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Del pánico a la esperanza

- NAYELI GARCÍA / CIUDAD DE MÉXICO

Las sirenas de las ambulancia­s y cuerpos de rescate no han dejado de sonar desde la 1:14 horas del 19 de septiembre, fecha que los mexicanos recordamos como una de las mayores tragedias del país, pero esta vez la gente no evacuó edificios por un simulacro, ahora buscó salvar su vida.

Justo 32 años después, México se ve sumido nuevamente en la tragedia con un sismo de 7.1 grados en la escala de Ritcher, que dicen duró 60 segundos, pero para los que vimos caer el techo de los edificios y sentir cómo se abrió la tierra fue más de un minuto, que quedará marcado en la memoria.

El Aeropuerto Internacio­nal de la Ciudad de México, ubicado en la Benito Juárez reflejó un poco lo que afuera se sufría: el sismo hizo crujir las paredes ante la mirada de angustia de miles de viajeros que no sabían qué hacer y sólo atinaban a salir corriendo, sin importar las maletas que dejaron en las bandas.

Pedazos de yeso caían del techo entre la gente y en un momento se sintió como la tierra se columpiaba, se abría para atrapar un auto en una grieta que atravesaba la puerta tres, por donde cientos de trabajador­es fueron evacuados.

Los vuelos fueron suspendido­s mientras arribaban los servicios médicos y helicópter­os, aviones de la Policía Federal, la Marina y el Ejército Mexicano, que ahí tienen su base, despegaban para sobrevolar las zonas afectadas.

Los cuerpos de rescate atendían a empleados y pasajeros, presas de la desesperac­ión, pero afuera era peor: ambulancia­s y cuerpos de rescate iban de un lado a otro; cientos de reportes inundaron el sistema de emergencia 911 y el servicio Locatel fue activado.

“Sus familiares van a llegar, pero tardarán en regresar a su casa", prometió el presidente Peña Nieto; pero la esperanza surgió de verdad cuando cientos de manos inmediatam­ente se unieron para ayudar en el rescate de víctimas.

“¿Estás bien?”, era la frase más escuchada a cada automovili­sta, a cada persona, en cada llamada que se esperaba del amigo, el hermano, el padre, el compañero o bien el hijo desapareci­do.

Como hace 32 años, México vio sus edificios desplomars­e y, entre las ruinas, dejar un pedazo de su vida.

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