La política y el buen gusto
a la impresión de que, en nuestros días, la política y el buen gusto no tienen un eslabón de unión. Es triste. Resulta casi imposible imaginar a un político en el que no haya nada impostado en el discurso, en quien no haya algo que suene falso o hueco, que vaya de frente con respuestas serias, meditadas y exactas. Sería todo un acontecimiento dar con esa aguja en el pajar. Pasa en México y en todos lados.
Ya lo dijo con tanta razón el gran filósofo Cantinflas: “Qué lindo sería toparnos con un político que busca soluciones”. Pero no se le ve en el escenario. Hoy, la grandeza es acontecimiento. Todos reclaman un puesto especial en el ámbito público, se quejan de que no se le escuche, pero no toman en cuenta de que las ideas que proponen más que ver por el bien común, caen en el lugar común. Se miran el ombligo y actúan con gran prepotencia.
La noción de desencanto como salvación del cinismo se extiende por el mundo. Tampoco es novedad. Figuras de la talla de Teodoro W. Adorno, Lukács y Bloch denunciaron en su momento la falta de buen gusto de los políticos. El buen gusto de un político no tiene que ver con linajes, sabanas de seda, sino que es más bien un destello de conciencia. El legendario personaje cervantino Sancho Panza se distingue por ese buen gusto a pesar de ser un hombre sencillo. Busca el amor a la verdad y a la vida. La gentileza entiende la diferencia entre los
Dideales y las cosas, en la frustrada correspondencia entre la universalidad postulada por la idea y la miseria de lo real que la desmiente. No se ven esas cualidades entre los postulantes a ocupar nuestros puestos de representación popular.
Entre la política y el buen gusto está la estatura del político. Es la brecha de la persona que está dispuesta a vivir a la altura de las circunstancias y el que se detiene ante el mal gusto de ser un predicador de púlpito que arroba a sus fanáticos e irrita a quienes buscan soluciones y no encuentran más que displicencia. La ordinariez se refleja en esas formas imperiales que revelan ciclos de catástrofes e infortunios: critican al que está en el poder, pero cuando ya lo detentan, en vez de asumir y resolver desdeñan al que presenta problemas que exigen soluciones y dan resultados deficientes.
La única medida de sabiduría con la que un político debiera empezar sus propuestas es sustentada en el buen gusto. El escritor croata Miroslav Krleza escribió en 1939: “La falta de buen gusto es falta de sabiduría. Un político con buen gusto no es mentiroso, corrupto ni desperdicia palabras. Es recto, consistente y coherente”. En fin, se trata de estatura, de grandeza. Sus palabras resuenan por su vigencia en nuestros días. Tal vez, nos hacen falta mejores ejemplos. Pienso en Winston Churcill, un verdadero hombre de estado que logró unir a los británicos y los puso en la palma de la mano. Despertó en ellos el espíritu patriótico que necesitaban para enfrentar a Hitler. Fue una persona que entendió la importancia de unir esfuerzos, de convocar a su gente en torno a un objetivo común, en vez de optar por las divisiones y la erosión del tejido social.
Sé que muchos lo califican de un megalómano. Pero, tuvo la grandeza de “En el curso de mi vida, a menudo me he tenido que comer mis palabras, pero debo confesar que es una dieta sana”, escribió Churchill en sus memorias. Era un hombre que tuvo altura de miras y supo evaluar las circunstancias en medio de conflictos tan catastróficos como las grandes guerras. También dijo: “Cuando tienes que matar a un hombre, no cuesta nada ser educado”. Sé que el buen gusto puede parecer una frivolidad. Pero, estoy segura de que el gusto tiene una dimensión más moral que estética. Efectivamente, en la experiencia el fenómeno del gusto es la capacidad de discernir unas cosas respecto de otras, de hacer distinciones que rebasan con mucho la mera dimensión estética, y nos instalan en las dimensiones ética y política de la vida humana.
No estaría nada mal empezar a exigir un poco de buen gusto y menos vulgaridad. No es un tema superficial, me temo que es todo lo contrario. Vean y verán.