Corredor Industrial

Macrobio

- Catón

Por estos días leo a Macrobio, escritor latino del siglo IV de nuestra era (perdón por incluirme entre los propietari­os de esa era). Muy conocido en la Edad Media por su nombre de Ambrosio Teodosio, Macrobio fue prefecto en España y procónsul en África, donde quizá nació. A él debemos el aprecio a Virgilio y la gran difusión de la obra del mantuano a partir del medioevo. Ya cercana su muerte Macrobio se convirtió al cristianis­mo. Años antes había publicado su obra Symposion Saturnalia, una deliciosa antología de textos sobre los más variados temas. Ignoro si de este libro hay traducción al español; yo la haría si tuviera tiempo y conocimien­tos suficiente­s. Encuentro en el Symposion de Macrobio un picaresco relato que debe figurar entre los más antiguos chistes en los anales del humorismo universal, pues tiene aproximada­mente mil 600 años de edad. Según esa narración la esposa de Agripa, Julia, engañaba a su marido con un variadísim­o surtido de amadores. Sin embargo todos los hijos de la mujer -eran seis- se parecían a su marido, de modo que no cabía duda sobre su paternidad. Algunos amigos de Julia que conocían sus adulterios se admiraban por eso y le preguntaba­n cómo hacía para que sus hijos se parecieran a su esposo, teniendo tantos amantes: “... Ait: ‘Numquam enim nisi navi plena tollo vectorem’...”. Respondía: “Nunca tomo pasajeros sino cuando el barco está lleno”... ¿Qué les parece a mis cuatro lectores esta Julia? ¡Y luego dicen que en cuestiones de moral todo tiempo pasado fue mejor! Quienquier­a que conozca la naturaleza humana sabe que en cosas de la cintura para abajo todo tiempo pasado fue igual. Recordemos la anigua copla oaxaqueña -de la época de la Colonia- por la cual su autor fue a dar ante los ceñudos jueces de la Inquisició­n. Dice esa copla, referida a los mandamient­os de la ley de Dios: “Si el sexto no lo suprimen, / y el noveno no rebajan, / ya podrá Diosito bueno / llenar su Cielo con paja”... Al terminar el trance de amor Dulcibella, recelosa, le preguntó a su galán: “Dime, Pitorro: ¿no tienes la enfermedad venérea llamada herpes?”. (Eso debió preguntar antes de empezar el dicho trance). Respondió él: “Desde luego que no”. “Qué bueno -se tranquiliz­ó Dulcibella-. Sería el colmo que me lo contagiara­n dos veces en la misma semana”... Casta, linda chulapa de Madrid, se topó en la calle de Alcalá con su amiga Susana. Después de un rato de conversaci­ón le preguntó: “¿Tienes novio, chica?”. “Sí -respondió Susana-. Es otorrinola­ringólogo”. “Ya veo -comentó Casta-. Vasco”... Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, visitaban el Museo de Antropolog­ía. El guiaba del grupo les informó: “Esta pieza de cerámica que ven ahora es un símbolo fálico”. La señorita Himenia se inclinó sobre su amiga y le dijo al oído: “Será símbolo de lo que sea, pero francament­e a mí me parece otra cosa”... Babalucas, el tonto mayor de la comarca, invitó a su novia Pirulina a salir esa noche. Cuando llegó por ella se encontró con que la muchacha tenía una fuerte laringitis, y no podía hablar. Le preguntó: “¿Qué quieres que hagamos?” -le pregunta. Ella tomó una libreta y dibujó una mesa y sobre ella un plato con viandas. “Ya entiendo” -dijo Babalucas. Y la llevó a un restorán. Al terminar la cena le preguntó: “Ahora ¿qué quieres que hagamos?”. Ella, en la servilleta, dibujó una copa. “Entiendo” -volvió a decir Babalucas. Y la lleva a un bar a tomar una copa. Le preguntó luego: “Y ahora ¿qué quieres que hagamos?”. Ella, con sonrisa insinuativ­a, dibujó una cama. “Entiendo -repitió el badulaque-. Pero creo que éstas no son horas de ir a ver muebles”... FIN.

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