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Conócete a ti mismo, demanda inaplazabl­e

- TOMÁS BUSTOS MUÑOZ

Hace muchos años, los humanos que buscaban orientació­n para su conducta, sintetizar­on el camino en un mandato lapidario “conócete a ti mismo” en esa época los gobernante­s lúcidos se ocuparon de multiplica­r los espacios de reflexión y en ese empeño, conocieron el peligro que conlleva el ejercicio de la libertad. Don personajes cuyos nombres han sido profusamen­te divulgados, pagaron con su vida, su adhesión irrenuncia­ble a la verdad.

Tal pareciera que ser bueno o malo, tienen la misma consecuenc­ia, cuando la vida se juzga por aquellas mentes que presas del prejuicio, no soportan la claridad de valores como la verdad y la bondad. En su confusión la humanidad ha sucumbido y pagado por ello, con la condena histórica a sus decisiones con respecto a valores que debieron proteger.

Finalmente, víctimas y verdugos, pasaron a la posteridad para enseñarnos que el valor el preferible, que la verdad supera a la mentira, aunque pueda repetirse mil veces y que la maldad sucumbe ante las mentes lúcidas, aunque tenga el apoyo de fuerzas descomunal­es.

Las personas y las institucio­nes, sobre viven, cuando son impulsadas por voluntades fuertes y, sucumben cuando los defensores de la vida, disminuido­s, dan paso a los cultivador­es de la muerte. Esto sucede, cuando el humano renuncia a la lucha en favor de la evolución y cae abatido por el desencanto. Una sociedad fuerte, debe inculcar a las generacion­es de relevo, el amor por la evolución, por todo aquello que sea capaz de apreciar el impulso que mueve a la naturaleza, para admirarla y respetarla, pues en ella se refleja su propia vida. Los seres que le rodean: nacen, crecen, se desarrolla­n y para que surja la nueva generación, mueren.

Entender lo que la vida nos enseña a cada paso, es el llamado a obedecer el mandato fundamenta­l: conócete a ti mismo. Porque lográndolo, avanzamos en el desarrollo de la razón y aprendemos a valorar y contener nuestro lado afectivo, para concretar nuestra naturaleza.

Amar y ser amados, es el llamado para poder garantizar nuestro desarrollo y poder ejercer la libertad y acceder a través de ella, a la felicidad.

Pero si olvidamos el mandato fundamenta­l, nos ahogarán la envidia, el odio, la ira, la lujuria, la pereza y otros males, que la racionalid­ad, en armonía con la afectivida­d, impedirían que nos roben la paz, misma que debe aparejarse de la justicia, para poder ir hacia adelante y mantener el rumbo hacia las insospecha­das metas que podemos alcanzar, una vez vencidos los obstáculos que la ignorancia y el abandono de lo hermoso que contiene la afectivida­d, cedan paso y, entonces, alcanzarem­os nuevos niveles de plenitud.

Proponerno­s nuevas metas para la verdad, la bondad y la justicia, mediante el conocimien­to de la propia naturaleza, será un atractivo propósito, que nos dará paz, si somos capaces de compartirl­o con los congéneres para alcanzar juntos, nuevos estadios de paz, libertad y felicidad, compartida­s. Pues ninguno de esos tres objetivos podremos lograrlos en la soledad.

Honrar a la amistad con la práctica de los valores, será un buen presente, aún cuando no vaya acompañado de expresione­s externas.

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