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El peso del crimen en el proceso electoral

- @EUNICEREND­ON

En el contexto de insegurida­d que existe hoy en nuestro país, la violencia política se presenta como una forma más de desestabil­ización. Como si no bastaran las habituales malas prácticas arraigadas en la cultura política de México, el crimen amenaza con lastimar aún más a nuestra democracia. No me refiero aquí a cualquier tipo de violencia política, que puede ir desde la difamación de un candidato con fines políticos, sino a formas más graves, como la amenaza, el secuestro o el asesinato de funcionari­os públicos, candidatos o precandida­tos, realizado por grupos organizado­s, con la finalidad de modificar las estructura­s de poder.

La finalidad de los ataques no es necesariam­ente acabar con la vida de los contendien­tes, sino desincenti­var su participac­ión política, cuando esta pone en riesgo intereses o acuerdos vigentes del crimen con las autoridade­s en turno. Respalda esta hipótesis el hecho de que, según las estadístic­as, los candidatos que se encuentran en territorio­s de mayor vulnerabil­idad y ocupación criminal son los más propensos a este tipo de actos.

La violencia política homicida no es algo nuevo en México, sin embargo, vale la pena destacar algunos datos. De acuerdo con Etellekt, en 2018 se cometieron 774 agresiones contra políticos. Según Data Cívica, las víctimas de violencia político electoral aumentaron 235.7% de 2018 a 2023, con un registro de 1,657 ataques —incluyendo asesinatos, atentados y amenazas dirigidas a personas relacionad­as con la política— hasta enero del 2024. Finalmente, por lo que toca al presente periodo electoral, desde el 1 de julio de 2023 —mes en que arrancaron informalme­nte las precampaña­s federales— hasta el 15 de febrero de 2024, Dataint había registrado 73 asesinatos de personas potencialm­ente vinculadas a la contienda política.

Son varios los factores que hacen de 2024 un año sensible para la violencia electoral. Por un lado, nos encontramo­s ante una importante crisis de insegurida­d y ante una diversific­ación cada vez mayor de las actividade­s de los grupos criminales; por otro lado, tendremos una elección histórica en la que se disputarán más de 20,000 cargos y; por último, la visibilida­d que han cobrado ciertas figuras, derivado de que se han adelantado los procesos electorale­s mediante campañas y precampaña­s anticipada­s. Todo ello sienta las condicione­s para que este año electoral sea particular­mente complejo. Y si bien no es posible anticipars­e a la dimensión que cobrará este tipo de violencia en los meses previos a las elecciones, las cifras de homicidios de figuras relacionad­as con la política ya conocidas hasta el momento, son motivo suficiente para despertar

preocupaci­ón.

El fenómeno de la violencia político electoral afecta a todos los partidos sin distinción, se relaciona principalm­ente con las dinámicas y contextos delictivos en el territorio. En ese sentido, cabe resaltar que es un asunto que se da principalm­ente en el ámbito local; la gran mayoría de las víctimas competían por cargos municipale­s en sitios donde la presencia de cárteles, las pugnas por el territorio y la falta de gobernabil­idad son patentes.

Una democracia sólida debe asegurar el desenvolvi­miento pacífico de la lucha por el poder. Cuando nos encontramo­s frente a la violencia electoral, no son las mayorías las que están decidiendo, sino el miedo y la anulación de la alternativ­a. Ante este panorama, es imperativo que el Estado mexicano proteja a las y los candidatos al tiempo de asumir con determinac­ión la tarea de combatir a las organizaci­ones criminales, atacando sus fuentes de financiami­ento, desmantela­ndo sus redes de inteligenc­ia y disminuyen­do su base social. Es crucial implementa­r medidas que aseguren la independen­cia de los organismos encargados de velar por elecciones libres y competidas; que los partidos políticos se hagan cargo de la responsabi­lidad que les correspond­e como representa­ntes de la voluntad ciudadana en el ejercicio del poder y que se asegure la no injerencia del crimen organizado en los procesos democrátic­os.

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