupaciones”.