Ciro y Andrés Manuel
“Puedo gobernar sin ejército, pero no sin prensa”.
Juan José Torres Landa
La embestida de López Obrador en contra de Ciro Gómez Leyva muestra lo descompuesta que está la relación entre la federación y la prensa. Desde la mañanera, el Presidente arremete contra casi todos los medios y periodistas. Usa a falsos reporteros para que le tiren “bolas ensalivadas”, como se dice en el beisbol. Un truco bastante vulgar.
Ayer le tocaron las acusaciones a Ciro Gómez Leyva, quien trabaja en la mañana con Radiofórmula y por la noche en Imagen Televisión. El conductor tiene muchos años en el oficio y es reconocido como uno de los periodistas íntegros, sin cola que le pisen. “Lord Molécula”, uno de los paleros de la mañanera, saca facturas que presuntamente gobiernos pasados pagaron a Ciro.
Gómez Leyva dice que jamás ha facturado algo a gobierno alguno, que su ingreso depende de sueldos que cobra por su trabajo profesional en Radio Fórmula e Imagen. Ciro no tiene por qué mentir. Su prestigio y décadas de trabajo lo respaldan. Acusarlo gratuitamente porque no le gusta a López Obrador lo que dice o el enfoque editorial de sus noticieros, sólo trae animadversión del público que los sigue a diario.
Pero lo mismo sucede con Reforma, El Universal y con Carlos Loret de Mola. No sé si alguien se haya tomado la molestia de llevar la estadística de la postura editorial de la mayoría de los medios en México, pero después de leer y escuchar durante varias horas al día los medios, parece que la crítica nunca había alcanzado la fuerza de hoy.
El argumento preferido de López Obrador es que lo atacan porque ya se acabó el “chayote”, porque los medios y los periodistas no están contentos por eso. En redes sociales lo replican miles de veces para que la opinión pública lo crea. Si el gobernante comenzó con una alta credibilidad después del triunfo electoral, cada día que pasa la realidad no concuerda con sus palabras. Los conductores, editorialistas y periodistas de investigación obtienen puntos a su favor.
Si lo vemos en forma pragmática, quienes reciben reprimendas y acusaciones falsas desde la mañanera, obtienen publicidad gratuita y la oportunidad de validar sus críticas. Mientras los especialistas en comunicación de palacio tienen que rascarse la cabeza para inventar “complós”, los medios convierten los ataques presidenciales en poderosos bumeranes publicitarios.
La última payasada de John Ackerman fue decir que los periodistas eran sicarios, la contracara de los cárteles de las drogas. Al personaje y a su esposa, Irma Eréndira Sandoval, secretaria de la Función Pública, no les cayó nada bien que Carlos Loret de Mola les descubriera su patrimonio inmobiliario que no coincide con sus declaraciones. A cada pisotón propinado desde la mañanera, vendrá uno igual o más fuerte en sentido contrario.
Vivir peleado, vivir peleando contra todos no funciona y por lo general refleja una afectación mental o por lo menos la incomprensión del ejercicio de la política. Menos comprensible es cuando el picapleitos está instalado en el máximo puesto público del país. Los periodistas y los medios adquieren pronto la “inmunidad de rebaño”. Ningún ataque o crítica desde el poder tendrá valor o hará daño en el futuro.