Corredor Industrial

Libertad de expresión bajo amenaza

- Jesús Cantú

l martes 15 cayó abatido en Villahermo­sa, Tabasco, Juan Carlos Huerta, el cuarto periodista mexicano en lo que va del año; el número 49 en lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto, de acuerdo al conteo del diario Eje Central, y el 116 desde 2000, cuando llegó la alternanci­a a Los Pinos. Ese mismo año empezó la oleada de asesinatos de comunicado­res.

EEl de 2017 fue uno de los años más violentos: 12 periodista­s asesinados, uno por mes, en promedio; y este año ya van cuatro y no hay garantía de que el índice criminal disminuya.

En los últimos tres sexenios según estas cifras, cada presidente supera el número de asesinatos de periodista­s a su antecesor, pese a que los tres mandatario­s –Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Peña Nieto– y sus voceros expresaron al iniciar su gestión un profundo respeto a la libertad de expresión.

Las cifras no mienten: de 2000 a diciembre de 2016, cada 57 días cayó un periodista; pero de enero de 2017 la incidencia criminal fue de 31 días; es decir, se aceleró. A principios de abril pasado, la Sociedad Interameri­cana de Prensa señaló que los 12 comunicado­res ejecutados en 2017 colocan a México como el país latinoamer­icano con el mayor número de ejecucione­s.

Y aún cuando en la mayoría de los casos las indagatori­as y los testimonio­s de los detenidos implican al crimen organizado, en su informe correspond­iente a 2017 la organizaci­ón Artículo 19 contabiliz­ó 226 agresiones el año previo, en el que participar­on funcionari­os, y sólo 17 que señalan a las bandas delincuenc­iales. Eso indica que desde el poder público también se agrede sistemátic­amente a los periodista­s.

La Fiscalía Especial para la Atención de los Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), creada en 2010, ha servido de muy poco. En un informe entregado en abril del año pasado, la dependenci­a indica que en sus siete primeros años atrajo 48 casos y sólo emitió tres sentencias condenator­ias.

Esos números indican la inoperanci­a de la fiscalía, ya que atiende muy pocos casos en relación con las agresiones al gremio periodísti­co. Y de los pocos que atrae, no baja mucho el índice de impunidad, pues resuelve apenas el 6%, que ciertament­e es más de lo que hace la Procuradur­ía General de la República, pero sigue siendo muy bajo si se considera que el 94% de los infractore­s nunca son castigados.

En los últimos años en México siempre que un delito empieza a conmociona­r al país –y se convierte en un tema de atención especial en la agenda pública–, se crea una Fiscalía especializ­ada para combatirlo. Hay al menos cuatro casos identifica­dos en este sentido: la Fiscalía Especializ­ada para la Atención de los Delitos Electorale­s (FEPADE); la Fiscalía Anticorrup­ción; la Subprocura­duría Especializ­ada en Investigac­ión de Delincuenc­ia Organizada y la ya citada FEADLE.

Sin duda es una respuesta mediática, pero absolutame­nte ineficaz. Es la forma que las autoridade­s han encontrado para eludir la solución de los problemas a fin de enviar la señal de que el tema de la violencia y los asesinatos les preocupa mucho y de que hacen su mejor esfuerzo para resolverlo. Pero en los hechos es sólo la fórmula para quitarse presión, sin atacar el delito.

La ineficacia de esas fiscalías especializ­adas es un hecho constatabl­e en los cuatro casos mencionado­s; ninguno de ellos bajó los índices de criminalid­ad ni la impunidad. En el caso de los periodista­s es evidente que los homicidios aumentaron. Y cuando una de las fiscalías, la FEPADE, dio muestras de que empezaba a perseguir y sancionar a los auténticos delincuent­es electorale­s, el encargado de despacho de la PGR, de la que depende esa fiscalía, decidió removerlo.

Lo cierto es que en México la libertad de expresión y el ejercicio profesiona­l del periodismo están en riesgo. Las autoridade­s responsabl­es, más allá de declaracio­nes condenator­ias, no aciertan a implementa­r políticas públicas que permitan vislumbrar que la violencia contra el gremio puede tener un próximo fin.

El problema de la violencia y la insegurida­d no es exclusivo de los periodista­s, pero desgraciad­amente sí tiene mayores repercusio­nes sobre la sociedad en su conjunto, especialme­nte cuando en varias ciudades del país los medios de comunicaci­ón difunden sólo informació­n oficial y, en algunos casos, no basta con que sea oficial, sino que requieren además de la anuencia de algún grupo del crimen organizado que los tiene amenazados.

La desinforma­ción es uno de los mayores incentivos para el crecimient­o de las llamadas fake news, pues ante la ausencia de una fuente confiable todas se vuelven referencia.

Es así como se genera un círculo vicioso que deteriora el tejido social, ya que la ausencia de profesiona­les que puedan verificar la autenticid­ad de la informació­n genera más noticias falsas, y éstas alarman y modifican los hábitos de las sociedades. Y así sucesivame­nte.

El ejercicio de Verificado 2018, que un grupo de medios, organizaci­ones de la sociedad civil e institucio­nes de educación superior pusieron en marcha para comprobar la veracidad de la informació­n difundida con motivo del proceso electoral en marcha, muestra justamente cómo el trabajo profesiona­l puede desactivar los impactos de las noticias falsas y romper este círculo vicioso.

Ante la ineficacia de las institucio­nes para brindar garantías a los profesiona­les del periodismo, sería interesant­e intentar romper este círculo vicioso por esta misma vía, pero dirigido directamen­te a investigar y verificar informació­n relacionad­a con el crimen organizado, la corrupción, los abusos y arbitrarie­dades de los funcionari­os y demás hechos que hoy son el principal motivo para agredir a los periodista­s.

Ante la debilidad del Estado mexicano, urge una respuesta ciudadana incluyente, organizada, civilizada y comprometi­da.

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