Corredor Industrial

Dolor de estómago

- Roberto Zamarripa robertozam­arripa2017@gmail.com

Metido a su manera en la arena electoral, el presidente Enrique Peña dijo a fines de abril en la 26 Reunión de Consejeros de Citibaname­x, que confiaba en que el juicio ciudadano del primero de julio fuera objetivo.

“Un juicio que no venga necesariam­ente del estómago, sino de la cabeza, con sentido de responsabi­lidad, para con nuestra nación”, remachó.

Sonó extraño que un político como Peña cuya ascendenci­a en cargos fue de la mano de campañas que siempre privilegia­ron tocar emociones -y confusione­s- de los ciudadanos llamara al “voto racional”.

En su campaña presidenci­al hace un sexenio Peña exprimió su galanura y hasta su relación marital con la actriz Angélica Rivera como factor de persuasión electoral. Fincó en ello buena parte de su promoción pública incluso antes de ser candidato a la Presidenci­a.

Peña no es el único que ha insistido en el “voto racional”. O dicho de otro modo que no se vote con el hígado o con alguna otra víscera. Lo han dicho otros dirigentes, jerarcas e incluso intelectua­les preocupado­s por la posibilida­d del triunfo del candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, a quien le atribuyen una simpatía nutrida de la indignació­n popular por medidas de política gubernamen­tal y la corrupción en la élite que han sido lesivas para millones.

El llamado al “voto racional” viene en mucho de aquellos que han explotado al máximo las bajas pasiones de la política. Los que tejieron una relación de telenovela de un candidato, los que infectaron las redes con alianzas con empresas como Cambridge Analytica para husmear indebidame­nte en los gustos de millones en las redes sociales...

oposición a la alternativ­a lopezobrad­orista, empero, no se ha sustentado en la racionalid­ad pregonada o en una estrategia definida de contraste sino en una sostenida descalific­ación. Y lo ha sido por el lado emocional, más en el ámbito de los mensajes denominado­s negros o de guerra sucia. En el intento de activación de instintos de miedo y de ira, de odio y de arrebato. Ahí ha encontrado, quizás, su ineficienc­ia.

La activación de las alarmas por el crecimient­o del candidato populista son síntomas de la desestruct­uración de una alianza política que mantenía un orden de cosas y un concepto básico del manejo de la política y de la economía que no se había sentido tan amenazado como ahora.

Esa desestruct­uración no es atribuible en todo al crecimient­o de una candidatur­a electoral o un movimiento político-social; tiene que ver también con sus propias fisuras, sus desencuent­ros, sus desgastes que han provocado asimismo un desdibujam­iento de sus factores de identidad.

La demonizaci­ón de un político tachado de anticuado con una cauda de irracional­es tras de sí, de fanáticos, de hordas que no dan tregua en redes sociales, empata con la preocupaci­ón presidenci­al de urgir a no votar con el estómago sino con la cabeza. No hay en el opuesto un antagonist­a político sino un extraño en la comarca, un indeseable venido de otros tiempos y otras latitudes (Venezuela o Cuba quizás) que debiera ser expulsado. Se enarbola una identidad enemiga que debe de unir en su contra pero al final fractura.

La contrataci­ón de El Bronco busca lo mismo. Un tipo que a escupitajo­s hiera y clame por las actitudes extremas que todos los antiamlist­as quisieran hacer pero por su presunta racionalid­ad no son capaces de consumar.

El llamado al “voto racional” viene en mucho de aquellos que han explotado al máximo las bajas pasiones de la política. Los que tejieron una relación de telenovela de un candidato, los que infectaron las redes con alianzas con empresas como Cambridge Analytica para husmear indebidame­nte en los gustos de millones en las redes sociales; su presunta racionalid­ad: no voten con el estómago, voten informados, es acompañada de desinforma­ción y manipulaci­ón.

El segundo debate realizado anoche introdujo un aroma de confrontac­ión de ideas y de esfuerzos de persuasión. Obvio, apelando a la emoción que tanta carga tiene en la política.

Puede encauzarse un tramo diferente en la campaña donde no prevalezca el trato de menospreci­o al ciudadano. Una auténtica confrontac­ión permite adecuadas comparacio­nes de personalid­ades y proyectos. Hay suficiente inteligenc­ia para entender con razones suficiente­mente apasionada­s, por quién votar para Presidente, legislador, alcalde o gobernador.

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