Hacer algo por nuestras niñas
La historia de Mara Castilla me ha sobrecogido desde que supe que estaba desaparecida. La imaginé como a tantas jovencitas que están llenas de ilusión y felicidad, sin suponer lo que les puede venir encima. Se me arrugó el corazón cuando me enteré de lo que le había sucedido: encontraron su cuerpo sin vida, envuelto en una sábana, abandonada cerca de una barranca. Y, cuando pensamos que ya habíamos llegado al infierno en este caso, todo empeoró. Se revelaron los detalles del asesinato.
Parece que Mara se quedó dormida en el auto que pidió a la compañía Cabify porque había bebido. El chofer no la pudo despertar cuando llegaron a su casa y ahí se quedaron un buen rato. Luego, circuló con ella durante 20 minutos. Paró en una tienda de conveniencia para comprar cigarros. Parece que dudó, pero finalmente entró al motel. Lo que sucedió en la cabeza de este criminal, los motivos que lo llevaron a matar son tan absurdos que escapan de la comprensión de cualquier ser coherente.
Las distorsiones sobre el caso aturden por divergentes. Dicen que el chofer de Cabify era un tipo común que vivía con su pareja y usaba el coche de su mamá para trabajar. No tenía antecedentes. Aunque, por su parte, el fiscal de Puebla, Víctor Antonio Carrancá, afirma que el presunto asesino estaba implicado en la ordeña clandestina de ductos de gasolina, es decir, era un probable ‘huachicolero’, aunque por cuestiones de proceso, al no haber sido condenado todavía, sus antecedentes penales aparecían limpios. Pues, ahora ya están manchados de sangre. Es terrible. Pedimos a nuestros jóvenes que se cuiden, que no manejen en estado de ebriedad, que pidan un taxi para que los lleven a casa y puedan llegar sanos y salvos. Pues sí, eso fue lo que hizo Mara y ya ven lo que le pasó.
Lo triste es que al pensar en las circunstancias de este asesinato, muchos están concluyendo que Mara se puso en peligro y lo que le pasó a ella, le pudo pasar a cualquiera. Entonces, ¿pedir el servicio de una compañía segura ya no es garantía? Dicen que ella no fue precavida, que como el taxista, cualquier hombre pudo caer en esa ‘provocación’. Casi casi se asume que el feminicida fue víctima de la chica. Ahora resulta que el asesino era un hombre de bien que cayó en la tentación que le tendió una jovencita que le echó a perder la vida. Así las cosas, lo único que puedo concluir es que vivimos rodeadas de nuestros posibles feminicidas.
No me queda claro cómo damos ciertos brincos y alcanzamos esas conclusiones. No entiendo, cómo una persona termina su jornada laboral con una muerte en la consciencia y cómo hay personas que pueden culpar a la víctima y no al victimario. Escucho tantas voces que advierten de los riesgos de ser mujer en México y se me retuerce el alma. Los hombres también sufren los efectos de la falta de seguridad. Tiemblan ante la posibilidad de un asalto o de que se encuentren en un mal lugar en un peor momento. Hasta ahí compartimos circunstancias.
El problema es que las mujeres, además de la inseguridad terrible que estamos viviendo, también podemos ser atacadas por nuestra forma de vestir, por el largo de la falda o por lo profundo de un escote. Una mirada puede ser interpretada como un coqueteo que, resulta ser una provocación tal, que causa muerte. No podemos seguir pensando así. Tenemos que hacer algo por nuestras niñas, por nuestras mujeres y tenemos que hacerlo ya.