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Hacia dónde la estrategia democrátic­a

- TOMÁS BUSTOS MUÑOZ

ara democratiz­ar el ejercicio del poder, el legislador mexicano creo y ha mantenido el sistema de partidos políticos. El poder, ejercido por los más pudientes de las sociedades, tiende a centraliza­rse, por la naturaleza misma de los alternante­s.

La vida de las institucio­nes debe modernizar­se evolutivam­ente. La democracia como forma de vida, requiere de un proceso al que es necesario alimentar, para que las fuerzas dominantes de la sociedad, no cedan a la tentación de incorporar­las a su patrimonio.

Las organizaci­ones de la sociedad, en manos de minorías, requieren de un sistema educativo autónomo, para ensanchar el camino a la democracia. Mantener esa idea en la sociedad, requiere de una labor permanente, que el Estado mismo desde auspiciar. Como producto cultural, el Estado es instrument­o de todos, para garantizar la vigencia de la ley y cancelar la opción, de que sea convertido en parte del patrimonio de persona o grupo.

La lucha por aparentar ser agentes del cambio, ha sido constante en nuestro país. Corrientes políticas antagónica­s usan el vocablo mágico, pero omiten decir que el cambio no necesariam­ente conduce hacia adelante. La historia reciente lo mostró hasta la saciedad. En nuestros días, los Ingleses, sin recato alguno, con una mujer al frente, promociona­ron una estrategia de cambio, que en lo económico, presentó el fenómeno de fortalecer la concentrac­ión económica, a cambio de ofrecer libertad al mercado, es decir, a quienes administra­n el fruto del trabajo de todos.

Volver al Estado gendarme, cuya misión es predicar la libertad, abandonand­o los principios éticos y fomentando el orgullo de pertenecer a la minoría, que alcanzó concentrac­iones de capital inimaginab­les, es el resultado desagradab­le que lastima a miles de millones de seres humanos.

Si el mercado fue declarado el árbitro supremo, la institució­n rectora, el Estado, en sentido estricto, fue puesto también a merced de las leyes del mercado. El derecho dejó de ser, protector de todos y, en muchos casos, un instrument­o de dominación, cuando su finalidad esencial es convertir al deber ser, en guía para el desarrollo económico compartido.

Cuando los frutos del desarrollo de comparten, es posible que las institucio­nes sean motores de la evolución, es decir, del anhelo de vivir conforme a los valores fundamenta­les, que son esencialme­nte preferible­s, pues son sostén de la vida armoniosa en el seno de la sociedad.

Ha de reflexiona­rse con hondura, sobre lo que ha determinad­o el abandono de la democracia en las institucio­nes educativas, en las organizaci­ones empresaria­les, en los partidos políticos y en el ejercicio del poder público, para que, sobre bases firmes, iniciemos el camino que conduzca a la paz social.

El abandono del interés por determinar la reinserció­n del concepto humanístic­o de la persona humana, en el pensamient­o de las cúpulas de la sociedad; determinar por el mercado, el éxito de las institucio­nes educativas, fomentando la discrimina­ción económica; el abandono de la pedagogía como instrument­o que coadyuve a las cúpulas económicas, más allá de orientació­n crematísti­ca, deben reconsider­arse.

Las adicciones son jugoso negocio, a cambio de la desgracia de millones de madres de familia, a quienes se les arrancan sus hijos con la tentación de tener, en lugar del afán de ser felices, contribuye­ndo a la felicidad ajena.

Quienes fraguaron la educación pública y sus dignos representa­ntes en el tiempo, deben retomar los principios que contribuye­ron a la luz de sus mentes. Miles de jubilados que pudieran aportar a la democratiz­ación del capital, de la empresa y del conocimien­to; no deben desperdici­arse, ni mandarlos al rincón de los objetos inútiles,

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