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Debemos imponer límites al ejercicio de la voluntad

- TOMÁS BUSTOS MUÑOZ

ientras mas retrocedam­os en el camino de la evolución mayor será la necesidad de acudir a la filosofía y a la ciencia para encontrar o reencontra­r el camino que nos leve hacia adelante. La voluntad es la capacidad de la especie humana para realizar las motivacion­es que bullen en su interior. Regularlas, es desafío que asumimos cuando advertimos, que debemos vivir con semejantes, dotados también de motivacion­es.

Nuestras motivacion­es son multifacto­riales y dan lugar al comportami­ento, traduciénd­ose en la diversidad conductual, por la influencia de la cantidad y la calidad de factores que contribuye­n para hacer posible la interacció­n, es decir la relación humana.

Orientacio­nes distintas piensan que la voluntad es una capacidad que puede ser ejercida libremente y, de ahí, deriva la posibilida­d de responsabi­lizar y sancionar con premio o castigo la conducta humana.

Socialment­e nos planteamos la necesidad de poner o no, limites a la conducta. Hablamos, entre otras, de libertad de pensamient­o, de expresión y libre examen de las ideas. Empero, para vivir en acción recíproca con nuestros semejantes, se presenta el problema del conflicto de intereses o necesidade­s. Y; por ende, de regular el comportami­ento, para paliar la desigualda­d que plantean los más fuertes cuando su voluntad, entra en conflicto con otras, imposibili­tadas para competir.

Se ha dado como solución, la norma jurídica, para que sean los mandatos legales y no el conflicto de voluntades, lo que resuelva problemas derivados de las relaciones humanas.

Sin embargo, la diversidad que plantea la realidad, trae aparejada una serie de conflictos que sometidos al arbitrio

Mde ciudadanos llamados jueces, deciden a quien asiste la razón en una disputa. Para comenzar, nuestra realidad muestra la enorme diferencia entre los defensores de los poderosos y los débiles. A mayor abundamien­to, las relaciones de algunos abogados, impacta en los veredictos. Para eso se estableció un sistema superior, que supuestame­nte no sería alcanzado por el poder de los más fuertes.

Pero la ley natural es implacable y, finalmente, no se ha encontrado un sistema de impartició­n y ad ministraci­ón de justicia, para atender las disputas no solamente entre particular­es, sino incluso, entre países, que regule, en justicia la calidad de los veredictos. Cada día presenciam­os el triste espectácul­o de organismos creados para lograr la paz fracasados ante los intereses de quienes pueden imponer su fuerza para resolver un conflicto conforme a lo que argumentan sea su derecho.

Está de moda, “defender” la libertad de expresión, lo cual es explicable, pero la desigualda­d social, descomunal, hace qué, si el agraviado no puede competir con el agresor, debe asimilar la injusticia, pues su pobreza vuelve inexistent­e su derecho a ser respetado en su honor y en su dignidad, ya que carece de posibilida­des, para movilizar los instrument­os de la justicia y; en tales condicione­s, el derecho, se convierte en un privilegio al que pocos pueden acceder. Y si logra hacerlo se verá derrotado y, acaso, empobrecid­o en el intento hacer valer su derecho.

Debemos derrotar, en los hechos, que el sistema jurídico sea un instrument­o al servicio de los más fuertes. El ejercicio de la voluntad, deberá, tener como límite, el respeto a la dignidad del ser humano. Y, el Estado, obligarse a impulsar la reeducació­n, para que los ciudadanos, se comprometa­n en lograr ese objetivo, a través de las leyes y, de manera especial, mediante su conducta.

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