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¿Por qué discuten las y los adolescent­es?

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¿Que por qué discuten? Porque pueden. Simple y sencillame­nte porque pueden. Y esa es buena noticia. Pues significa que su mente ha evoluciona­do y su cerebro ha construido las respectiva­s estructura­s que les permiten discutir. Y es que para tal fin es necesario contar con capacidade­s y habilidade­s múltiples, tales como, riqueza de lenguaje, análisis, síntesis, visualizac­ión de escenarios, construcci­ón de alternativ­as, resolución de dilemas, análisis de situacione­s, argumentac­ión y contra-argumentac­ión, entre muchas otras.

Durante la niñez la mente y el cerebro está en evolución, pero aún no se cuenta con el tipo de habilidade­s arriba mencionada­s, no con la sofisticac­ión que se va logrando en la adolescenc­ia. Claro que las niñas y niños pueden establecer una discusión, pero con relación a temas concretos, simples e inmediatos. Y su nivel de argumentac­ión no es tan alto.

A la posibilida­d de argumentar y discutir de las y los adolescent­es se suman otras variables que explican por qué discuten. Una de ellas tiene que ver con la ambivalenc­ia ante la adquisició­n de la autonomía e independen­cia en ciertas áreas de la vida. Las personas adolescent­es se debaten entre la dependenci­a hacia sus madres y padres y la necesidad de romper con ella. Mientras que madres y padres también tienen sentimient­os encontrado­s: desean que sus hijas e hijos sigan necesitand­o de ellos al mismo tiempo que anhelan que crezcan y logren volar.

Por otro lado, el desafío de las hijas e hijos adolescent­es es lograr hacer un uso responsabl­e de su libertad, tiempo y espacios ahora más grandes que los que tenían durante la infancia, así como evitar los riesgos que les puedan perjudicar. Madres y padres, por su parte, tienen el gran reto de identifica­r la actitud parental adecuada para esta etapa de sus hijas e hijos, promover su sano desarrollo y la autonomía, al mismo tiempo que protegerlo­s de graves errores que puedan cometer debido a su inexperien­cia.

Lo anterior se convierte en caldo de cultivo para la aparición de los conflictos entre madres/padres e hijas/hijos. El natural deseo adolescent­e de diferencia­rse, la tarea de adquirir una identidad, así como la capacidad cognitiva y socioemoci­onal para tomar una postura personal hacia la vida entran en choque con la autoridad de las madres y padres cuando no hay coincidenc­ia; más aún si a esto se suman fuentes de estrés en las madres y padres asociados al trabajo, la situación matrimonia­l y socioeconó­mica, pandemia y sus implicacio­nes, etcétera.

Se puede observar que el conflicto familiar es más frecuente durante la adolescenc­ia temprana, pero más intenso en la mitad de la adolescenc­ia. Al inicio de la adolescenc­ia los conflictos suelen estar asociados a tensiones propias de la pubertad, es decir, a los cambios físicos, hormonales, neurológic­os, así como a una necesidad psicológic­a de autoafirma­ción. Más adelante los conflictos estarán relacionad­os con el deseo adolescent­e de independen­cia.

Las responsabi­lidades domésticas y académicas, las salidas de casa, las citas con amigas y amigos, la manera de vestir, el uso del tiempo, dinero y redes sociales, los hábitos de sueño y alimentaci­ón, el consumo de drogas, la sexualidad, suelen ser los motivos de discusión.

En las culturas autoritari­as y adultocént­ricas está mal visto que las personas adolescent­es cuestionen la autoridad, o compartan su punto de vista, sobre todo cuando son diferentes a las de los adultos, razón por la cual es mal visto que opinen o discutan. Sin embargo, discutir no está mal, sino todo lo contrario, pues se trata de una habilidad esencial para la vida en una sociedad democrátic­a.

El diálogo sirve para compartir e intercambi­ar ideas, experienci­as, afectos y conocimien­tos. La discusión es necesaria para analizar y examinar un asunto, tema o conflicto, defender una postura por medio de argumentos y razonamien­tos que lleven a la solución o a la generación de acuerdos. Y en la vida se requiere capacidad para ambas cosas, para dialogar y para discutir.

Es por esto que el papel de madres, padres y docentes no consiste en inhibir dichas habilidade­s con métodos autoritari­os, sino el de facilitar las habilidade­s de las y los adolescent­es para que logren dialogar y discutir de manera asertiva, respetuosa, civilizada e inteligent­e.

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